Opinión

El beso en los tiempos del coronavirus

No ha existido en el curso de la historia una acción humana más universal y emblemática que el beso. Desde los tiempos de las oscuras y remotas cavernas

No ha existido en el curso de la historia una acción humana más universal y emblemática que el beso. Desde los tiempos de las oscuras y remotas cavernas, el ser humano tuvo la necesidad de inventar y crear vínculos de enlace con sus semejantes para poder superar obstáculos, sortear peligros y sobrevivir; uno de los puntos de enlace más sagrados nacidos y cultivados fue el beso.

Dentro de los hechos míticos que sobresalen en los humanos quizás no haya otro más conspicuo que el beso, ese acto comedido y electrizante que deja en el alma un dulce y maravilloso aroma. Aunque el beso haya sido asociado y ubicado dentro de estructuras y comportamientos sexuales, este abarca mucho más caminos que el que conduce al erotismo de los seres humanos, que muestra una realidad asombrosa. Los hay amistosos, alentadores, dulces, amargos, de aprecio, de cariño, de cortesía, de lujuria, de deseo, de amor; pero, aún siendo los de amor los preferidos y más exaltados, los besos de la traición se hicieron igualmente famosos por el beso traicionero de Judas a Jesús. ¿Habrá uno más bello y hermoso que el que nace en el alma y culmina con una tierna y suave sonrisa en el rostro? ¿O el que arranca una sonrisa al niño y a la niña de teta a la hora de lanzarlo con sus deditos?

No resulta difícil, entonces, imaginar o sentir la conmoción y lo catastrófico de un mundo cercenado e impedido del recurso más rico, de su invento más útil y ancestral para transmitir emociones, sentimientos y placeres. El beso, por tanto, más que un ritual, es la pieza fundamental que sostiene y amarra la vida física, espiritual, psicológica, emocional y anímica de los humanos. El beso muchas veces nos ahorra mil palabras y nos permite disfrutar a plenitud el intercambio de sensaciones, emociones y sentimientos a través de la comunicación más antigua, como lo es la comunicación de nuestros cuerpos; y, si logramos sacarlo del prejuicio, es un símbolo de luz infinita en la vida y en el mundo interior de los humanos.

No obstante, una inmensa ola de terror informático recorre el mundo capitalista y, a pesar de haber hecho historia en todas las épocas de la historia, en los tiempos del coronavirus el beso corre serios peligros; ha perdido sus derechos ancestrales y sus libertades públicas, le han creado humanos con claros rasgos de idiotez y con actitudes robóticas, y lo han aislado y confinado en los exclusivos espacios de la privacidad de las intimidades. Jamás en la historia de la humanidad el terrorismo informativo desatado por los medios de prensa del gran capital, habían alcanzado niveles tan altos; al menos nunca habían puesto de cabeza y patas arriba a lo más humano de los humanos. El empeño en sepultar principios y valores tan nobles como la fraternidad, la solidaridad, el bien común, y el amor al prójimo se ha puesto también en evidencia en las horas más oscuras del terror, la pérdida de la paz como consecuencia del terror ya es un asunto de máxima preocupación y un grito de desesperación en el alma de muchos.

En estos tiempos del coronavirus –cuando más humanos, amorosos y solidarios debemos ser–, no se le puede ofrecer ni tender la mano a nadie. El saludo cordial se ha abolido, el apretón de manos ha perdido valor, el abrazo censurado y apartado, y el beso condenado y prohibido. Cuando más unidos y cercanos debemos estar, lo único aceptado y permitido es la separación y el distanciamiento. Se ve claramente entonces el choque de dos fuerzas antagónicas; la esencia de la naturaleza humana y el individuo mecánico, cerrado, egoísta y solitario de la modernidad.

En esta tragedia, en este manto de terror y de irracionalidad que nos cubre, ha tenido más responsabilidad el poderío de los medios de prensa del gran capital que el propio coronavirus; hasta la política de los politiqueros se ha quedado sin poder, porque la voluntad de todos ellos se ha perdido o se ha quedado muy atrás en relación con la pandemia informativa desatada.

Ante el terrorismo informativo que le ha declarado la guerra a los besos y a toda la esencia y gracia humana cultivada en todo su largo proceso evolutivo; ante el capitalismo salvaje, que crea el mayor número de brutos en nombre de la libertad, la mayor cantidad de miseria en nombre de la justicia, la mayor y más profunda brecha entre ricos y pobres en nombre de la igualdad, y el más criminal e inhumano egoísmo en nombre de la democracia; ante la indiferencia de un Estado que no es de todos los costarricenses, sino botín y rehén de Gobiernos montados por el poder económico de pocos; ante el neoliberalismo, nueva forma de operar del capitalismo salvaje, que en su estancia por los diferentes países del mundo solo ha dejado una gran estela de pobreza, muerte y destrucción como si fuera el monstruoso incendio del Amazonas; ante sus medios de prensa y sistemas de comunicación que le han impuesto la guerra a nuestros valores, a nuestros principios, a nuestra moral, a nuestra dignidad y a nuestra valentía, que le hacen la guerra a nuestro pensamiento, a nuestra conciencia y a nuestros ideales, que bombardean a diario la inteligencia humana anteponiendo como blancos a la cordura, a la razón y a la sensatez al tiempo que libra una cruenta batalla contra nuestra paz; ante todo ese poderío económico, político y propagandístico, debemos de abrir muy bien los ojos, abrir nuestra mente, nuestro pensamiento y afilar como nunca las armas de la criticidad y del buen juicio.

