Hace 105 años, el 21 de abril de 1914, Cartago dio a luz a “un hombre de verdad, quien vivió comprometido y cumplió con el destino que su patria le señaló”. A lo cual añade Roberto Brenes, a su juicio categórico, que “Indiscutiblemente, fue don Luis Barahona Jiménez, una de las figuras del pensamiento socialcristiano más relevantes y auténticas de la década de los años sesenta, (y) en adelante, de Costa Rica”. Y concluye: “Don Luis Barahona nació para vivir y aportar sus esfuerzos en beneficio de su patria y murió con la bandera de la justicia, la honestidad y la visión optimista del futuro entre sus manos, pues siempre creyó en Costa Rica y su futuro”. (“La Democracia Cristiana en Costa Rica”, 2007)
Asomándose por otra ventana a su prolija vida, Arnoldo Mora en su condición de Ministro de Cultura, con admiración respetuosa por su maestro de filosofía, explora esa otra veta: “Luis Barahona, el filósofo, dedicó sus investigaciones al rescate de la identidad del costarricense, a la búsqueda de una nueva poética humanista y a la creación de puentes que unieran el rol intelectual y pasivo del filósofo, con el compromiso con la realidad del accionario político”. Destacando generosamente: “la hermosa y sobria prosa, el perfecto dominio del género ensayístico y la evidente vocación metafísica, delatan lo que serán a lo largo de toda su fecunda carrera intelectual, a ese gran filósofo nacional que fue Luis Barahona Jiménez”. (Presentación como Ministro de Cultura, de la obra de Barahona: Primeros Contactos con la Filosofía y la Antropología, 1998)
Incluso, dos décadas antes, otro ministro de Estado igualmente culto y prolífico intelectualmente, se refería a Barahona Jiménez con gran convencimiento: “Don Luis es uno de los intelectuales costarricense de mayor valía y, sin duda, figura de primer plano en el elenco de las personalidades cartaginesas que han contribuido a fecundar al ser nacional con ideas superiores”. Para continuar por esa senda, el ministro, Fernando Volio, cae en cuenta de que “Cada libro de Barahona Jiménez atrae la atención por la enjundia de su pensamiento y la sobriedad de su prosa, cualidades ambas que reflejan el carácter mismo del autor, ajeno a lo simplista, vano y espectacular. Pocos en el país escriben con mayor dedicación, en un afán de participar en el esclarecimiento de los temas de interés actual, vinculándose así, con seriedad y talento, a la promoción de una sociedad cada vez más ilustrada y humana” (Presentación como Ministro de Educación, del libro de don Luis: Las ideas políticas en Costa Rica, 1972)
Otros estudiosos de su obra se percataron de la influencia marcada que ejerció sobre Luis Barahona Jiménez, su profesor más dilecto, José Ortega y Gasset, al doctorarse en Madrid. Es claro, para quien ha tenido contacto serio con la obra de ambos, que el universalismo cercano al enciclopedismo de aquel legendario profesor español, se calcó en su discípulo, quien logró acrecentar aquella heredad, imprimiéndole lo suyo de humanismo cristiano y acrisolando el desbocado liberalismo de aquel, a través del prisma de un latinoamericano toral, costarricense preclaro y, para mayores señas, cartago inequívoco. Además, orgulloso de sus humildes y profundas raíces que mezclaba campesinos, picapedreros y maestros.
Julio Molina Silverio se permite esta aguda inquietud en referencia a su maestro, Barahona Jiménez: “¿Acaso se realizó en él una luminosa conjunción de filósofo, literato, sociólogo, historiador e idealista doctrinario político?” Soslayando el asunto hasta que alguien más recoja el testigo, con un franco y cauto decir, que es al tiempo una invitación oportunísima: “Eso lo contestaría un estudio prolijo de su producción escrita, quizá la más fecunda en la historia de las letras nacionales” (Julio Molina Silverio, 1993).
De su lado, el historiador y genealogista Arnaldo Moya se desprende lanzando al horizonte esta otra memoria: “las preocupaciones del ínclito filósofo costarricense mantienen una absoluta vigencia, y ante la crisis actual del pensamiento crítico hemos de reconsiderar a los clásicos del pensamiento costarricense. En Luis Barahona se conjugaron de manera exquisita tres factores: su altura moral, su magnífica prosa y su penetrante oralidad” (Arnaldo Moya Gutiérrez: “Del humanismo y la filosofía: Luis Barahona Jiménez”, 2009).
Junto a Mora, Brenes y Moya, otro de los académicos que más a fondo y con mayor persistencia ha estudiado el pensamiento de Luis Barahona Jiménez -difuminado en una veintena de libros, cientos de conferencias y artículos de opinión-, es José Abdulio Cordero, quien lo considera como “el prototipo nacional de hombre culto. Un filósofo que figura entre los mejores de su tiempo no solo por la amplitud y profundidad de sus conocimientos, sino por la amplitud y profundidad de sus escritos” (José A. Cordero Solano: “Personalidad y Obra del Doctor Luis Barahona Jiménez”, 1997).
Si anclo aquí es solo por falta de espacio. Pero su obra sobre “La Universidad de Costa Rica”, de la que fue profesor referente por tantos años, merece también recordación.
Omito repasar todo lo que fundó en lo político y académico. Ese recuento meritorio de lo que le debe nuestra institucionalidad a Luis Barahona Jiménez, demanda otro intento menos austero que este, para rendirle honor y evitar que termine convirtiéndose en un gran incógnito para la inmensa mayoría de costarricenses desmemoriados, en lugar de en un gran costarricense para toda esa juventud combativa y preclara, en cuyas parietales, su eco intelectual y su ejemplo político, deberían retumbar.