Hace 125 años, un retrato pintado por John Singer Sargent obtuvo críticas tan demoledoras, tanto de desprecio como de escándalo, que el artista tuvo que huir de París y refugiarse en Londres. Se trataba de un cuadro titulado Madame X que casi destruye la carrera del pintor.
Sorprende que, en el siglo XXI, el arte siga siendo protagonista del escándalo y la opinión pública, de los cuales ahora se alimentan los llamados troles, la prensa irresponsable, los eruditos formados en Historia del Arte por la “Facebook University” y las opiniones que versan más sobre vendettas políticas que sobre reflexiones de valor artístico. En un mundo convulso (cabe de ejemplo la situación actual de Venezuela) es surrealista darse cuenta de que nuestros problemas nacionales se reducen a la alharaca respecto de cómo fue que se pintó un cuadro: ¿acrílico u óleo?
El retrato de Monsieur X es técnicamente perfecto, es realista y tiene las dimensiones equivalentes al resto de los demás cuadros de la colección. No es una pintura abstracta, ni fue ejecutada con platos rotos al mejor estilo de Julian Schnabel. Se ajusta en su dimensión al espacio proporcional donde se colocará en una moldura de forma ovalada. Una vez ubicada dentro del marco oficial, guardará correspondencia con los demás retratos de la pinacoteca. La pose, la mirada, el color de fondo y el parecido físico están dentro de los parámetros del retrato de corte oficial y de carácter histórico.
Es una obra figurativa, respetuosa y sobria que refleja el estilo propio del pintor. Se elaboró con pinceladas precisas, directas, de la técnica alla prima que vienen utilizando los pintores desde período Barroco. A diferencia de una fotografía o un selfie, la pintura otorga un “aura”, por así decirlo, que se inscribe en la posteridad de la memoria colectiva, pues técnicamente su elaboración manual incide en un talento especial que la tecnología de un teléfono celular o el Photoshop no puede reproducir.
No es ningún secreto que los fabricantes utilizan los mismos pigmentos en óleo y en acrílico: en unos se aglutinan con aceites (linaza generalmente) y en los otros con emulsiones de polímeros acrílicos. Una pintura al óleo toma un color amarillento con el tiempo y se tiende a resquebrajar. El acrílico en su flexibilidad se asemeja al óleo y tiene ventajas que el óleo no posee: su fluidez y veloz tiempo de secado. Lo que confunde al leguleyo es quizá la falta de leves reflejos en la superficie, algo que se resuelve con una capa de barniz. Como dato curioso, los muralistas mexicanos fueron los primeros que favorecieron el uso del acrílico; la lista de artistas connotados que lo han utilizado y los museos que los exhiben, es extensa. No es ningún error pintar con acrílico.
Por ahí se argumenta que hay reglas para pintar a Monsieur X: un código oficinesco que juzga a la obra con su dictamen de censura sin saber del oficio. A simple vista, ningún cuadro de la pinacoteca es idéntico: cada uno refleja, en su condición, el estilo propio de cada pintor y su época. Las poses, las miradas y los matices del fondo expresan la diversidad artística en cada una de las efigies pintadas. A nivel de composición, ninguno es igual y existen variantes, como el que presenta la cinta tricolor y el que exhibe un perfil.
El marco donde va la pintura es una obra icónica y es, en sí, la representación de los atributos nacionales al estilo de la usanza del siglo XIX. Estas molduras formaron parte del Palacio Nacional demolido en 1958. El marco, como tal, hace que el retrato se devuelva al contexto neoclásico del edificio que, en primer instancia, los debería albergar y que fue destruido. ¿Metáfora al símbolo de los padres de la patria y su nobleza de espíritu? Además, las molduras no son idénticas: si bien hay semejanzas, las figuras de los leones y los escudos presentan elocuentes modificaciones con el paso de los años.
No debemos olvidar que la pintura representa, a lo largo de la historia, un referente imborrable. Más allá de una supuesta uniformidad con la que se busca atacar y calumniar al pintor -por usar un medio estético acorde con los tiempos-, el retrato de Monsieur X exhibe una transcendencia simbólica del credencial que otorgamos al arte en la sociedad.
“Cada vez que pinto un retrato, pierdo a un amigo”, decía John Singer Sargent.