“El 1% de la población disfruta de las mejores viviendas, los mejores médicos y el mejor nivel de vida, pero hay una cosa que el dinero no puede comprar: la comprensión de que su destino está ligado a cómo vive el otro 99%. A lo largo de la historia esto es algo que esa minoría solo lo ha logrado entender… cuando ya era demasiado tarde.” (Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía)
Costa Rica, uno de los diez países más desiguales del mundo, sigue a la deriva ahora bajo el modelo tripartidista: PUSC, PAC y PLN. El rostro “joven” de la política costarricense es solo el maquillaje del viejo rostro neoliberal en decadencia, pero que se resiste a morir. Esto es lo que está retratando de cuerpo entero la huelga contra el “combo fiscal”, que ha sido objeto de la misma estrategia que se utilizó en tiempos del TLC, a saber, el uso de la ideología del miedo y de la mano dura: “torcer brazos”.
El tripartidismo puede ganar esta batalla, pero es cada vez más evidente que está perdiendo la “guerra” que el pueblo le ha declarado a una clase política servil de los grandes intereses económicos y financieros, que han secuestrado el Estado para seguir sangrando al pueblo. De esto están siendo conscientes, cada vez más, algunos diputados del tripartidismo que no quieren pasar a la historia como defensores a ultranza de esos intereses espurios. Por eso, valientemente, se han distanciado de la línea oficial de partido.
La fórmula “mágica” de los últimos gobiernos, de solo cambiar lo necesario para administrar la crisis por cuatro años y que todo siga igual, ya tocó techo. La beligerancia del movimiento social en esta lucha contra el “combo fiscal”, especialmente en las zonas periféricas (Limón, Puntarenas, entre otras), tal y como lo viene mostrando el monitoreo de la protesta social del Instituto de Investigaciones Sociales de la UCR, es la expresión de un descontento que va más allá de una protesta. Se trata de un sentimiento de indignación con gobiernos que prometen un cambio que nunca llega.
La arrogancia en política –síndrome de Faraón– es la peor consejera. Se alimenta de la autosuficiencia tecnocrática, el fundamentalismo ideológico-partidista y la subvaloración de la sabiduría popular. Este es quizá el principal factor que nos está conduciendo al precipicio. La clase política no está a la altura de los tiempos actuales, donde se requiere, ante todo, voluntad de diálogo y concertación para impulsar los cambios estructurales de largo plazo.
La política del discurso “corrongo” y del porte mesiánico también se está agotando. El reciente proceso electoral le dijo no al mesianismo y al moralismo del pentecostalismo fundamentalista de don Fabricio Alvarado, y hoy le está diciendo no al discurso de la arrogancia tecnocrática de don Carlos Alvarado y don Rodolfo Pizza.
Se está desperdiciando mucha energía, buena voluntad e inteligencia de este pueblo noble, sensato, solidario y pacífico. Pero, sobre todo, tiempo: el capital más importante en política. Lamentablemente, pareciera estarse cumpliendo lo dicho por el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: las minorías solo alcanzan a entender que su destino está ligado al de las mayorías cuando ya es demasiado tarde.