Opinión

Dos caminos

Cada vez que la vida nos coloca frente a una encrucijada, cuando no sabemos qué camino tomar, cuando la balanza se inclina por mucho hacia el lado donde están las acciones que hicimos mal, justo allí, afloran los sentimientos ocultos de culpa, esa que sentimos solo por desear algo; como si lo que queremos es mucho para lo poco que merecemos. En ese momento sentimos la necesidad de ocultarlo y entregar lo que somos con sacrificios, al mostrar compasión por otros, aunque jamás sea valorado y signifique nuestra propia felicidad.

De repente aparecen nuestras defensas, esas que luchan como atacando una enfermedad… cual soldados en una batalla defendiendo sus intereses, allí están nuestro amor y respeto propio, esos que a menudo ocultamos, pero que quienes nos aman nos los recuerdan.

Aflora en nosotros un amor propio que pocas veces sentimos, uno con el que quisiéramos ser tratados, y no nos damos cuenta que no depende de nadie más. En ocasiones dejamos de lado los consejos de quienes amamos y quienes más nos aman, pues intentan hacernos ver lo que ellos ven y lo maravillosos que somos, no obstante, no nos damos cuenta. Esos seres que nos aman también intentan hacernos ver que la felicidad es absolutamente individual, que no depende de nadie y consecuentemente la felicidad de los otros jamás dependerá de nosotros, con menos razón si eso significa sacrificio o infelicidad por parte de alguno.

Cuanto deseamos realmente que la vida fuera más plana, o al menos no la montaña rusa de disyuntivas que enfrentamos casi a diario y que al final no son más que las consecuencias que nos han traído las malas decisiones tomadas. Cuando nos encontramos en situaciones en las que toda la responsabilidad de cambiar el rumbo es absolutamente nuestra, nos abrumamos, y de repente nos enfrentamos con lo que siempre quisimos en las manos y no sabemos qué hacer con ello, solo esperamos a que algo nos eche un empujón o nos rescate. Queremos huir de la realidad, porque resulta muy fácil ser cobarde, no ver la situación que tenemos y que en algún momento debemos enfrentar; resulta más fácil no hacer frente a decisiones impostergables, hasta que nos damos cuenta que  sencillamente no se puede vivir así.

Nos preguntamos para qué preocuparnos por nosotros mismos, como si no lo merecieramos, constantemente luchamos con demonios internos que viven en lo profundo de nuestras almas y que quieren salir a llenarnos de dudas e inseguridades, y por lo general ganan la batalla para volver a donde pertenecen: en ese rincón del alma donde aguardan otra oportunidad para volver a salir, solo dejan destellos de culpa y recuerdos oscuros que queremos borrar, pero no podemos.

Sentimos que nuestra felicidad no vale la pena, la culpa gana terreno, nos cuestionamos nuestra poca capacidad de hacer felices a otros, y es entonces cuando nos encontramos desesperados por no saber cuál camino tomar.

De repente tenemos la opción de ser egoístas y buscar lo que queremos, aunque ello signifique dejar de lado lo que consideramos que se ha construido, nos sentimos con el derecho de mostrar nuestro lado frío, irresponsable, mezquino y egoísta, que nada a nuestro alrededor importe más que nuestro objetivo, a pesar de que represente un sufrimiento ajeno.

Pero, si hacia el otro lado miramos, tenemos otra opción, quizá la moralmente correcta; luchar por eso que tenemos, que sentimos seguro, estable y sólido, un ideal donde todos son felices, excepto nosotros, no importa si está hecho de apariencias.

Nos acostumbramos a cierto estilo de vida, nos hacemos de alguna forma tolerables a un estilo de dolor diferente, en el cual lo que queremos no importa, lo que sentimos importa aún menos, acostumbramos a los demás a creer que nuestros deseos son berrinches o egocentrismos y todo lo arreglamos reprimiéndolo. Total, no importa, mientras que con nuestros gritos ahogados lo único que buscamos en el fondo es salir a flote y poder respirar porque ya no podemos sostener por más tiempo la respiración que hemos mantenido por años.

Hemos vivido reprimiendo lo que nos gusta, lo que queremos, lo que pensamos, pues creemos que debemos disculparnos por todo, aunque no tengamos la culpa, aunque por alguna extraña razón siempre terminamos siendo culpables. Además, creemos que las cosas malas que nos suceden, las merecemos, y que no existe redención por cualquier daño que hayamos cometido antes.

Cargamos con pesos del pasado, con culpas que jamás fueron perdonadas, esperamos que sean liberadas, no solamente por los demás, sino, por nosotros mismos, que al final, somos los más duros juzgándonos.

Creemos a lo largo de la vida que nuestra misión no es otra que buscar que los demás estén bien, aunque no lo estemos nosotros, total no importa, porque en el fondo sabemos que somos fuertes y podemos con todo. Sabemos lo que queremos, pero no podemos manejar la culpa que representa, porque lo que queremos nos haría pagar el alto precio de sacar personas, cosas y recuerdos del camino, y esas personas hacen fuerza al lado contrario de la cuerda, imposibilitándonos avanzar.

Vislumbramos un futuro incierto, pero con mucha esperanza, con quienes amamos y por quienes daríamos la vida de ser necesario, por quienes justamente creemos que estamos haciendo lo correcto y por quienes nos intentamos convencer de seguir adelante, pero a la vez algunas sombras opacan la ruta y ahí surgen las dudas.

Los procesos que pasamos a veces son duros y muy dolorosos, más de lo que imaginábamos y no es reconfortante decirnos que deben pasar y que son lo que nos forjan, porque al final es muy fácil hablar viendo todo desde afuera, solo nosotros sabemos cuánto nos duele, cuanta lucha interna hay y cuánto nos cuesta parecer fuertes, cuando en el fondo solo queremos dejar que todo marche a donde sea y resignarnos a un final.

No sabemos si luchar por el ideal de otros, pensamos incluso que vale la pena sacrificarnos y suprimir lo que queremos, aunque sabemos que el ciclo vuelve y solo será cuestión de tiempo, hasta que una nueva ola de entusiasmo por cambiar todo nos vuelva a impulsar y haga que luchemos por nuestros ideales y volvamos al mismo punto de donde siempre partimos.

Sentimos estar en un mal sueño, de esos en los que gritamos y nadie nos escucha, de esos en los que caemos al abismo y de un brinco despertamos, de esos en los que siempre despertamos en el mismo punto y no sabemos cómo terminará… así tal cual, no sabemos si hacemos lo correcto, si cometemos errores o si realmente es la hora. No sabemos si todo lo que queremos hacer es lo que debemos hacer o, por el contrario, lo que debemos sacar de nuestras vidas es más bien lo que debemos trabajar para cambiar y mejorar.

Al final todo termina donde vuelve a empezar, sin encontrar respuestas, de repente estamos una vez más allí, en frente de dos caminos sin saber cuál tomar.

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