Esta no es la primera vez que hago referencia a este asunto. Ya en otra ocasión escribí al respecto de las amenazas que habían recibido Philippe Vangoidsenhoven, de origen belga, y Carol Meeds, de origen estadounidense, por su reconocida defensa ambiental en Costa Rica. A tal punto se ha llegado en este país que deben recordarse los casos de Olof Wessberg (sueco, asesinado en 1975) y Kimberly Blackwell (canadiense, asesinada en 2011). Ser ambientalista en Costa Rica, aunque pueda parecer paradójico, es sumamente peligroso, tanto para nacionales como para extranjeros.
Pero más allá de esto, el estribillo que siempre marca la pauta previa a las amenazas es aquel que viene recargado del más recalcitrante odio hacia el extranjero.
De esto no hay nada nuevo que decir con respecto al costarricense, que de su boca emana el fétido nacionalismo que en otras épocas y, en otras latitudes, llevaron al abismo a la humanidad entera. Es decir, el tico promedio odia al extranjero que viene a buscar mejores condiciones de vida al país, mientras que ama al extranjero no latino que viene a buscar una vida ajena a los bullicios de las cosmopolitas ciudades del norte industrializado y que, además, vienen abrigados por la esperanza de una tierra que, de cara al mundo, se muestra como el paraíso ecologista mientras que, a puertas cerradas, destruye y aplasta como cualquier transnacional o nación “ecocida”.
Sin embargo, cuando ese extranjero hace su vida aquí, se convierte en uno más de este lugar, y se le ocurre defender el ambiente que el tico promedio no hace, inmediatamente se convierte en el enemigo número uno, en una calaña peor que cualquier extranjero que llega con una mano por delante y otra por detrás.
Eso es una de las grandes características del ser costarricense hoy en día: xenofóbico e ignorante, con el perdón por la redundancia.
Y nuevamente, una ciudadana con derecho más que ganado, y que por circunstancias de la vida nació en Europa, pero que su vida y corazón la ha dejado entre el cielo y la tierra en este país, se convierte en el punto de mira de las amenazas de corruptos y “ecocidas”, de unos pocos interesados en ganar a costa de la destrucción ambiental.
Conozco a mi amiga Úrsula Hockauf, reconozco su valentía y su lucha que, tanto ella como su compañero de vida, Julio Müller, han dado durante años por este país, que también es suyo, y quizás todavía más por cuanto han debido enfrentarse a enemigos poderosos por defender árboles, animales, hábitats, ríos, aire, y hasta el subsuelo de esta tierra llamada Costa Rica.
Hoy, los enemigos de la Madre Tierra, enarbolan sus esvásticas venenosas, su nacionalismo trasnochado, para acusarla de extranjera, como si aquello fuese un delito; para invitarla a marcharse de este país, como solo pueden hacerlo los ignorantes que, ante la falta de argumentos, repiten hasta el cansancio contra aquellos que se les oponen, tanto que hasta a los propios conciudadanos invitan a partir si se unen a defender la vida.
Al final, solo el tiempo da la razón a quienes ponen el pecho a las balas, como Úrsula, como Philippe, como Carol, como Olof y Kimberly lo han hecho por esta tierra que no les vio nacer, pero que les abrazó con agradecimiento. Sobran los ejemplos que tanto han denunciado, como los desastres que la minería puede provocar sobre los ríos, o la caza furtiva y la deforestación que han devenido en verdaderos crímenes contra natura sin solución.
Si las amenazas pasan del nacionalismo que se arrastra bajo los pies de los intereses económicos y “ecocidas” a los hechos de sangre, los responsables los habré de señalar con nombres y apellidos. Pero de una cosa no me quedaré callado: en Costa Rica se ampara al criminal que atenta contra la Tierra y se le deja impune cuando actúa vil y cobardemente contra quienes la defienden.
