Opinión De la columna Gato por liebre

Don Fernando y los molinos de Dios

Se ha escogido a la persona que representa la reserva moral de ese Poder de la República, un funcionario íntegro y valiente, un juez independiente

El Dr. Fernando Cruz Castro ha sido designado presidente de la Corte Suprema de Justicia. Una vez más, al pleno de magistrados y magistradas no le ha quedado más remedio que acertar. Con más dificultad de la esperable, -dado que hubo un pulso todavía importante con quienes se resistían a ver la gravedad del momento-, se ha escogido a la persona que representa la reserva moral de ese Poder de la República, un funcionario íntegro y valiente, un juez independiente y un ser humano inteligente, maduro y, como si fuera poco, culto.

Sus mayores fortalezas radican en esa independencia, que ha sabido defender contra viento y marea. Pagó con creces y larga espera el haber actuado contra poderosos personajes políticos cuando le tocó ser cabeza del Ministerio Público, hasta que una convergencia de casualidades le elevó a la magistratura en el 2004, cuando él mismo había tirado la toalla y el país corría el riesgo de perderse todo un jurista del más alto nivel. Después fue el centro de la más importante lucha que se haya librado en este país por la independencia de la judicatura, cuando, en el 2012, una conspiración legislativa impresentable quiso no reelegirlo como magistrado, aduciéndose los motivos más ridículos y banales. En el fondo, se trataba de motivaciones inconfesables de una élite político-económica que no tolera la disidencia, aunque se trate de una minoría.

No sé si esos sectores, en medio de su miope prepotencia, se han dado cuenta del bumerán que lanzaron y que se les ha devuelto con contundencia. El Poder Judicial y buena parte de la ciudadanía se levantó en aquél momento e impidió que se perpetrara el más innoble golpe a la independencia judicial, más propio de una banana republic que de la democracia consolidada de la que presumimos.

Reitero que una vez más, a la Corte Suprema no le ha quedado más remedio que acertar, como cuando llamó a cuentas al exfiscal Jorge Chavarría y obligó su salida (por cierto que fue una interpelación de Cruz, un año antes de la debacle, la que puso en el foco lo que no sucedía en el Ministerio Público); acierto también,como cuando se disciplinó al Magistrado Gamboa que concluyó en su destitución, o sancionó a la Fiscal Adjunta, así como cuando nombró en la Fiscalía General a Emilia Navas (en un gesto de echar mano a la reservas éticas y de credibilidad que quedaban en el MP). Pero la Corte ha atinado finalmente en el juzgamiento disciplinario de los miembros de la Sala Tercera por el carpetazo infundado a favor de dos diputados en ejercicio y que de igual manera, han precipitado, al día de hoy, la salida de dos de ellos, incluido el expresidente de la Corte.

Lo sucedido hasta hoy no es poca cosa. Por muy costoso y penoso que este proceso haya sido, no deja de ser una ventaja que esta democracia, en medio de sus precariedades, ha puesto a funcionar saludables mecanismos de control que han corregido una deriva hacia el descalabro más acabado. Lo grave en una democracia no es que haya actos de corrupción, lo realmente grave es que no se descubran ni si sancionen.

Al enterarme de la designación de Cruz Castro, solo se me ocurrió decirle: “nunca he visto moler los molinos de Dios como en tu caso”, porque si alguien se ha enfrentado a lo peor de los poderes oscuros y ha encarnado lo mejor del espíritu republicano, en cuanto a la división de poderes y el necesario control de pesos y contrapesos, ha sido él. Que hoy el Dr. Cruz encabece el Poder Judicial, contra toda predicción plausible, siendo el “hombre-salmón” que por décadas ha luchado contra corriente y que no ha cedido nunca al acomodo fácil ni a la complacencia cortesana, es motivo para darle a esta ciudadanía un aliento esperanzador.

Pero creo que se me quedaba en el tintero una última virtud del nuevo presidente judicial que es arma de doble filo: estamos delante de un buen cristiano, sabe de perdón, compasión y amor al prójimo. Pero esta es una circunstancia de doble filo. Don Fernando tiene que saber que no todo el mundo es así, que hay muchos que ahora querrán aprovecharse de esa bondad, y que alzarán la copa al grito de “muerto el Rey, viva el Rey”, haciendo gala del oportunismo que los caracteriza. Tiene además que tener claro que es hora de borrón y cuenta nueva, sobre todo en cuanto a su equipo más inmediato, el que le ayude a reconstruir, con tesón y paciencia de alfarero, las piezas destrozadas.

Porque si algo estuvo realmente mal en tiempos recientes, fue sacrificar la preparación y la competencia de funcionarios en puestos clave, en el altar del amiguismo y la incondicionalidad. Don Fernando requiere rodearse de la gente que sepa decirle lo que no quiere oír, aunque duela. De igual manera él, que padeció la obsesión tenaz de algún difamador profesional, debe tener presente que esa es gente de peligro, capaz de hacer mucho daño a personas decentes, por lo que conviene mantenerlos alejados.

Termino recordando, ahora a todos y todas, que el siglo XXI ha de ser el de la transparencia y la rendición de cuentas. En las democracias contemporáneas no hay lugar para lealtades más allá de la Constitución y las leyes, y no hay lugar para organizaciones ni círculos regidos por el secretismo.

 

José Manuel Arroyo

Doctor en Derecho, egresado del doctorado en filosofía,
exmagistrado de la Sala Penal, ex vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia.

 

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