Opinión

De veras, el hábito no hace al monje

En una reciente publicación, en redes sociales, del Dr. Carlos Denton (economista, politólogo y presidente de la Junta Directiva de la empresa encuestadora CID/Gallup SA) titulada El costo de la educación superior, plantea una interrogante de gran relevancia para las perspectivas profesionales e intelectuales  de la juventud costarricense. Él se pregunta: “¿Por qué hay tantos jóvenes que optan por estudiar en centros de educación superior privados?”

En principio, este artículo despertó en mí gran interés dada la estatura profesional y la experiencia académica de su autor, pero la insatisfacción me embargó muy pronto por lo que líneas abajo comento.

Recordemos que este tema tiene casi cincuenta años de estar en la mesa de las grandes discusiones nacionales. Es más, no solo el modelo de la educación superior pública ha sido cuestionado, también el modelo mismo del Estado que heredamos de las luchas sociales de los años cuarenta. Los  intereses de las élites empresariales se han ido imponiendo cada vez más, y actualmente la amenaza de acabar con aquellas reformas sociales es un hecho  que no admite discusión. Desde 1975, con la creación de la primera universidad privada del país (la UACA) hasta el  día de hoy, que existe medio centenar de ellas, se mantiene vivo ese debate. Esto no es por casualidad, pues aquel fue el primer paso para la privatización de los servicios públicos y, con ello, el paulatino debilitamiento de las instituciones autónomas, las cuales han sido algunos de los pilares esenciales en la construcción de nuestra democracia social y política.

A decir verdad, el contenido de este artículo me ha sorprendido, pues el Dr. Denton se limita a citar “rumores” que se escuchan por ahí sobre la situación de la población estudiantil universitaria. Entre esos rumores, los siguientes: 1) que  los estudiantes de las universidades privadas provienen de familias de mucho dinero; 2) que esos estudiantes se matriculan en tales instituciones porque no aprueban los exámenes de admisión en las universidades públicas y, 3) que en las universidades privadas nadie se queda en los cursos que matricula. Estos rumores constituyen su punto de partida para argumentar algunas aseveraciones en contra de las universidades estatales, pero lamentablemente, sin  los fundamentos mínimos a los que  debe recurrir un experto en estadística.

En realidad, estos podrían dejar de ser simples rumores para convertirse en supuestos de investigación que, formalizados debidamente, darían para constataciones de gran interés, como algunas de las que  han realizado los equipos interdisciplinarios de investigación del Consejo Nacional de Rectores (Conare), las cuales habrían sido de conocimiento obligatorio para este autor.

Otra suposición  que expone el Dr. Denton en su artículo es que en las universidades estatales no se entiende el concepto de “coste de oportunidad” que sufren los estudiantes mientras se preparan en las aulas sin incorporarse al mundo del trabajo.  O sea, el estudiante no puede tener ingresos propios, y eso, en principio, es un gran perjuicio. El autor agrega a su argumentación la supuesta ventaja de cursar carreras universitarias de tres años, como en algunas universidades privadas, a diferencia de las carreras de las instituciones públicas que duran al menos cinco años. Así, sumas y restas de hipotéticos salarios no percibidos por los jóvenes estudiantes arrojan probables datos, definitivamente favorables para quienes optan por las universidades privadas.

Cabe preguntarse, ¿y la calidad de la formación profesional recibida por esos estudiantes?,  ¿y el nivel de cultura general adquirido que les permita una comprensión más vasta  de la dinámica cultural, nacional e internacional, la cual es indispensable para elaborar grandes soluciones a los problemas que su desempeño profesional les demande?

Es aquí donde se percibe la ausencia en el argumento del autor de un concepto fundamental. ¿Cuál es la relación coste-beneficio al invertir en un tipo u otro de  institución de educación superior? Este es otro tema relevante cuyo análisis evitaría recurrir a rumores de corrillos.

Es erróneo enfocar los retos de la enseñanza superior con argumentos tan simples. Sin duda, en un país pluralista como el nuestro, las universidades privadas tienen su razón de ser como alternativas de enseñanza superior. Las condiciones materiales y las inteligencias múltiples que  caracterizan a la población que aspira a recibir formación universitaria, pueden también llenar sus aspiraciones profesionales en este otro tipo de instituciones y esto es  positivo y legítimo. Ese no es el problema. Lo que sí resulta problemático es ignorar datos relacionados con las cinco universidades públicas, como los siguientes. Por ejemplo, en 2019, estas universidades tenían matriculados 106.940 estudiantes, de los cuales el 48.6 %   disfrutaba de una beca, en otras palabras, prácticamente casi la mitad de ellos recibieron apoyo económico por parte de su universidad. Hablamos de alrededor de 50.000 futuros profesionales subsidiados con recursos de las universidades estatales provenientes del FEES. Asimismo, el 46.5% de los estudiantes fueron financiados por sus padres y madres, y solo un 4% recurrió a un préstamo o se financiaron con ingresos propios. Otra cifra relevante, el 75% de estos estudiantes provienen de colegios públicos y solo el 16.2% de colegios privados (Semanario UNIVERSIDAD, 30 de septiembre de 2020).

Otras afirmaciones del Dr. Denton simplemente nos producen asombro. Afirma que no en todas las universidades estatales la excelencia académica es el criterio principal para seleccionar a los estudiantes admitidos, debido a que en algunas “se capta alumnos de toda capacidad o incapacidad académica”. Es más, afirma que en las universidades estatales  ocurre una “inflación de las notas” obtenidas por los estudiantes.

Extrañamente, siendo el Dr. Denton la cabeza de una importante empresa encuestadora, cuyos principales instrumentos de análisis son variables y parámetros cuantitativos para fundamentar  sus conclusiones, recurre a rumores, juicios de valor y afirmaciones que, en criterio nuestro, son inexactas hasta que él no demuestre lo contrario. Olvidaba señalar, además,  que  este autor ha sido profesor en la Universidad Nacional (UNA), una de las que más desprestigio recibe en el artículo que aquí comentamos. ¡Una cuña del mismo palo!

Los comentarios suscitados en las redes sociales, a favor o en contra de los argumentos del Dr. Denton, llaman poderosamente la atención porque muestran con claridad el poder  de estas redes para cuestionar nuestro sistema político y social, con base en argumentos de poca solidez. El gran reto consiste, entonces, en seguir fortaleciendo el espíritu crítico de la ciudadanía costarricense para reforzar su capacidad de sopesar los logros y las debilidades  de nuestro sistema de educación superior, con fundamentos claros y constatables.

 

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