Opinión

El futuro rector

El Prof. David Díaz en su artículo “Para qué quiere ser rector” (SU, 3.4.2024), perfiló desafíos nacionales urgentes en los que un futuro rector podría tener una influencia significativa. Aunque si nuestro futuro rector lograra mantener un equilibrio de esto respecto a los desafíos propios de la Universidad podría el futuro rector en primer lugar -insisto-, hacer una contribución estructural a la resolución de problemas como la judicialización, la desconfianza y la inercia dentro de la Universidad (ver el artículo “La Universidad contra sí misma” (SU, 15.5.2023). Sin embargo, hay otros problemas también fundamentales y urgentes: una reforma curricular general, la actualización pedagógica en la enseñanza de las ciencias naturales y las ingenierías, la evaluación docente realmente orientada a mejorar la docencia, la integración intensiva de la investigación y la acción social, dotar de más recursos a la acción social, la cuestión del nuevo régimen salarial académico, la política de salud mental y, además, algo que resulta decisivo o debería: desarrollar una visión académica, científica y social del futuro de la Universidad.

Ya sea hacia afuera o hacia dentro el desafío quizás más importante es el de la coherencia, tanto la coherencia ética como la coherencia en el desempeño. La coherencia se refiere a la necesidad lógica y consecuente de mantener a través del tiempo y en diferentes situaciones, unos principios que suelen profesarse desde la misma campaña por alcanzar la rectoría y en el ejercicio de esta. Se trata de mantener la conexión con esos principios. Es verdad que la coherencia está amenazada de antemano, pues se sabe que el candidato busca alcanzar la rectoría para que, al llegar a ella, encontrarse con una estructura pre-configurada que tiende hacia la estabilidad y no hacia el cambio. Lograr el cambio, en nuestra Universidad, requiere una alta exigencia de coherencia en el desempeño y en la postura ética.

Si la campaña por la rectoría puede concebirse como una “guerra” por alcanzar votos y hacer cambios concebirse desde la exigencia muy alta que requiere un desempeño adecuado, entonces las posibilidades de enfrentarse a dilemas éticos en dicho proceso son abundantes. En la “guerra” por los votos podríamos olvidarnos del respeto o de la honestidad frente a los otros candidatos (solicitud, cuidado y estima del otro), incluso utilizando estrategias poco respetuosas parecidas a las de las grandes campañas electorales nacionales y, si eso sucede, también podríamos poner en riesgo nuestro propio sentimiento de dignidad y valor al actuar en un sentido contrario a una ética particular (cuidado y estima de sí mismo).

La dinámica entre solicitud y cuidado del otro, por un lado, y estima y respeto de sí, por el otro (siguiendo el pensamiento de Paul Ricoeur), podría evaluarse como una postura ética purista, al pensar en la necesidad de hacer campañas pro-rectoría que busquen mantener la postura ética del cuidado y la estima de sí y de los otros. Ser purista se refiere a un intento por mantener la integridad en las acciones morales. ¿Es pues esta, una convocatoria a un purismo académico o moral? En el esfuerzo por alcanzar votos podríamos estar siendo puristas o podríamos no serlo y en este último caso enfrentar diversas consecuencias. Aun así, la postura ética que se desprende de la intención de sostener la estima de sí y de los otros, aspira a sostener la vida buena, con y por los otros, en instituciones justas (Ricoeur).

La vida buena consiste en sostener aspiraciones vitales de excelencia según un plan de vida en el cual hay elecciones constantes y, aunque se sitúan en un nivel individual, dependen de un esfuerzo cooperativo en relación con los otros. El buen vivir es un esfuerzo por mantener el cuidado de sí y de los otros, tanto como la estima de sí y de los otros, con base en criterios de excelencia vital como, por ejemplo, la honestidad y el respeto, la búsqueda de la justicia y la solidaridad. Esto sucede tanto si me opongo y comprometo contra el ataque militar masivo de un Estado contra un pueblo, como si deseo mantener el respeto por el otro que es mi adversario (un compañero universitario), en una contienda electoral.

Aun cuando mi conocimiento quizás no alcanza para discernir si una ética de la vida buena cae dentro de un cierto purismo moral -cuestión quizás irrelevante- si alcanza para señalar que la necesidad y la exigencia de coherencia ética del futuro rector, pasa por sostener la vida buena, con y por los otros, en instituciones justas.

Una institución justa es aquella capaz de integrar a las personas para que, mediante una estrategia existencial de cooperación, es decir, con los otros, estos puedan realizarse en función de su plan de vida. Pero esto se hace también por los otros, con lo cual se convoca a aspiraciones éticas fundamentales, como la justicia y la solidaridad. De esto se trata una universidad justa (cualquier universidad no sólo la nuestra), como institución universalista. No importa el fin (conseguir la rectoría), sino que importa el proceso para conseguirla. Si el proceso convoca la aspiración a lo justo, la probabilidad de alcanzar algunos de los fines podría darse bajo la exigencia del respeto del otro y la estima de sí. Cualquier proyecto de coherencia respecto a un alto desempeño del futuro rector para conseguir objetivos particulares dependerá de la coherencia ética.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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