Opinión

El mueble colonial de Costa Rica, arraigo y pertenencia propios

El periodo colonial español en Costa Rica, considerado de 1564 –cuando queda establecida su presencia y dominio de facto– hasta la declaratoria de independencia el 29 de octubre de 1821

El periodo colonial español en Costa Rica, considerado de 1564 –cuando queda establecida su presencia y dominio de facto– hasta la declaratoria de independencia el 29 de octubre de 1821 –fecha en la cual se produce por decisión y decreto interno la separación del gobierno español–, registra una muestra significativa de la identidad local en el mobiliario, el cual adquiere rasgos específicos en la sobriedad del diseño, su forma de construcción para un uso determinado, así como en el valor que le da el carpintero y el artesano, mayormente el español asentado, sumado en rasgo menor pero con evidencia histórica física el mínimo aporte que le imprime el aborigen subyugado a la fuerza por el conquistador.

En línea general, el mueble español proviene de la tradición europea, y esta de Egipto y áreas transfronterizas, como bien lo enseñan los descubrimientos arqueológicos en este campo, una vez concluido el siglo XX. Es en esa dirección que la entonces provincia costarricense funcionó en la concreción del objeto mueble para uso dentro de su territorio.

Si bien la industria humana del mobiliario básico en esa Costa Rica colonial, como la cama, el armario, el baúl, la mesa, las sillas y la banca, fue limitada al encargo de las condiciones económicas del consumidor, los factores sociales, económicos, políticos, militares y religiosos que mediaron; estos aspectos son dignos de considerar cuando nos preguntamos el porqué de muebles relativamente sencillos, con limitaciones muy obvias en el arte decorativo y en el uso de la forja, herrería y cerrajería, así como del cuero y el arte de la incrustación de otros materiales y diseños en la madera, también llamado taraceado.

En términos modernos, el arte industrial viene de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la maquinaria comenzó a producirlo en serie, con lo cual se fue perdiendo poco a poco el carácter artesanal y la confección de talla al gusto del cliente. Digámoslo de una manera sencilla: el mueble de artesano es más manual y hecho según se pide la unidad, mientras que el industrial se diseña, se fabrica en serie y se le ofrece al comprador.

El arte decorativo que significaríamos para el periodo colonial está íntimamente relacionado con la capacidad de pago del cliente. En un mercado relativamente pequeño la tarea es más singular, se hace al gusto de quien lo encarga y paga, en una economía local donde los más ricos son pocos y los muchos son los que usan mobiliario sencillo que vaya al grano de la necesidad.

Estos dos elementos sociales y económicos marcadamente de clase y poder adquisitivo son determinantes en la sobriedad y estilo de lo que podría ser un mobiliario colonial costarricense que le pertenece a una estética utilitaria, mobiliario práctico, pero en otro sentido va a crear una estética que lo caracteriza por su falta de ornamentación. Así el diálogo y la comunicación de la persona, la familia, la institución política y la religiosa dan su tono y expresan ideas muy puntuales, emociones lineales, una visión de mundo cuya referencia inmediata se circunscribe al contexto de su realidad y a la economía local.

El material de trabajo más común es la madera cedro, caoba, ocasionalmente roble, con herramientas muy simples, por el hecho mismo de lo artesanal, de engranar la piezas mediante el ensamblaje o escopladura justa, casi como piezas que se acoplan solas, pero detrás hay un trabajo más cuidadoso y técnico.

La banca de más antigüedad que conocemos data de 1585, aproximadamente, con una leve estilización ornamental en el tablón del respaldar, la que nos da pista sobre la ornamentación de la posterior carreta multidiseño y multicolor que enorgullece al país.

Es importante señalar que ciertos elementos de sencillez en el arte y diseño propios del mobiliario colonial de Costa Rica se adelantarán al mueble moderno de rasgos contemporáneos por su estética de líneas rectas, con lo cual podríamos señalar que tiene un sello local donde lo social, lo estético y lo ideológico, así como lo espiritual y cultural, distinguen su materialidad.

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