El actual desgobierno, adelantó primero, repitió después, la declaración de quiebra. Una celebración en medio de la virginidad de sus capacidades, ocultas en la obscuridad de sus tenebrosas deficiencias globales. Hoy salpica el señor Presidente una celebración creencial, sinónimo de carencial; aquella que pretende recurrir a la lástima que podría colmar a la ignorancia y sus portadores, voluntarios o no. El déficit fiscal no es más que un déficit de capacidades, destrezas, habilidades, pericias y conocimiento. No olvido, en medio de la campaña política que en ese entonces nos anunció una aceleración del retroceso, que en tanto candidato hoy el presidente de la Res-pública, cándidamente dijo: “gobernar es cuestión de sentido común”. Hoy, desde el principio, el sentido común parece ser un recurso raro, escaso, que en un estado de quiebra del gobierno emerge en cuanto recurso valioso, por consiguiente.
No queríamos saber nada acerca de “La Trocha” medida por el derroche del erario público, pero se nos amontona con millonarios desperdicios de alimentos en el Consejo Nacional de la Producción, los 800 metros de una carretera, la devaluación planeada para desarraigar el salario del costarricense y llenar las arcas de los buitres institucionales, la pobreza como empresa, la contratación de servicios a familiares de funcionarios (ICE, por ejemplo, los postes abatibles, entre otros negocios corruptamente obscuros que abaten el bienestar social mientras fortalecen el privado), la venta empobrecedora y hasta anti soberana, de bonos, para saciar la voluntad del desperdicio; más allá del gasto. La repartición de la riqueza ha sido una quimera, manifiesta en la distribución ampliada de la pobreza. Según las estadísticas oficiales, la pobreza aumenta porque tenemos más personas pobres, pero también con más necesidades que antes, a causa de la dilapidar alguna riqueza. No son las personas más ricas ni más pobres las que pagan impuestos, sino los menos pobres; aquellos que hicimos el esfuerzo y nos empreñamos en no vivir como tales, nos matamos, no sabemos si para un ritual de sacrificio. Aquí está el déficit fiscal, expresado por un superávit en desperdicios. Ayer y hoy, el Presidente se asemeja a un mendigo de voluntades, aprovechando una celebración humana del nacional, con fundamento o no, esta.
A esta celebración se unen, al unísono, con acorde y tiempos sostenidos en cualquier escala; primero Olivier desde el Banco Central, luego el IMAS, seguido de Fallas desde Hacienda, más reciente Jensen y Salom, rectores de los ministerios UCR y UNA, en su orden; el estribillo es el mismo, pero enconado; la quiebra es resultado del déficit fiscal. Jamás podría ser la metálica melodía a la inversa. ¿Qué se anuncia? El día del juicio final, de este desgobierno. Paralizar las Universidades, sacar al estudiantado a la calle, usándolo como herramienta para la presión y consecución de más impuestos contra el pueblo, dar motivo a algunos sindicatos del sector público para justificar su perenne ausencia al menos en el lugar de trabajo, sin tocar la creciente riqueza de funcionarios públicos en altos niveles, sin idoneidad incluso, atentos a su creciente, abultada y desigual pensión a costillas de todos y todas, ni de las grandes empresas.
El déficit fiscal no es, necesariamente, una escasez de ingresos, sino, un exceso de gasto en la forma de desperdicio, pago de salarios y pensiones exorbitantes, fraude fiscal, inacción y déficit de estrategias país. Si tiramos nuestro salario, por ejemplo, y estiramos las deudas y gastamos la cinta magnética de las tarjetas de débito, y crédito en muchos casos, la causa de nuestra condición de pobreza no puede ser, necesariamente, nuestro salario, sino nuestra elasticidad infinita para el gasto puro.