Opinión

El arte de educar

La educación, más que un método o una técnica, es un arte. El educador es un “artista de la vida”, como diría D.T. Suzuki.

La educación, más que un método o una técnica, es un arte. El educador es un “artista de la vida”, como diría D.T. Suzuki. El arte, ante todo, es producción de belleza para ser disfrutada. Si la educación, en lugar de ser disfrutada, es sufrida, como si fuese un fardo difícil de cargar, fácilmente induce al desánimo y a la deserción.

Celebro algunas de las manifestaciones del nuevo Ministro de Educación, don Edgar Mora, porque me parece que están apuntando en la dirección correcta. Por ejemplo, su propuesta de un sistema que no castigue al estudiante, sino que lo estimule a desarrollar sus potencialidades al máximo, sin necesidad de apelar a los mecanismos tradicionales, coercitivos y disciplinarios propios de modelos conductistas anacrónicos.

Sin embargo, no se debe confundir el arte con el facilismo; todo lo contrario, si algo exige tiempo y dedicación es el quehacer artístico. Por eso mismo, su planteamiento de que el “tiempo es la columna vertebral de la educación” es consecuente con el modelo sugerido, como también su apuesta minimalista –menos es más– en materia de gestión administrativa, para que los maestros y profesores aprovechen mejor el tiempo y se dediquen a las tareas de su competencia (“zapatero a sus zapatos”).

Estas propuestas nos conducen al debate entre modelos educativos tradicionales, más directivos y hasta represivos, y modelos modernos, más laxos y permisivos. Con acierto, un psiquiatra brasileño apuntaba que en el modelo educativo tradicional los hijos se sometían a sus padres por temor a perder su cariño, pero en el moderno son los padres quienes se someten a sus hijos por miedo a perder su cariño. Además, agregaba que ahora cualquier niño de seis años les gana un pleito a sus padres; de ahí la lógica del péndulo: la búsqueda del equilibrio.

Los equilibrios en educación no son nada fáciles, pero es el camino estrecho que conduce a grandes logros. Maestros y profesores con más tiempo para dedicarse a leer, investigar y profundizar los conocimientos propios de su materia, sin duda, aportaran con más calidad a la formación de sus estudiantes, pues de eso se trata: forjar el carácter de un ciudadano para enfrentar los desafíos y retos de su quehacer profesional futuro. Asimismo, dispondrán de más tiempo para hacer de la experiencia del aula un laboratorio de actividades creativas, colectivas, lúdicas y afectivas, que enriquezcan el proceso de aprendizaje. Estudios han demostrado que programas de aprendizaje socioemocionales reducen la conducta violenta y antisocial, y favorecen la prosocial y el rendimiento académico (Weissberg).

Estudiantes mejor estimulados –sin recurrir a evaluaciones que solo sirven para reproducir conocimientos que hoy ofrecen las nuevas tecnologías de la información, sino más bien que les enseñen a pensar y crear, así como a trabajar en equipo– serán más capaces de atender a las nuevas demandas de profesionales creativos y versátiles: “artistas de la vida”.

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