Opinión

El jardín tóxico

El uso de psicotrópicos suele desencadenar dramas, como el que sucedió en el hospital de Heredia cuando una doctora se negó a suministrarle morfina

El uso de psicotrópicos suele desencadenar dramas, como el que sucedió en el hospital de Heredia cuando una doctora se negó a suministrarle morfina a una paciente terminal, alegando limitaciones burocráticas. Mientras allá alguien se retorcía de dolor,   en la acera del hospital México un individuo promocionaba un tarro de pomada al grito de “¡Mariguanol, Mariguanol!”, con un excelente volumen de ventas, según pude apreciar.

Para evitar tragedias y comedias como las anteriores aparece El jardín tóxico. Se trata de un video instructivo producido por la Universidad de Costa Rica bajo la dirección de Pablo Ortega, y tiene como objetivo corregir la visión satánica que tenemos de las plantas psicotrópicas. Las plantas son duales y, como en todo, debemos aprender a discriminar sus propiedades.   No siempre fueron ilegales y, por ejemplo, cuando Carlos Marx dijo aquello de “la religión es el opio del pueblo”, no se refería a los fumaderos sino al botiquín de su propia casa, ya que en el siglo XIX el opio se usaba como calmante bajo responsabilidad doméstica.

     Vivimos inmersos en una dictadura de la que apenas nos damos cuenta. Por un lado las transnacionales farmacéuticas amasan, a nuestras costillas, capitales gigantescos, y por el otro el narcotráfico hace lo mismo además de controlar a los gobiernos. Bajo el terror del mercado legal e ilegal hemos perdido la facultad de discernir   cuándo nos resultan bondadosas las plantas y cuándo no.   El jardín tóxico, entonces, para instruirnos, recorre nuestra relación histórica y cultural con ellas, nos familiariza con el entorno natural y sus transformaciones, nos revela la íntima relación que mantuvimos durante miles de años, nos habla de experiencias místicas y de intereses económicos. En suma, nos informa para que podamos convivir inteligente y responsablemente con la naturaleza en lugar de destruirla y destruirnos.

El jardín tóxico demuestra que los prejuicios son el único tóxico que no ofrece bondades de ninguna clase. Por eso y por enseñarnos que toda verdad es relativa,   doy las gracias a Pablo Ortega y a su excelente equipo.

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