Opinión

El olmo que sí da peras

Cuentan que Atenea y Poseidón se disputaron el patronato de una de las polis griegas.

Cuentan que Atenea y Poseidón se disputaron el patronato de una de las polis griegas. El dios del mar ofreció a los habitantes de aquella región, una maravillosa creación: el caballo. Animal este de gran fortaleza e inteligencia, compañero de mil batallas de los hombres.

Por su parte, la astuta Atenea ofreció a aquellos habitantes algo en apariencia más sencillo y de poco valor comunal: el árbol de olivo. El aceite de esta planta fue de tal deleite para el paladar y los sentidos, que los moradores de aquella región decidieron llamarse atenienses. ¡Así nació Atenas!

Pero, ¿por qué una planta y no el altivo caballo ganó el juego de las ofertas de los dioses del Olimpo? ¡Esto parece ilógico!

Desde el punto de vista de David Hume esta controversia está zanjada, pues, para él, en el ser humano la razón es la esclava de las pasiones. Es decir, aquellos atenienses (¡humanos, como nosotros!) cayeron rendidos por la pasión del deleite de aquel aceite divino, olvidando, tal vez que, en términos utilitarios, el caballo ofrece diversos y mejores servicios a la comunidad.

A este respecto, Ken Binmore, matemático y economista británico en su libro Una breve introducción a la Teoría de Juegos (2007), ofrece una interpretación especulativa que complementa la tesis de Hume. Dice: “Aun cuando los humanos no hayan pensado todo de antemano, ello no significa necesariamente que se comportan de una manera irracional”.

Sin embargo, para Binmore y los investigadores de la Teoría de juegos hay una limitante: la conducta humana solo puede ser descrita, no siempre puede ser explicada racionalmente. Intentar explicar por qué podría llevarnos a un callejón sin salida, sobre todo si en el pasado estas conductas (la elección del olivo, por ejemplo) no han sido observadas en los individuos o grupos. Así, lo que intenta la ciencia conductual es prestar atención a las decisiones que tomamos los humanos, para luego intentar describir/predecir nuestro comportamiento cuando interactuemos bajo condiciones similares.

“Por lo tanto, no sostenemos que algunas preferencias son más racionales que otras”, concluye Binmore. En otras palabras, la descripción fenomenológica de la racionalidad en la toma de decisiones podría no contemplar todos los escenarios posibles para el investigador. Así, lo ontológico (lo que es) y lo epistemológico (lo que creemos saber) podrían tener en la práctica divergencias insospechadas.

Creo que estas consideraciones son dignas de tomar en cuenta en el plano educativo. Hoy, algunos pedagogos y tecnólogos educativos sostienen que, a partir de sus investigaciones, pueden convertir la actividad de enseñanza-aprendizaje en una situación tan “controlada” que pueden inferir a priori la asertividad real y cognitiva de sus recursos metodológicos, negándose incluso a la crítica de terceros por el simple hecho (falacia ad hominem) de que sus ideas suelen ser más “ambiciosas, novedosas y entretenidas para el educando”, que las que sugiere cualquier otra tesis. Dicen: “Si esto no funciona es por culpa del aplicador (docente)”. “Si el niño no aprende, es porque no ha sido debidamente motivado por el docente”.

En este escenario pareciera que, contrario a las ideas de Binmore y Hume, estos señores pedagogos tienen la certeza absoluta de que su planeamiento es a prueba de refutaciones, pues predicen y explican, con toda nitidez, lo que para las escuelas conductuales (desde Piaget) es todavía incierto y contingente.

«No pidas peras al olmo», dice el proverbio. Sin embargo, esta ley botánica pareciera hoy educativamente incorrecta, pues, con un poquito de motivación, trabajo en equipo y un smartphone, hasta el olmo puede dar peras.

No nos congreguemos alrededor de este humo sin fuego, pues no es el humo lo que calienta, sino lo brasa incandescente que Prometeo tuvo la osadía de robar al Olimpo.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido