Opinión

De los cuartos a los salones

No hace mucho, los pasillos universitarios tenían este fresco y vivaz ambiente de clima estudiantil. No solo por el ruido y las vivencias que cada salón experimenta en su haber, sino por lo que significa habitar un espacio; llenarlo, crearlo y vivirlo. En definitiva, si hay algo que caracteriza nuestra universidad es el sello particular que imprime la vivencia de ser y estar en un campus. Entender, vivir y convivir con el significado de habitar una casa de estudios superiores.

Al volver a los salones, podía sentirse cierta reserva por recuperar ese espacio habitado. El retomar el espacio físico nos obligaba a reaprender del carácter social del cuerpo, y es que este es un instrumento tan comunicativo como un discurso previamente ensayado y muy premeditado, pues revela inequívocamente pensamientos, sensaciones o posturas ideológicas.

La gestualidad, la corporeidad y la postura son suficientes para percibir y delatar hechos, momentos o situaciones que nos revelan resultados de tiempos vividos. Es al mismo tiempo el que modifica al cuerpo de manera inevitable. Esto podría tener aún más sentido si estudiamos qué sucede luego de dos años de convertir los espacios íntimos de los hogares en espacios de aprendizaje o trabajo.

Es así como llegamos nuevamente a los salones de clase. Luego de observarnos vía Zoom, con dos años de imágenes que se parecen a estas personas que habitan los cuerpos. Un algo que se parece a cada quien, pero que no termina por ser una persona en su totalidad. Es con todo esto que volvemos a nuestro centro de estudio, con nueva información y nuevos códigos.

En la práctica de la danza, hubo resultados de creación insospechables por parte de personas estudiantes que deseaban moverse. Hubo también una clara resistencia ante las condiciones adversas que les obligaba a convertir su habitación, sala o patio en un estudio de danza, bajo la premisa: “tenemos el cuerpo, no se nos arrebató el derecho a movernos del todo”.

Es en ese ejercicio de resistencia que el arte del movimiento logró hacer que muchas personas estudiantes buscaran vivir la danza desde una perspectiva intimista y de rescate. No teníamos el salón, pero la universidad nos otorgaba la convivencia pacífica con lo que estábamos viviendo, en armonía con trabajo duro y la experiencia.

Resultados al volver

La corporeidad ha cambiado, los aspectos que resaltan los rasgos comunicativos lo dejan en evidencia. Durante los primeros días de lecciones la colocación de los hombros, la forma en que disponemos nuestras espaldas y hasta la manera de sentarnos, denotaban cierto temor y reserva. Sin embargo, luego de varias semanas, al utilizar como base únicamente la observación del cuerpo, se puede observar que el ambiente universitario ha sido habitado con determinación y deseo.

Contrario a lo que los primeros días revelaban, las personas estudiantes muestran en sus cuerpos fuerza, vivacidad y seguridad. La postura en las personas estudiantes es reveladora. Son sobrevivientes a una etapa de la educación que será recordada para siempre, contada por años y documentada por muchas personas. Son esas experiencias las que cambian nuestras maneras de comunicarnos y de establecer todo tipo de relaciones interpersonales.

El placer de volver

Los salones empezarán a llenarse nuevamente. Los ruidosos pasillos llenos de sonidos deben ser recordados como una manifestación de la vida universitaria que tanto nos caracteriza. No obstante, el cuerpo nos recordará las experiencias vividas, la humanidad y su expresividad, no solo desde la palabra y el raciocinio, sino desde el cuerpo y la emotividad.

Es imperativo recordar que la comunicación no verbal es poderosa. Nuestros gestos, posturas y acciones nos desnudan en nuestros pensamientos y vivencias. Es urgente una comunión con el cuerpo y una reconexión con este gran medio que dice historias todos los días. La danza podrá volver al salón, pero esta vez desde un lugar más humano, un lugar mucho más seguro.

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