Opinión

Educación de antaño vs educación virtual

Nuestro país, por muchas décadas, se caracterizó por ser un ejemplo ante el mundo, no solo por su paz, libertad y democracia, sino también por sus bajos índices de analfabetismo. Desde que se instauró en Costa Rica el acceso gratuito y obligatorio a la educación, incluida en la Constitución Política de 1871 y reafirmada en la posterior Constitución de 1949, aparecieron como “brotes de invierno” las escuelitas en los más remotos rincones de aquel país campesino de entonces. El “chiquillo” de campo, pobre, descalzo y medio harapiento, podía asistir a la escuela pública y sembrar sus esperanzas e ilusiones no solo en la huerta de su escuela sino también en el pupitre, sin redes sociales y sin internet.

Lo cierto es que fue, precisamente, gracias a esa educación equitativa, igualitaria e inclusiva que surgió esa forma hermanable, solidaria y desprendida que ha caracterizado al tico en su ADN idiosincrático y que hizo posible el ascenso —a veces desde la pobreza más extrema— de innumerables ticos que día a día se encontraban “desde buena mañana” en las pintorescas escuelitas de antaño, donde ponían en práctica auténticos principios y valores para una sana convivencia en sociedad y compartían su fortuna y sus miserias. El “mocoso rico” y el “mocoso pobre”, nadie era “de arriba” o “de abajo”; todos eran iguales bajo el reconciliado cielo del respeto y la fraternidad (aún no existía la descomunal e injusta brecha entre la educación pública y la educación privada).  

Y es que, pese a las modernas exigencias de una sociedad sobre-estimulada por la pulsión consumista y de los imperantes y acelerados cambios en este mundo moderno y tecnológico —sobre todo en estos tiempos de post pandemia en que se ha hecho inobjetable y necesaria la educación virtual y a distancia—, la irrefutable realidad no ha hecho otra cosa que desnudar las evidentes falencias en la Educación Costarricense,  donde queda  demostrado que  el asunto de la calidad y el objetivo final en la educación va mucho más allá y que no se alcanza ni se soluciona solamente con atiborrarle el cerebro de información a los estudiantes, ni con tenerlos las 24 horas  “enchufados” a la Internet (y lo estuvimos viendo con el estrés y las “carreras” de los educadores durante el 2020, en plena pandemia, por intentar estar conectados con sus alumnos).

Y es que, a pesar de los innegables aportes positivos de las modernas tecnologías y de la imperante necesidad (por ahora) de una educación virtual y a distancia, tampoco podemos negar que, definitivamente, ¡por internet no se aprende a vivir! Poco o nada se logrará con esto, ¡si a los estudiantes no se les enseña a pensar!, a ser analíticos, racionales y críticos (y esto, irrevocablemente, es un proceso fundamentalmente presencial: ¡se enseña con el ejemplo! Debemos impulsar a los estudiantes a ser conscientes de su entorno y de la realidad de su país, a asumir su papel de patriota con los pies sobre la tierra, dueños de su propio pensamiento, empoderados de su destino, inamovibles en el criterio de sus propias convicciones. El asunto de fondo es formarle como ser humano, que de adulto sepa asumir sus derechos, deberes y responsabilidades y desempeñar con hidalguía, decencia ética y moral su papel de ciudadano; y no simplemente conformarnos con insistir en “graduarlo” como otro “profesional” más —a menudo salido (“medio sancochado”) de una de esas “universidades de garaje”, donde se venden títulos como vender chayotes—. Un graduado más, saturado de información y “barnizado” de conocimientos, a menudo con desdibujadas o nulas nociones de la moral y la ética y con el peligrosísimo agravante de que, al contar con semejantes atestados, bien podría llegar a ser ¡hasta diputado! o peor y más peligroso aún: ¡presidente de la República!

Indudablemente la “educación” seguirá siendo la “piedra angular” de cualquier país, cultura o civilización. Solo la Educación empodera a las sociedades con el arma rotunda e invencible del pensamiento, la razón, el criterio y la autoafirmación. Y es la que da razón de ser a los pueblos mediante una transformación a partir de las ideas y no de la violencia; sin embargo, cuando los pueblos inexorablemente se ven violentados, arrinconados y acorralados en la impotencia por gobernantes corruptos y traidores a la Patria, será la educación, ¡y solo la educación!, la que tome la palabra y levante el estandarte de la defensa de la más diáfana justicia y los más sagrados derechos. Desde este punto de vista, las protestas auténticas, sinceras, respetuosas, dignas y justas, ¡pero aguerridas!, (que, de alguna forma, son las hijas directas de una auténtica educación), ¡siempre seguirán siendo legítimas y hasta necesarias! (al margen de cualquier “izquierda” o de cualquier “derecha”), como durante décadas lo demostró en nuestro país aquella educación de antaño que, pese a todas las limitaciones y todas las carencias, siempre sacó su coraje y su pundonor a la hora de defender los derechos de los ciudadanos y enfrentarse a las injusticias y atropellos de los gobiernos corruptos. 

Sí: la educación será siempre el pilar fundamental de todas las libertades y las robustas democracias, pero solo cuando se la eleva al pedestal de honor de una educación pensante y contestataria y, mejor aún, si va acompañada por la denuncia y la protesta justas, pacíficas, indeclinables y dignas (como la de Gandhi), será entonces, ¡y solo entonces!, que de una manera excelsa e iluminada inevitablemente seguirá siendo —querámoslo o no—, ¡la madre de todos los cambios!

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