Por tanto, a los medios de prensa del capitalismo salvaje que han inventado un nuevo orden social basado en el pánico, el caos y la ridiculez, y que han impuesto una nueva forma de vida manejada desde la ignorancia y la manipulación, que nos ha robado tanto la paz del alma como la libertad del cuerpo; a los medios de prensa que ignoran las verdaderas crisis y a los periodistas que no se acuerdan del coronavirus cuando lamen y besan los bolsillos y los intereses de los acaudalados dueños; a los medios de prensa que han fabricado el Pánico-2020 y que lo han convertido en algo mucho más peligroso y criminal que el Covid-19; a todos ellos hay que reunirlos y declararlos ¡terroristas infames!

A los apologistas del capitalismo salvaje que por su voracidad y rapacidad ha logrado que más del 90% de los habitantes del planeta respire aire envenenado y que mueran hasta 7 millones de personas cada año por respirar las partículas envenenadas de ese aire, que también han inundado y saturado los mares y océanos de tal cantidad de partículas venenosas que llegan a superar en mucho la infinita cantidad de estrellas del mundo galáctico, y que están consumiendo la riqueza marina, con tal avidez y voracidad que dentro de poco ya no habrá suficiente pescado para abastecer los mercados y las demandas de consumo; a todos ellos hay que juntarlos y declararlos ¡terroristas desalmados!

Al sistema político, económico y financiero que rige los destinos de la humanidad, cínicamente coronado campeón del mundo democrático por ideólogos muy bien pagados; aunque un buen día, el Papa de Roma, presidente de la “Santa Madre Iglesia”, decidió bautizarlo con el nombre de Capitalismo Salvaje. Dicho campeón, hace apenas 20 años, ya había arrasado con la mitad de los bosques lluviosos del mundo; en la actualidad, ha propiciado tal destrucción que el agujero de la capa de ozono ha alcanzado dimensiones peligrosas, tanto que el calentamiento global es hoy una gigantesca y poderosísima bomba de tiempo, tan destructiva y efectiva como la atómica en la producción de muerte; señal inequívoca y concluyente de que vivimos un proceso acelerado de eliminación y destrucción de toda la riqueza natural y de todas nuestras fuentes de vida; es decir, en medio de un verdadero desastre, catástrofe o terremoto de magnitudes colosales. E el centro de esta criminalidad globalizada, se encuentran encerrados miles de millones de pobres, miles de millones de desempleados y miles de millones de víctimas sufriendo el Pánico-2020, esperando inocentemente ser atropellados y arrollados por un endemoniado cataclismo. A este sistema hay que despojarlo inmediatamente de su corona y demás linduras y declararlo ¡sistema de terrorismo salvaje!

A los jefes, gobernantes y legisladores que posan arrogantes ante los que destruyen y acaban con todo, que miran como si nada a los poderosos –quienes están privando a las nuevas generaciones del derecho a disfrutar de las bellezas y riquezas de la naturaleza, y de la esperanza y seguridad de vivir felices, después de preguntarles “¿por qué semejante drama, semejante caos, semejante peligrosidad, no les parece tan asombrosa y terrorífica como el COVID-19, mucho más insignificante y mucho menos peligroso que cualquiera de ellos?”, “¿por qué no abren la boca ni mueven un dedo ante crisis tan serias y espantosas?”, “¿por qué no le cambian la vida a los que le quitan la vida a la vida?”, hay que amontonarlos y declararlos ¡terroristas de Estado!

Y los más honestos y valientes, apuntar hacia los apologistas del capitalismo salvaje de nuestra casa, que han promovido y recetado los recortes del gasto público, y la venta y privatización de los bienes y riquezas del pueblo como cura de todos los males; hacia los economistas que le llaman nivel de vida al nivel de consumo; hacia la desafiante y temeraria actitud de los medios de desinformación que, tras convertir la comunicación en un enorme negocio, mueven la estupidez de un lado para otro. Juntar a todos ellos, pero juntarlos muy bien, pegarlos, estrecharlos y estrujarlos y, cuando estén hechos una sola pelota, hechos un solo cuerpo, declararlos ¡terroristas imbéciles!

De ese modo, rescataremos y salvaremos la belleza y hermosura del beso. Ya, con el beso libre, pondremos un beso de amor en la frente y otro en el corazón de la patria, para honrarla y protegerla de la pandemia del coronavirus.

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