Opinión

El santo oficio

En estos tiempos de avances tecnológicos, de verdades transparentes o de mentiras verdaderas que se difunden e impactan en la conciencia de los espectadores

En estos tiempos de avances tecnológicos, de verdades transparentes o de mentiras verdaderas que se difunden e impactan en la conciencia de los espectadores, consumidores, ciudadanos, creyentes, semicreyentes, ateos, devotos, agnósticos, satánicos, etc. Esas verdades promovidas por los medios de comunicación, por las redes sociales, cuando se confrontan con los hechos, se ignoran o se ofrece una bagatela de excusas porque, total, son tan rápidas las versiones que se multiplican en los laberintos de la información.

Si ya sabemos que pese a la “posverdad”, la “posmodernidad” y otros tantos artefactos culturales (aunque debiéramos decirle: chunches o chécheres culturales), la dualidad de la razón nos enfrenta al bien y el mal, al día y a la noche, la vida y la muerte. Desde esa visión se pretende descalificar  el Programa de Estudios Educación para la Afectividad y Sexualidad Integral (2017). ¿Cuántos de estos feligreses han leído este Programa? ¿Cuántos se han envuelto en el discurso de sus guías espirituales?

En una marcha de católicos y evangélicos de distintas denominaciones, el primer domingo de diciembre del 2017, los voceros espirituales y los algunos candidatos presidenciales, especialmente, los representantes de los partidos tradicionales, satanizaron el programa educativo porque, según su análisis semántico, esas guías sexuales incitan al sexo, ¡qué horror!, a la homosexualidad, a la lujuria, a la ideología de género, al aborto, aunque sea terapéutico, según el discurso de Monseñor San Casimiro (y mi alter ego de ingenuo asumía que este sacerdote era sensible y consecuente con los postulados evangélicos: solidario y con devoción por el conocimiento, el amor por lo espiritual y científico, sin fábulas ni retóricas del infierno como construcción social).

Y todo se vale, las mentiras piadosas para los enajenados que combaten cuerpo a cuerpo contra ese demonio de la carne. Pero, detengámonos un momentito, es evidente que un pueblo culto, inteligente, el país más feliz del mundo, no va a pedir que a la señora Ministra de Educación se le flagele, se le ate al potro, se le aplique el agua, la bota o la cabra y muchísimas expiaciones que el Santo Oficio o Doctrina de la Fe aplicaba a los que se apartaban de las sendas del Señor. Por eso, hay que destituir a la señora Ministra de Educación y pasearla por la avenida segunda, que vaya en penitencia con un lirio en la mano y un rosario hasta la catedral para ver si así purifica sus pecados.

Pero, ¿dónde están esos fariseos que son incapaces de observar sus prejuicios y culpas en el espejo porque se avergüenzan, porque nunca entendieron la sexualidad como goce y disfrute? Hay que quitar el velo de la ignorancia, hay que hablar sobre el sexo desde el punto de vista biológico, de sus etapas, de sus consecuencias sociales. La educación no solo es un paradigma para ampliar conocimientos, requiere de reflexión, de investigación, de cuestionar modelos, de crear conceptos y teorías, de romper con tabúes, miedos y con la sombra del pecado.

Ahora bien, en esa marcha quedó claro que entre política y fe no hay contradicción. Lo que existe es el comportamiento seductor y complaciente de la Iglesia a través del poder. Sin embargo, ¿los guías espirituales y candidatos tradicionales están conscientes de la cantidad de embarazos de niñas, preadolescentes y adolescentes, y a veces, de su círculo más cercano? ¿Qué dicen estos alienados de cofradía, si cada año se multiplican los embarazos, o será lo “que Dios quiera”? ¿Qué dicen estos feligreses que ven pornografía a escondidas? ¿Le importa a la Iglesia el sexo? ¿Por qué se esconden en el celibato? ¿No es un crimen de esa humanidad que los sacerdotes practiquen la pedofilia contra inocentes? ¿Acaso el salmista acierta cuando dice: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, entonces mirarás claramente para sacar la paja del ojo de tu hermano”? (Mateo 7:5).

 

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