Opinión

El neofeudalismo de Trump

Estados Unidos no se repone de la crisis del 2008, que el expresidente Barack Obama apenas alcanzó a paliar.

Estados Unidos no se repone de la crisis del 2008, que el expresidente Barack Obama apenas alcanzó a paliar. Ahora, el presidente Donald Trump, con su retórica mesiánica, apuesta por un modelo de sociedad cerrada, una especie de neofeudalismo, en tiempos donde las migraciones amenazan con derribar fronteras y el capital se globaliza para obtener mayor rentabilidad moviéndose de un lugar a otro, siempre buscando donde  le caliente mejor el sol.

Trump se ha propuesto dos objetivos: contener la avalancha migratoria del “sur” y repatriar el capital globalizado, para paliar el desempleo y la precarización salarial, elevar la productividad y la competitividad. Busca recuperar, así, el protagonismo de Estados Unidos como potencia económica-militar; es decir, restituir su estatus imperial venido a menos. De alguna manera, el capitalismo neoliberal hegemónico se siente amenazado por esta política de cierre de fronteras, a pesar de que Trump le ofrezca condiciones para crecer en y desde su “feudo”.  Mientras que el resto del mundo se verá sumido en una especie de bloqueo comercial, con serias consecuencias. Trump está apostando por fortalecer a Estados Unidos desde adentro, bajo la consigna  “nosotros primero”. Y, por otro lado, diciéndole al resto del mundo: haga lo mismo y no sufra, como si estuviera en igualdad de condiciones que la potencia del norte.

La apuesta por sociedades cerradas (neofeudalismo) al igual que por sociedades abiertas (aperturismo) por las que propugna el neoliberalismo transfronterizo, no constituyen  vías para acceder a un estadio superior de humanidad donde se pueda hacer viable la vida en esta pequeña “aldea planetaria”. El aperturismo del modelo globalizador dominante, con sus consecuentes privatizaciones, ha mostrado su rostro inhumano y antiecológico. El conservadurismo, propio de  la vieja doctrina del destino manifiesto: “yo soy el primero, el mejor y el más poderoso”, nos conduce de nuevo a profundizar un modelo de sociedades duales: desarrolladas-subdesarrolladas, centrales-periféricas, etc., o sea, el perfil de sociedades  medievales: ricos y pordioseros-excluidos.

Desde adentro de la sociedad norteamericana, también están aflorando movimientos sociales de resistencia a estas políticas de Trump. Pero, como han sugerido algunos analistas, estos movimientos  podrían estar haciéndole el juego a los mismos poderes “fácticos”, que han venido devastando los recursos de la tierra, ensanchando las brechas socioeconómicas y contribuyendo, así, a intensificar la violencia social y los conflictos entre las naciones.

Sin duda, el gran desafío sigue siendo aprender a convivir dignamente, para construir la paz. Al respecto, es muy sugerente el planeamiento del monje budista Tich Nath Han: “No podemos ser solamente, solo podemos entreser. Somos responsables de todo los que pasa alrededor de nosotros”.  Aprender a concebirnos y sentirnos implicados en el destino de todas las formas de vida de este pequeño planeta, es el  camino para seguir.  Ni el solipsismo egoísta ni el aperturismo neocolonialista. Hay que apostar por una nueva forma de convivencia afectiva planetaria.

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