Opinión

El logos no puede suicidarse

Afirma el señor Leonardo Picado (El suicidio diario de la razón, 16-06-2020, La Nación), que la razón humana puede cometer el acto de suicidio.

Sin embargo, que yo sepa, en las oficinas de medicatura forense no hay un cuerpo, real y concreto, que corresponda al susodicho difunto, pues, un muerto. ¡Sí, la condición de defunción no es un atributo incorpóreo!, sino, por el contrario, una sustancia tangible.

Entiendo que el profesor Picado hace uso del sentido metafórico de la expresión “el suicidio de la razón”. En su texto, eso está muy bien logrado. Sin embargo, creo que merece algunas observaciones al margen.

Cita el profesor Picado a cierta autora que sostiene que, dada la elevada mortandad, la Primera Guerra Mundial (la llamada Gran Guerra) debe ser “considerada la primera muestra de suicidio colectivo humano”. Aquí creo yo esta no puede considerarse una metáfora.

Desconozco la fuente del señor Picado (¡nunca en mi vida he escuchado un podcast, ni sé lo que es!), pero, si de contar muertos se trata, olvidan ambos que, antes de esa guerra, hubo otros genocidios de escalas globales que contribuyeron con una cantidad de difuntos que superan con creces a las dos principales guerras del siglo XX.

No vayamos muy lejos: la conquista de México y la Guerra de Independencia de los Estados Unidos fueron dos eventos político-militares que arrasaron con la vida de cientos de miles de seres humanos. También, podemos leer en la novela de Mario Vargas Llosa El sueño del Celta la escalofriante historia de flagelación y muerte que sufrieron millones de africanos e indígenas de la Amazonía por la explotación del caucho; todo ello mediante un modelo de esclavismo impuesto por compañías mercantiles europeas y los gobiernos coloniales. 

Pero dejemos la contabilidad y vayamos a otras partes del texto del señor Picado. 

“La razón (logos) es un simple vaivén en el juego de la vida, subordinada al contexto, a las posibilidades y, a veces, a la fuerza de voluntad”, dice. 

Desde mi humilde opinión, esta aseveración no puede hacerse a la ligera, pues descuida la génesis misma del concepto de razón, del logos griego. Así, considero que la proposición del profesor Picado hace identificar la noción de logos con posturas relativistas y posmodernas que contextualizan la verdad y sus “perversas” formas de relacionarnos con ella.

Según Aristóteles, para los llamados pensadores físicos (Tales y Anaximandro, por ejemplo), ese logos era un principio de fundación, de constitución. Es decir: para esos pensadores arcaicos, esta razón, este logos universal e inteligible, era, en síntesis, la divinidad, la cual funda el Cosmos y sus criaturas.

Más tarde, el mismo Aristóteles da un giro epistemológico a ese concepto, dotándolo de un sentido “más humano” y terrenal. Para el estagirita ese logos es sinónimo de fundamento explicativo, científico y experimental. De esta manera, Aristóteles funda la ciencia como un modo de abordaje objetivo de la realidad, cuyo eco tiene resonancias que nos alcanzan todavía hoy.

Por tal razón, creo que bajo esta noción que sostiene que la razón humana está “subordinada al contexto”, se constituyen y afianzan nacionalismos y fundamentalismos diversos, que cargan de fobias populistas al ciudadano poco educado e ilustrado, convirtiéndolo en el portador del virus más letal que existe: la estupidez humana.

Como al profesor Picado, no deja de sorprenderme la enorme brutalidad y la crueldad humanas. Pero, sostener que esas vejaciones constituyen un suicidio consciente e intencionado de la razón me parece un desencuentro de la retórica con la objetividad. Los muertos son reales: fueron niños, hombres y mujeres de carne y hueso quienes padecieron (¡y padecen!) el suplicio de la tortura y violencia en cada uno de los conflictos bélicos. 

La razón no puede suicidarse, pues ella es sinónimo de ilustración, de guía y crítica documentada. Son los populistas, con sus sicarios, quienes asesinan a su nombre.

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