Opinión

Derroche del cantante Rocha

Allá en Bélgica, no resultaba raro que los hijos tocaran un instrumento o cultivaran la voz, como tal; lo profesional al respecto se conseguía en un conservatorio de música, no en la universidad. Charita, el tiempo sigue corriendo, inexorablemente: del cello que toqué casi solo me queda el recuerdo de los dedos amarillos de tabaco, de parte de mi profesor.

Por tanto, no puedo juzgar-calificar el examen del candidato a “maestro” Mario Rocha. Entonces… me desviaré…: que las musas, en particular la de la música, Euterpe, me acompañen: el arte no puede ser una entelequia abstracta… ¡por fuerza va inserto, vivido en una comunidad!

Cabe exterminar, extirpar y hasta exhumar aquella petrificada “verdad” según la cual el arte resulta ser una doncella virgen, impoluta, al estilo de “ver, pero no tocar”. Pues no: por supuesto que a la Mona Lisa, en el madrileño Prado, ¡más vale ni intentar tocarla! ¡Como quien dice bajo siete llaves se encuentra, tras vidrio antibalas, resguardada contra tanto bruto, ignorante!

Pero hay tocar y tocar… y por ahora me toca hablar de canto… Por la historia de mi país de origen, consta que hace casi 200 años se armó la gorda en el Teatro de La Moneda, en Bruselas: el detonador de aquello resultó la ópera La Muda de Portici, un clásico en su género.

Ahora bien, en los alrededores, a las pocas horas, por los aires… adoquines iban volando. Se armó la gorda contra el opresor: el Rey Guillermo de “Holanda”, lo que ahora entendemos como “los Países Bajos” ¡Vaya! Se fue apuntalándose la independencia del país que ahora llamamos “Bélgica”.

También los himnos nacionales son armas: la Marsellesa resulta un ejemplo fuerte que hasta clama por “sangre impura”; el canto patriótico chileno en un 90 % resulta una evocación pastoril-poética… hasta que estalla el final: “las armas trocar”. Así, pues no pidamos que el arte sea un ejercicio estéril como esos clásicos pececillos rojos dando vueltas en un lindo, redondo acuario.

Por suerte, el exitoso examen de Mario Rocha (resultando en “honores”) no llevó a ninguna sublevación, por ahora. Detalle curioso: teniendo que interpretar la figura de un adolescente, el cantante Mario, en un movimiento muy teatral, ¡de repente se tiró al suelo, dejando ver su celular en el bolsillo de atrás! Total, todo arte escénico, como lo es lo operístico, también requiere manifiesta preparación escénica.

Que Mario Rocha siga fogueándose tanto por la voz como por su completa presencia física en un escenario, pulseando además para una estadía afuera. En espectáculos artísticos, el escenario debe seguir siendo el centro de interés, pero que el espectador ojalá, como quien dice, se salga de sus casillas o por lo menos que la obra vista para nada lo deje indiferente, así, el arte escénico e igual el canto operístico.

Por su admirable interpretación y manifiesto profesionalismo, confirmado todo por riguroso jurado y por el público entusiasta, ahora sí recomiendo que don Mario vea cómo seguir subiendo, en lo académico por otra escala o escalera… ¡quién sabe si la portentosa Scala de Milán!

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