Opinión

Diálogo y negociación para atender los territorios del descontento

El país se encuentra en uno de los momentos más complejos de la historia política reciente. De hecho, si tuviésemos un sistema parlamentario, el gobierno estaría enfrentando probablemente una moción de censura para forzar su dimisión. La situación sanitaria sigue compleja y la cantidad de fallecidos por COVID 19 se acerca al umbral de la primera causa de muerte este año. El gobierno parece perdido en este vendaval y la llama del descontento prendió fuego, sobre todo fuera de la GAM.

¿Cómo llegamos acá?

El descontento, la furia y el desencanto con la política -el cabreo político- no son fenómenos nuevos ni exclusivos de nuestro país. La globalización deja perdedores y ganadores y existe un retorno global al populismo nacionalista. El estilo de desarrollo desigual, próspero para algunos sectores de la GAM y empobrecedor para las mayorías de las regiones costeras y fronterizas, las desigualdades en la calidad de los servicios del Estado entre centro y periferia, la erosión de las lealtades partidarias y el papel polarizante de las redes sociales han sido un acelerante que la llama de la crisis económica y la pandemia terminaron de encender. Ese descontento es diverso y fragmentado porque cada grupo, a menudo cada persona, tiene sus propias reivindicaciones ligadas directamente a su vulnerable modo de subsistencia. Además, tiene una base territorial específica y por ello he hablado antes de territorios del descontento.

En términos políticos, esos territorios del descontento fueron captados parcialmente por el Frente Amplio en la elección de 2014. Como esos grupos y sus reivindicaciones son volátiles y solo tienen el cabreo político en común, en 2018 se fueron a las tiendas de Restauración Nacional. La huelga de 2018 los movilizó de nuevo, pero en 2020 no tuvieron eco en las elecciones municipales. Hoy José Miguel Corrales y Célimo Guido afirman ser los líderes de ese movimiento. No lo creo, porque ese movimiento no existe como tal, sino que son muchos, cientos de grupos diversos que no se sienten representados por ellos, dos figuras clásicas de la política nacional que han renacido a costa de arengar en las calles.

El gobierno actual, por diversas razones, ha sobrevivido todo este tiempo sin un Ministerio de la Presidencia proactivo y sin una estrategia política clara y efectiva. Tampoco ha tenido una estrategia de comunicación oportuna y el estilo ausente del Ministro de Comunicación tampoco ayuda a la transparencia. Eso es particularmente crítico para la función de diálogo con sectores y territorios que le corresponde al Ministerio de Presidencia (su relación con el Legislativo es más compleja y creo que ha tenido aliados que le han hecho la tarea). Su apuesta de asignar encargados territoriales ha sido un fracaso y las protestas en todo el territorio son la prueba. Casa Presidencial no ha hecho la tarea en estos casi tres años de escuchar las inquietudes de una gran diversidad de grupos y mucho menos ha logrado atenderlas. Los conflictos se deben desactivar antes de que lleguen a la calle porque sino el costo de negociación aumenta. Esto lo saben los grupos, pero parece que en el gobierno muchos no lo creen y más bien se sienten fuertes para sostener el desgaste. No, no pueden.

¿Cómo salir de esta crisis?

El gobierno debe reconocer el tamaño de la crisis sanitaria, social, económica y política que tiene al frente. Esto implica no solo mostrar las cifras de la situación fiscal sino comprender que la solución los trasciende. Si estamos en un momento histórico, se requiere de verdad que se muestre voluntad de participar a otros actores y que las fuerzas, internas o externas, que en este momento bloquean el diálogo verdadero se hagan a un lado (o el Presidente les pida que lo hagan).

Un proceso participativo y realmente democrático de negociación debe tener claridad sobre las reglas de juego, sus participantes las deben aceptar y sobre todo debe existir certeza de cuál es el objetivo del proceso. Por cierto, el diálogo no es solo escuchar, es comprometer. Todos los actores deben aceptar que el producto final no será el cumplimiento del 100% de sus demandas o posiciones sino el producto -la política es el arte- de lo posible.

En el diálogo sobre el ajuste fiscal -con o sin FMI- debe asegurarse la participación de los verdaderos agentes tomadores de decisión, las fracciones legislativas. Ello acompañado de actores de la sociedad civil que puedan conectar con los sectores. La discusión debe ser sobre asuntos específicos y para ello sugiero se haga un mapeo/listado de todas las medidas posibles y se verifique con cada actor su acuerdo o no con cada una de ellas. Esto obligará a los participantes a mostrar sus cartas y dejar los cálculos electorales. Ese proceso debe ser expedito pero cuidadoso y culminar con una matriz de puntos de encuentro y desencuentro que faciliten la negociación.

Ese proceso es urgente, pero no suficiente. En el corto plazo, el gobierno debe salir de la GAM y visitar cada territorio del descontento, cada bloqueo si quieren especificidad, levantar un listado de necesidades y buscar salidas equilibradas para cada situación. Así podría empezar a enmendar el vacío que han dejado estos años de ausencia de diálogo. Frente a ello, las fuerzas oscuras que solo quieren crisis se quedarán sin argumentos para continuar lucrando políticamente con el caos.

Si realmente nos tomamos en serio lo que expresan los territorios del descontento, el gobierno debe liderar una estrategia de mediano plazo para cambiar el estilo de desarrollo de forma tal que se reduzcan las desigualdades y la “productividad” no se base en la explotación desmedida de la naturaleza o las personas trabajadoras, sino realmente en la innovación, la creatividad y las capacidades de las personas y los recursos naturales. Se trata de construir de forma participativa y territorialmente -con apoyo del Estado-, una trasformación productiva sostenible con la naturaleza y solidaria con las personas. No hacerlo nos mantiene en la ruta de colisión y el costo cada vez será más alto para todos: para las personas más vulnerables, para la democracia y para aquellas personas que creen que pueden lucrar en este país sin aportar su cuota de responsabilidad.

6 de octubre de 2020

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