Cuando Donald Trump triunfó en votos electorales sobre Hillary Clinton en el 2016, opiné, en un artículo que creo que nadie quiso publicarme, que este 2020 la ciudadanía estadounidense no lo reelegiría. Por suerte para ella, y para el mundo, parece haber ocurrido así. Y la derrota de este 2020 deja todavía más patente, por si fuera necesario, la imprudencia temeraria contenida en tolerar que Trump fuese candidato a su reelección. En el 2016 concurrieron en su triunfo una mejor estrategia electoral de los republicanos y, según la prensa, “ayudas” del servicio de espionaje ruso que hizo públicos los trapos sucios de la campaña interna de la señora Clinton para conseguir la nominación demócrata y documentos que mostraban un incremento de la fortuna personal de ella por desempeños obtenidos más por su figuración política que por su habilidad financiera o su calidad profesional. Aun así, Clinton obtuvo más votos generales que Trump en el 2016 y fue derrotada por conseguir menos votos entre los “electores” determinados por la votación en los distintos Estados.
Mi pálpito acerca de que Trump no obtendría la reelección se cumplió, pero no me deja satisfecho. Trump no resultó arrasado por la votación ciudadana, aunque su derrota es clara entre los representantes. Pero él merecía un sólido repudio generalizado. Solo queda esperar que sus actuaciones públicas y privadas sean investigadas judicialmente y que reciba los castigos legales que le corresponden. Y desear que su condena ayude a crear condiciones para que demócratas y republicanos eleven el nivel de su trabajo político. Vale para todos los empeñados en esa tarea, central para un régimen democrático.
Curiosamente, cuando hacía la anterior reflexión, leí en La Nación S.A. un artículo de uno de sus comentaristas sanos. Se trata del australiano Peter Singer, a quien se presenta como bioeticista. Por su aproximación ética a los animales no-humanos, Singer es un autor polémico, pero en este texto (“¿Perdió Estados Unidos el alma?”, La Nación, 11/11/2020) se ocupa del resultado electoral en EUA. Singer, quien además escribe bien, comienza así su texto: “En su discurso de agosto ante la Convención Nacional Demócrata, Joe Biden proclamó que la elección era ‘una batalla por el alma de Estados Unidos’. Continuando esta metáfora, tal vez haya que concluir que los resultados parciales de la elección muestran que el diablo ya tiene en su poder buena parte de ella”. Singer sostiene su postura indicando que Trump, el hombre del demonio, habrá obtenido, ganen o pierdan sus alegatos, unos 70 millones de preferencias. Tras otros cálculos, estima la pérdida de almas en unos 144 millones. El total de votantes potenciales es de 239 millones. El diablo controla a masas.
Singer enumera a continuación las más graves mentiras de Trump. Que la pandemia no era más peligrosa que un resfrío. El costo de esta patraña: 727 muertos por millón de personas en EUA. En Australia, país de Singer, 35 muertos por millón. En Costa Rica, 114. Los incendios en California y Oregón obligaron a evacuar a casi un cuarto de millón de personas. Para los científicos, en estos incendios concurre el calentamiento global; por su parte, Biden ha mostrado su compromiso con el esfuerzo por reducir el aporte de EUA en este recalentamiento. Trump alienta el uso de combustibles fósiles y no quiere ver relación ninguna entre este uso y el caldeo global. Pero la gente vota por él.
En EUA existe una tradición que hace que los candidatos a la presidencia hagan pública su declaración de impuestos. Trump se la brincó. No reveló ese pago. La investigación periodística mostró que en 10 de los últimos quince años Trump no pagó ni un centavo de impuestos sobre su renta, y en dos de los otros cinco años, solo pagó $750. O no es un empresario exitoso o es un evasor. Remata Singer: “…Trump es un narcisista, mentiroso serial y quedó grabado alardeando de manosear a las mujeres”. Un crápula. Biden no tiene ninguno de estos caracteres. Se le ha descrito, y no por la propaganda, como “… un buen hombre con un fuerte sentido del bien y del mal”. Y 70 millones de ciudadanos optan contra él y por el diablo. Singer sabe que no es así. Los ciudadanos que votan Trump no echan de ver las actuales figuras del demonio ni lo huelen.
Cuando Trump ordena separar a padres e hijos de los emigrantes, que buscan un empleo, y su administración extravía la información que dice qué hijos (algunos menores de cinco años) lo son de qué padres, sin duda se trata del vil Satán, pero los votantes carecen de la sensibilidad para ver ahí (la producción masiva de huérfanos) al diablo. No se trata por ello de un culto, sino de un efecto social. Trump mismo es un efecto/fenómeno social. Ni él ni el Partido Republicano ni sus votantes advierten que producir huérfanos viola la Acción de Gracias (cuarto jueves de noviembre), la fiesta en familia más típica de los estadounidenses. Sin duda, por ahí está el diablo. Se perdió la oportunidad de aplastarlo con los votos.