Opinión

Del des-orden mundial al desarrollo global

En 2015, asistimos a la finalización de un ciclo en el sistema internacional que se gestó prácticamente a principios de los 90

En 2015, asistimos a la finalización de un ciclo en el sistema internacional que se gestó prácticamente a principios de los 90, en el contexto más favorable de la Guerra Fría que permitió liberar las políticas de desarrollo de los condicionantes estratégicos e ideológicos del enfrentamiento bipolar. Entonces, los esfuerzos de la comunidad internacional se centraron en la lucha contra la pobreza impulsados por las diversas conferencias temáticas mundiales convocadas por la ONU, así como por la llegada para quedarse de conceptos novedosos como el de desarrollo humano, primero; y, desarrollo humano sostenible, después. A su vez, los organismos internacionales más tradicionales como el Banco Mundial y la OCDE empiezan a girar en su insistencia de las políticas de ajuste lanzando su primer informe sobre el desarrollo mundial y la definición de lo que serán los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ODM, respectivamente. Los ODM respondieron así a la evolución del sistema internacional en especial, a los cambios geopolíticos provocados por la globalización.

El escenario descrito en el párrafo anterior va dejando atrás, poco a poco, la estructura que emergió después de la Segunda Guerra Mundial, en la que instituciones, ideas y fuerzas materiales se vieron influenciadas por el sistema político bipolar que configuró el orden mundial por cinco décadas o fueron resultado de dicho proceso como la arquitectura financiera internacional que ya hoy luce obsoleta y no responde a la realidad global. Se produce, entonces, un cuestionamiento a los regímenes, instituciones y normas en que se basó el orden internacional de la Guerra Fría.

Como consecuencia de lo anterior, el decenio de los 90 da lugar, a una etapa de cambio estructural o de des-orden internacional (mundial), sin que hasta el momento haya una estructura histórica que la sustituya, pero que pareciera estarse vislumbrando a partir de otros fenómenos y fracturas profundas en las relaciones y el sistema internacional imperante como el 11-S y las crisis financieras, por ejemplo.

Entre los rasgos que se dejan ver, por el lado de la economía y política globales están los cambios en la distribución del poder y la riqueza, aparición de cadenas productivas globales, modificaciones de las jerarquías y divisiones tradicionales entre norte y sur. El surgimiento de nuevas potencias que se reconocen a sí mismas como tales y son reconocidas por otros, por ejemplo, los países Brics. Otro rasgo es el fenómeno de los “nuevos regionalismos” (la formación de regiones) que buscan mayor autonomía para las políticas exteriores y de desarrollo, como la Celac o la Unasur (Sanahuja, 2014).

Todo esto se expresa en una demanda de los países en desarrollo frente a las naciones  hegemónicas tradicionales acompañadas por los organismos internacionales convencionales (multilateralismo hegemónico) por un sistema internacional más equilibrado, representativo, legítimo y eficaz en cuanto al peso político y económico. Tales demandas o multilateralismo revisionista abarcan los regímenes comercial, ambiental, financiero, de seguridad y hasta los temas sociales lo que desembocaría en un nuevo paradigma de desarrollo global, “el ascenso del resto” en palabras de Zakaria o el fin del ciclo de occidente como lo denominan otros autores, más plural, diverso, sin apriorismos respecto a fórmulas, modelos o “Consensos” (Sanahuja, 2014).

De lo que se trata es de construir un orden mundial más horizontal para gestionar de forma colectiva y transparente desafíos tan complejos como la pobreza mundial o el cambio climático, realidad incontestable. La aprobación en la ONU de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, significan una oportunidad excepcional para construir el nuevo paradigma de desarrollo global con perspectiva integral que coloque al ser humano como objeto y sujeto de este y construir una sociedad internacional en la que la dimensión humana ocupe la centralidad.

 

 

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