Actualmente, el comercio se mueve con gran rapidez, relegando a todos aquellos que no consigan alcanzar el ritmo acelerado con el que progresa. Dentro de esta dinámica se perciben distintos factores que rigen este intercambio de mercancías, en el que las grandes potencias poseen la ventaja en esta oferta y demanda de bienes y servicios.
Intrínsecamente, en la teoría del comercio coexisten diferentes principios, reglas e hipótesis, con las cuales se regula el comercio internacional. Entre ellas la ventaja comparativa que introduce que cada país debería producir o especializarse en los productos que le generen un menor costo (Mankiw, 2012). Asimismo, se encuentran diferentes organizaciones internacionales y un sinnúmero de tratados bilaterales, bloques comerciales, ONG y acuerdos comerciales que abren una ruta a seguir segura para los involucrados en el comercio internacional.
En teoría, el panorama es muy alentador; el escenario propuesto por las instituciones nacionales como internacionales en el tratamiento y cumplimiento de estas leyes y normas para un comercio justo, transparente y seguro demuestran el trabajo de décadas atrás por mejorar las relaciones comerciales. No obstante, en la práctica se percibe todo un escenario distinto al propuesto.
En este juego pequeños y medianos empresarios son devorados por las monstruosas empresas que lideran el mercado; sin embargo, el problema no solo radica en las transnacionales sino en la cultura de los consumidores que no comprenden el poder que poseen en esta dinámica llamada comercio.
Existen determinados grupos que alejan lo injusto de este juego, bajo el argumento de que las reglas ya existentes fueron hechas por los gigantes para los gigantes. Asimismo, comparan el escenario nacional con grandes potencias líderes en el sector ambiental y económico; ahí radica el error colectivo.
El comercio justo es una práctica que busca una relación de equidad, solidaridad, transparencia y respeto entre los productores y consumidores, con el objetivo de generar más oportunidades para los pequeños y medianos empresarios, lo cual da como resultado el progreso económico de determinada región; de ahí su importancia.
Resaltar a los productores y consumidores como los principales actores de cambio es clave para que este tipo de comercio no sea solo una porción pequeña de la economía nacional. Conocer, exigir, actuar y crear conciencia es fundamental; es decir, conocer las reglas del juego, exigir productos provenientes del comercio justo y el cumplimiento de las normas; además de actuar como agentes de cambio que crean conciencia de la importancia de apoyar a los pequeños productores aparte de de los beneficios que conlleva adquirir productos orgánicos.
Actualmente se han realizado distintos esfuerzos para incentivar esta actividad, entre los que resalta la Organización Mundial del Comercio Justo, que vela por la aplicación de los diez principios, que van desde precios justos hasta la creación de oportunidades para productores en desventaja económica; así como la transparencia y la rendición de cuentas, entre otros.
Asimismo, se encuentran los certificados de Comercio Justo que han percibido un aumento en mercados como el de Estados Unidos, donde se produjo un incremento del 26% de las importaciones de productos certificados para el 2015 (Procomer, 2015). De igual forma, instituciones como el IICA y la Coordinadora Latinoamericana de Comercio Justo suman sus esfuerzos al crear estrategias de comercialización para productores con el fin de fortalecer sus ventas en el mercado interno (IICA,2019).
La aplicación efectiva del comercio justo en la actualidad no solo depende de las instituciones, sino también de consumidores más conscientes y de productores más preparados, ya que es una relación en la cual los resultados finales no solo dependen de nuestras acciones por separado sino de las acciones y resultados de todas las partes de la cadena en conjunto.
