Opinión

Desafíos costarricenses

Si en una sociedad que se considera poderosa y ejemplo civilizatorio, como EUA, concurren desafíos graves como la pandemia en curso y el racismo, su liderazgo político, democrático o no, debe encabezar la transformación de esos desafíos en problemas. El desafío es algo que nos reta. El problema es el mismo desafío, pero al que se intenta racionalmente dar respuesta. Sí, el desafío presenta urgencias, pues algunas respuestas intentarán racionalmente apagar incendios y otras buscarán, también con la racionalidad adecuada, evitar que los desafíos vuelvan a producirse.  Es decir, existen problemas que urge resolver y problemas cuya exigencia pasa por buscar y diagnosticar desafíos sistémicos o estructurales. Si en estos últimos casos la búsqueda y el diagnóstico incurren en chapucería, entonces el incendio puede agravarse y la prisa y humareda distorsionan el desafío y quizás hasta impiden transformarlo en problema. Para el presidente Trump, por ejemplo, la pandemia (según él de origen y responsabilidad exclusivamente chinas) no constituye desafío para la sociedad estadounidense. Él contrae el virus y tres días después abandona el hospital. Sin mascarilla, por supuesto. La pandemia es un invento de sus opositores y de algunos cientistas “majaderos”. Si no constituye desafío, pues no es problema.

A las autoridades políticas (dentro de ellas las mediáticas) costarricenses les cayó encima una crisis fiscal y la pandemia. Dos desafíos que se combinan (no hay manera de enfrentar la pandemia sin concurso estatal en ningún lugar del mundo) y se presentan como un Desafío. La sensatez diría que ha de cuidarse la salud (es lo que se ha hecho, aunque no toda la población lo entiende) y que debe atenderse asimismo el déficit fiscal. Que toda la población costarricense muera por la pandemia constituiría una curiosidad planetaria, pero en realidad entristecería a muy pocos si consideramos a la población mundial. El déficit fiscal, en cambio, ya interesa (es un decir) al mundo. El país tiene deudas y debe pagarlas. Si no tiene cómo pagar, puede endeudarse más y pagar. Al endeudamiento interno le pueden entrar actores internos: gobierno y diputados. Solo se les exige buena voluntad y espíritu nacional. No es poca cosa. Sus decisiones pueden discutirse apreciando sus resultados por otros sectores, pero aquí existen tiempos cortos, medianos y largos que en la pandemia no se dan.

A los circuitos financieros planetarios la salud de la población costarricense los tiene sin cuidado. Total, con la pandemia todos estamos (potencialmente) infectados. En cambio, la deuda resulta un compromiso financiero y “moral” con acreedores externos. El país verá cómo le hace. El desafío pasa aquí local e internacionalmente, por la inexistencia o existencia del país. No hay manera de poner a sus sectores de acuerdo para que recuerden que el país Costa Rica son, o somos, todos. Influyen pasados de agravios, un sector público juzgado hinchado e ineficiente y deseos muy gruñidamente sustentados de ganar yo para siempre y que pierdan otros también para siempre. A los distintos sectores enfrentados por el déficit les ocurre lo que a Trump. Resienten los desafíos, pero no desean o atinan a transformarlos en problemas nacionales. Sectores de costarricenses tienden a asumir los desafíos así: ellos se resolverán pasando por encima de otros a quienes juzgan como enemigos. Por esto, fracasan los diálogos (a estas alturas ya se les menciona con sorna). El país deja de existir aquí quizás porque nunca fue producido. Es decir, producir un país es, por sí mismo, un desafío que ha de ser transformado en problema: salud, para el país, educación para el país, existencia cotidiana para el país. Se trata de tareas colectivas. Que el país, bajo la forma de una etnia, quizá existe en algunos lo muestran, en la compleja crisis, las acciones y sentimientos solidarios que son múltiples y están alimentados por la generosidad. Un país requiere sentimientos nacionales generosos (no incluyen despreciar a extranjeros; si están aquí, son como nosotros: hospitalidad se llama).
Sin sentimientos nacionales no se pueden enfrentar desafíos nacionales que han de ser transformados en problemas nacionales. La visión no nacional querrá salidas que favorecen unilateralmente intereses particulares.

Hoy, en el extremo casi, algunos piensan en acciones que los favorezcan en las elecciones del 2022. Pandemia y déficit fiscal en un país/economía de la periferia exige visión y sentimiento nacional con sensibilidad de largo plazo. No asumirlo así lleva a salidas unilaterales que conducen a nuevas crisis y violencias. En las crisis que se experimentan como terminales es cuando una racionalidad operativa ha de alimentarse de la generosidad que permite pensar en los “otros” en el largo plazo. O sea, en el tren o bus al que pueden montarse todos no necesariamente de la misma manera y en la misma y única estación.

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