Opinión

De grandes y terribles momentos

Sin duda este año ha sido excepcional, desde la amenaza de choque de meteorito y la activación de volcanes alrededor del planeta, hasta esta pandemia verdaderamente global y el encierro deprimente. Este 2020 nos ha permitido atestiguar grandes y terribles momentos. Entre ellos destaca este refugio forzado al que estamos sometidos, y que  me deja … Continued

Sin duda este año ha sido excepcional, desde la amenaza de choque de meteorito y la activación de volcanes alrededor del planeta, hasta esta pandemia verdaderamente global y el encierro deprimente. Este 2020 nos ha permitido atestiguar grandes y terribles momentos.

Entre ellos destaca este refugio forzado al que estamos sometidos, y que  me deja hasta ahora tres asuntos en claro, el que la existencia humana es aburrida, que la convivencia social humana es compleja y, finalmente, que el ser humano necesita de una guía severa para salvaguardarse de su propia estupidez e impertinencia.

Al contrario de valorar el simple existir como una condición rica en posibilidades, el grosero transcurrir de nuestros tiempos nos demuestra lo pobre que es si no contamos con distracciones. Con gran facilidad caemos en la rutina, nos aburre el no tener más que hacer que lo que siempre hacemos, lo cotidiano nos abruma y solo lo sobrellevamos durmiendo en exceso. No hay nuevas anécdotas y experiencias que contar, la conversación recae en los mismos temas. Al haberle ganado a la naturaleza más tiempo para nuestra existencia, no nos hemos escapado de la naturaleza misma del tiempo.

El ser humano requiere en su vida de algo que le resulte diferente, incluso sorprendente, para poder gozar de sus días. Al enfrentarnos al tiempo natural, sin algo que nos aparte de su lento ciclo, nos desgana con su tedio. La distracción solo es eso cuando al estar en lugares y momentos  distintos y novedosos se nos genera esa expectativa a través del cual somos conscientes de que estamos vivos y que vale la pena estarlo.

Nos tornamos en mala compañía y hacemos énfasis en la mala compañía de los otros. Las reglas  de la convivencia se deprecian, la gentileza del gesto educado y de las buenas costumbres poco a poco se diluyen. Todos aquellos significados sociales  que constituyen nuestra identidad empiezan a demostrar su conflictividad al someterlos al sentido personal que les damos en estos momentos. El noble visaje del disimulo ya no puede contener ese desprecio que preferíamos ocultar por las conductas que nos sorprenden al denotar en ellas su intestina vulgaridad. Y es que para convivir socialmente el ser humano necesita de ocultamientos.

La sinceridad y la verdad perturban nuestros vínculos sociales e intimaciones, solo la carga de significado moral que poseen no impide aceptarlo. Para llevar bien la compañía humana nos hace falta algo de exquisita mentira. Y que al final ella enturbia de algún modo la convivencia es cierto; pero es igual de cierto es que la convivencia humana no perdura tanto como desearíamos. Vivir con otro es temporal, los amigos se distancian, los amores terminan, los compañeros de trabajo se retiran. Por ello nos es propio alargar ese tiempo con halagos y fingimientos.

Necesitamos la presencia de otros, pues solos somos pésimos consejeros para nosotros mismos, permisivos en nuestros vicios y omisivos con nuestros errores. Aspiramos pues a hacer de ellos un sólido nosotros. Los reducimos así a nuestros deseos. Pero el otro es más que nuestra fantasía, porque se aleja. Su individualidad le gana a nuestra invitación comunitaria.

Es esa singularidad la que impide que en todas las circunstancias se anteponga el bien común por encima de las prioridades personales. En la historia el ser humano tiende a repetir sus errores. En la Europa medieval se celebraban orgías en plena epidemia de la peste negra, el Decamerón de Bocaccio refleja eso. Hoy hacemos fiestas de pandemia, irrespetamos los edictos de la sensatez. Incluso alguno desea contagiarse para acabar de una vez la incertidumbre.

Definitivamente nuestra impertinencia y estupidez destaca en el momento menos oportuno, quien puede negar así la necesidad de un gobierno severo para protegernos de nosotros mismos, y preservarnos de los alcances de nuestra singular sandez y arrogancia.

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