Los países, al igual que cualquier otra creación humana, se diseñan y se remoldean constantemente. En el avanzar de ese ínterin, poco a poco toma forma un ideario y unas bases político-ideológicas con las cuales se construyen sus instituciones. Ahora bien, cuando nos referimos a las instituciones encargadas de difundir el saber científico, como escuelas, colegios y universidades, el énfasis jurídico debe ser más protectivo a su favor.
Varios textos sagrados coinciden en que el hombre fue formado con barro; provenimos de la Tierra, pues nos moldearon con ella. ¿Y el conocimiento, de dónde proviene? Ese placer que nos cautiva y hace que nuestra existencia sea más digna de ser vivida y compartida. El saber científico-filosófico de las humanidades que dan vida a nuestro barro, ¿de dónde surge? Uno de esos textos antiguos, La Biblia en otro de sus libros (además del aludido), menciona que el rey Salomón no pide para él riquezas, ni oro, ni bienes materiales, pide sabiduría y conocimientos a Dios, para gobernar a su pueblo. Efectivamente, Dios le concedió lo que pidió y muchas más cosas. Ese pasaje y algunos otros nos hacen que podamos concluir que los conocimientos que nos mueven el espíritu provienen del cielo, de las manos del Creador.
Parte esencial de la educación pública es el quehacer de la Universidad de Costa Rica, ella fue ayer y es hoy un emblema del pueblo costarricense, contribuye en la difusión de ideas, e invierte en acción social. Para comprender el qué y el por qué de su existencia, del ideario trazado en la Constitución Política sobre ella y sobre su autonomía, debemos remontarnos al contexto de formación de la identidad costarricense que la creó.
Nuestro constituyente originario de 1949 también agregó algo de ese fundamento humano que proviene del cielo, en el diseño constitucional, y para ello, garantizó la educación primaria gratuita, obligatoria y financiada por el Estado (art. 78). Y, asimismo, creó la Universidad de Costa Rica (art. 84), como centro a partir del cual el saber y la transmisión de la información se difuminaría como una semilla para fertilizar, crecer y hacer construir a nuestro país. La dotó de una autonomía aún superior a la de cualquier otra institución autónoma, pues goza de autonomía en grado máximo incluyendo la de autogobernarse (así lo ha razonado acertadamente la interpretación de la Procuraduría General de la República: Dictamen N. 178 del 23 de agosto de 2022, entre otros).
Es por la existencia de la universidad pública que hemos construido las bases de nuestro país. Si bien el conocimiento es algo intangible, sus resultados son tan palpables como pisar las arenas del mar con la planta desnuda de nuestros pies. En las universidades nos enseñan en plenitud el contenido de aquella frase del iluminismo que nos reta también hoy: “atrévete a pensar por ti mismo”.
Todo lo anterior, lleva a realizar hoy las siguientes preguntas: ¿Construimos ya la Costa Rica que queremos? ¿Sacrificaremos inversión en educación pública de calidad, a expensas de que nuestro país decaiga en brechas insostenibles de distribución de la riqueza y el ingreso? Si algo bueno quieren hacer por nuestro presente y nuestro futuro los gobernantes y los tomadores de decisiones políticas —sobre lo cual estamos seguros—, entonces, es de principal urgencia que se sitúe en el podio de primer lugar, que le otorguemos medalla de oro y además resguardemos la educación pública; caso contrario, veremos los resultados frente a nuestros ojos: jóvenes que son mano de obra no calificada y que aportan poco a sus hogares. Jóvenes que se mueven día a día, sin otro estímulo más que sobrevivir, porque están insertas en un mundo globalizado que avanza de forma centrípeta hacia la electronificación y automatización de casi toda forma de trabajo, y que no podrán insertarse en ese mundo si no les dotamos de las herramientas necesarias para hacerlo. Podremos derivar otras consecuencias nefastas cuando los políticos consideren que estrangular el presupuesto para educación pública solucionará las actuales discrepancias en la distribución de la riqueza en nuestro país, ese no es el kit de la cuestión hoy día.
Alejandro Alvarado Quirós, en 1925, plasmó la siguiente frase: “¿cuál será en un corto plazo el avatar de esta venerada patria, nuestra tierra prometida, cuando disponga de los recursos de la ciencia, que parecen obra de magos, al suprimir la distancia y acortar el tiempo?” Pues hoy podemos responder a esta pregunta que la tierra que mana leche y miel es la educación pública; sin embargo, parece que quieren arrebatarla de nuestras manos y de las de nuestros jóvenes que constituyen su razón de ser. Es definitivo, con la educación pública transitaremos de la mano, sí o sí por la autopista de la era digital.