Opinión

Ejemplaridad Pública I

Hace unos días revisando la edición de la publicación mensual OJO, del 17 de marzo pasado, me encontré una reseña de un libro

Hace unos días revisando la edición de la publicación mensual OJO, del 17 de marzo pasado, me encontré una reseña de un libro que solo por su título me evocó una página de la historia de la UCR de 1952, cuando fue juramentado Rodrigo Facio Brenes como Rector.

Se trata de un libro del filósofo español Javier Goma, que denomina  la Ejemplaridad Pública como modelo de gobernanza frente a la crisis (Taurus, 2009).

En este primer artículo quiero compartir dos ideas sobre este concepto de Ejemplaridad Pública.

Primero, “el concepto de ejemplaridad satisface adecuadamente la doble demanda, de ahí su amplia recepción social. Por un lado, ejemplaridad sugiere ese plus de responsabilidad moral extra-jurídica, exigible a todos pero en especial a quienes se desempeñan en cargos financiados por el presupuesto público. Por otro, la ejemplaridad no admite una parcelación en la biografía entre los planos de lo privado o lo público —artificio válido en Derecho, no en la realidad— porque denota aquello que Cicerón denominó “uniformidad de vida”, una rectitud genérica que involucra todas las esferas de la personalidad. “Ejemplar” es un concepto que responde a la pregunta de cómo es, en general, alguien, y si parece o no digno de confianza”.

Segundo, me agrada de Goma, cuando explica aun más este concepto: “Había un duro reproche a conductas de personas que no eran procesadas o que, siéndolo, recibían luego la absolución del tribunal. Aunque no sancionables en Derecho, repugnaban a la percepción mayoritaria de lo decente y lo honesto. Se necesitaba una palabra que explicara ese plus extra-jurídico de exigencia moral a dichas figuras. En una sociedad justa —esta sería la conclusión— cumplir la ley es condición necesaria pero no suficiente”.

Lo anterior me permite compartir una reflexión. Ante la noticia: “Normativa no permite instruir un proceso contra el Rector” (12-8-2016), afirmo sin temor a equivocarme que Rodrigo Facio se está revolcando en su tumba al observar semejante agravio a su querida alma máter.

¿Y por qué reitero lo anterior? Ya que al revisar algunas Actas del Consejo Universitario (CU) inmediatamente después de dicha juramentación, observo en esas bellas, sencillas y coloquiales páginas de nuestra historia universitaria, que se retrata un órgano deliberativo, respetuoso de la disidencia, prudente y siempre preocupado por los altos ideales del “lucem aspicio”.

En esta coyuntura especial para el CU les propongo discutir, debatir, consultar y escuchar las diversas lecturas, impresiones y opiniones de la comunidad universitaria, especialmente de aquellos y aquellas que aspiran ser parte de ese órgano deliberativo por excelencia. Estoy convencido que de ese ejercicio típico de esta “pequeña República Universitaria”, podremos al rato, identificar las mejores opciones que recuperen, lo que don Ricardo Jiménez Oreamuno pensaba: “prefiero la universidad autónoma; la universidad no debe estar bajo ninguna sombra sino a la luz meridiana; debe ser absolutamente libre, sin bandera, sin tendencia, sin secta”.

Por lo antes citado, resulta imperativo que podamos al fin, más pronto que nunca, “poner las barbas en remojo”, como nos recomendaban  nuestros sabios abuelos; y por fin actuar.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido