Tengo algunas vivencias de las dictaduras y sus secuelas. Viví en Alemania cuando la juventud hitleriana (entonces casi cuarentona) se sentaba ante el televisor de pierna cruzada y whisky en mano, para “disfrutar” de los documentales filmados en campos de concentración. Pasé dos años en la España de Franco cuando los estudiantes de la Complutense eran ferozmente perseguidos por la policía montada por gritar “libertad”. Estuve un año en la Rumania de Ceaușescu, cuyo retrato amenazante parecía en cada esquina. Y estaba en Costa Rica cuando Pinochet dio el golpe de estado que dividió a las familias chilenas creando (y creándome) una enorme herida abierta hasta el día de hoy.
Tengo, entonces, una cierta sensibilidad para las dictaduras y puedo reconocer sus síntomas: l) exaltación del nacionalismo; 2) criminalización de la protesta; 3) debilitamiento de la enseñanza superior; 4) miedo a un futuro presentado como inevitable; 5) creación de un “enemigo” y 6) aumento del protagonismo policial.
En una dictadura el síntoma menos visible es la autorepresión encubierta de prudencia. Por ejemplo, las torrecillas de la cárcel donde encerraban a la ETA, que podía ver desde mi ventana, en Madrid, me llamaban a la prudencia; en Rumania, cada cartel exaltando a Ceaușescu era una amenaza que me volvía prudente; y en cada viaje a Chile bajaba del avión con la boca prudentemente cerrada. De prudencia en prudencia la libertad de expresión se acaba.
En una dictadura la cultura solo puede ser mediocre porque la libertad da miedo. Yo estaba en España cuando un profesor de arte fue detenido y encarcelado por dar un curso sobre Picasso; estaba en Rumanía cuando la escultura se reducía estrictamente a héroes medievales sobre caballos rampantes; y llegué a Costa Rica muy poco tiempo después de que se levantara la veda sobre Carmen Lyra, Carlos Luis Fallas, Fabián Dobles… Llegué cuando a Mamita Yunai ya le habían dado permiso para volver a circular.
En una dictadura el talento se castiga y la mediocridad se recompensa, y esto, al principio, casi no se nota.