Opinión

Dicen que Beto Moreno ha muerto

El Beto Moreno que yo conocí, intenso, apasionado, díscolo, creativo, no puede haber muerto.

El Beto Moreno que yo conocí, intenso, apasionado, díscolo, creativo, no puede haber muerto. El cuerpo que yacía en la funeraria, el que fue cremado, no era Beto Moreno. Beto vive en su obra, en sus hijas e hijos, en sus discípulos, en su compañera, en fin, en todos los que alguna vez entramos en su vida.

En este momento, cuando el dolor me embarga, quiero compartir las circunstancias en que conocí a Beto. Pido disculpas a quienes lean este homenaje que quiero rendirle a quien me volvió a encaminar hacia la Universidad, pues para hablar de Beto tendré que referirme a mi circunstancia.

En las décadas de los 70 y los 80 sabíamos que la revolución era posible y había que apresurar el paso para que llegara. La lucha armada se nos presentaba como la vía para alcanzarla. Algunos, también en Costa Rica, emprendimos el reto. No nos quedamos en las divagaciones de café, decidimos pasar a la acción. La represión fue implacable y con nuestros huesos fuimos a parar a la cárcel. Carlos Enríquez murió en el intento, Viviana Gallardo fue asesinada y Alejandra y Magally heridas mientras estaban recluidas en un calabozo.

Luego de varios años de prisión tuve que tomar decisiones sobre mi futuro. Se me abrían dos opciones: sumarme a otras luchas revolucionarios o quedarme en Costa Rica. Al decidirme por esta última, consideré la posibilidad de concluir mi carrera de comunicación. Me propuse retomar los estudios en cautiverio. Una de mis hermanas habló con Mario Zeledón, entonces director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva. Él accedió a que se me impartieran clases en La Reforma y llevó el asunto a Asamblea de Escuela, en donde fue aprobado. Tres profesores, todos interinos, se ofrecieron a darme clases. Solo Beto lo concretó. Y durante varios meses, cada miércoles, casi siempre acompañado por sus dos asistentes, Gabriela Hernández y Annette Soto, iba a La Reforma. Recibía mis lecciones de Producción Gráfica y Producción Audiovisual tras mallas, barrotes y alambrados. Hablamos sobre composición, la Bauhaus, teoría del color, Kandinsky, semiótica, cine, literatura… Así, con su locura y entusiasmo, los muros de La Reforma se hicieron insuficientes para aislarme del mundo.

Entre otras tareas, me propuso escribir un guión audiovisual. Algún tiempo atrás había escrito un cuento sobre el asesinato de Viviana, La premonición. Partiendo del hecho real de que Viviana manifestó en su última noche el presentimiento de que la asesinarían, inventé su propósito de salvar a sus compañeras. A la sazón, así fue: Viviana, con su cuerpo detuvo los 14 balazos que hubieran acabado con Alejandra y con Magally. El guión fue solo el primer paso de aquel reto.

Ahora hay que producirlo, me dijo.

Solo en la cabeza de Beto podría caber aquella idea. ¿Producir un video cuando me encontraba preso? ¿Meter las cámaras a prisión? ¿Y la escenografía? ¿Y el vestuario? ¿Y las actrices? En su loca imaginación todo eran minucias.

Y aquel entusiasmo contagiante lo hizo posible. El jefe del Departamento Docente de la Reforma, que se había comprometido con mi retorno a la Universidad, gestionó los permisos. La escenografía la construimos con José Luis Rojas, preso político y actor. Con cartón, algo de madera y palos de escoba construimos un calabozo que engañó a los expertos. Alberto consiguió quién asumiera los papeles de Viviana y Magally. Y aunque era un hecho real abordado como ficción, adquirió un carácter documental por dos razones: sus primeras tomas se hicieron en una cárcel y Alejandra, en un acto de coraje de los que solo ella es capaz, se interpretó a sí misma reviviendo aquella funesta madrugada en que Viviana, aunque le salvó la vida, no pudo impedir que algunas balas la hirieran.

Hicimos las primeras tomas. Un amigo colombiano preso, hizo el papel del cabo Bolaños, el asesino. Las botas y el pantalón de fatiga, prendas imprescindibles del vestuario, fueron cedidos por el vigilante que tenía a cargo el cuidar que la locura de Beto no escapara o, peor aún, contagiara a otros presos.

Beto puso las cámaras, los camarógrafos, las luces y, más adelante, el equipo de edición.

Para completar aquella disparatada producción, teníamos que hacer coincidir la grabación con el día de mi visita conyugal. Alejandra, mi compañera, quién aún permanecía presa, era trasladada una vez cada quince días para la visita conyugal.

No llegamos a grabar en La Reforma las tomas del asesinato. Ya habíamos avanzado ideas de cómo conseguir la ametralladora, que no sería de utilería, cuando me trasladaron a un centro de confianza. Esto me permitió salir durante el día de la cárcel, retomar mis estudios, ahora sí en las aulas, pero cada noche tenía que retornar a prisión.

Por cierto, el día en que después de seis años pude caminar por las calles, almorcé con Beto, otro amigo y mi familia.

Pasaron varias semanas mientras lograba aclimatarme a aquella cárcel de medio tiempo. Entonces retomamos el proyecto. Y en este conjunto de dislates, logré conseguir un permiso para que me permitieran entrar con un pick up a La Reforma para desmotar el calabozo y trasladarlo a barrio Amón. Ahí, en una vieja casona de madera, que hasta hacía pocos días había sido la residencia de Beto, en la sala, instalamos el calabozo. Ahí completamos la grabación. Luego Beto se encargó de editar y sonorizar.

La Premonición la presentamos por primera vez en un homenaje que organizamos a Viviana Gallardo.

La copia que tenía de aquella producción sucumbió ante los hongos. No sé si subsistirá alguna otra. Hoy, Viviana, La premonición y Beto Moreno son leyenda.

Parafraseando a Julius Lester, poeta y dirigente de los Panteras Negras, podemos decir que lo importante de Beto Moreno no es que haya muerto sino que haya vivido.

Por ahí dicen que Beto Moreno murió. Yo doy fe de que no es cierto.

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