Opinión

¡Cuidado!

Me he desentendido, progresivamente, de la política. Un tanto por sanidad mental, y otro poco, por estética: no me gusta lo que veo y es cansino señalarlo, sin cambio aparente ni ostensible. Así que, como muchos costarricenses que precian su salud mental y tienen oficio, me he replegado a voluntad, dejando el espacio libre a esa inmensa mayoría que gusta del molote, la uniformidad, mediocridad y hasta violencia. En corto: un pueblo afecto a la incultura.

Pero la política insiste en meterse con todos nosotros, desde que, pensando que ya el país no podía caer más bajo, en términos culturales -sea: éticos y políticos-, me invade una preocupación resonante, que me descoloca, en mi confortable silencio, para levantarme de mi apoltronamiento y decir: ¡Cuidado!

Si bien el populismo no es malo, per se, en tanto la “democracia” porta ese germen desde su alumbramiento, sí que lo es, después de cierto umbral, para esa otra democracia con apellido, que solemos reconocer en la “democracia liberal”. Esa que, además de asegurar en lo procedimental, que una mayoría imponga su voluntad electoral, se ocupa de preservar una institucionalidad que, a su vez, garantice derechos fundamentales, supuestamente superados en esta “Suiza”, como la libertad de expresión, la independencia de poderes, el debido proceso y el principio de inocencia, la libertad personal y de empresa, la igualdad ante la ley y el principio de legalidad o su contracara de interdicción de la arbitrariedad.

En síntesis, que el populismo es bueno, en tanto devuelve la voz a sectores que los enchufados políticos (élites político-económicas) condenaron al olvido y hasta a la miseria. Pero es malo si -para ello o a partir de ello- pretende desbordar -y hasta santificar- esa voz mayoritaria, al punto de violentar a las minorías opositoras.

Así las cosas, la impostura populista, pasa por exacerbar la distancia, entre los otrora también populistas “tradicionales” y los ahora populistas “outsiders”. Vamos a ver: ¡que no nos vengan con el cuentito de que los anteriores, no jugaban a lo mismo!

Porque, viniendo de los unos o de los otros -da igual-, lo malo, lo realmente perjudicial y hasta peligroso, radica en jugar solo para la gradería, sabiendo todos a esta altura, que no siempre, la mayoría, tiene la razón. Así que, vacunándonos contra esa “falacia del número”, cabe caer en cuenta de que, un buen gobernante, en tanto líder, puede y debe ser contramayoritario, en decisiones importantes: impuestos, reforma del Estado, seguridad, salud, educación, e incluso, cultura.

Hace mal un líder político, cuando sus inflexiones orbitan la popularidad, como único faro de guía.  ¿Y la Ética? ¿Y la Cultura? Es más: ¿Y el Garbo? (Mayúsculas intencionales)

No está bien, por ser contranatura, una prensa genuflexa, como la que llevó, cuan niño en brazos, a Carlos Alvarado, de puerto (2018) a puerto (2022). Pero tampoco una prensa que más parece grupo de presión y pretende, en efecto, quitar y poner Ministros. Y por qué no decirlo: magistrados, fiscales, defensores, contralores y hasta diputados. Eso también es populismo puro y duro. Y del tóxico, además. Premio, ahí sí, que Rodrigo Chaves no venda a los suyos, con la inseguridad de sus predecesores. La lealtad en política es fundamental. ¡Y la valentía también!

Sin embargo, me mueve a escribir estas breves líneas -en nada omnicomprensivas de lo que observo- el triste y vergonzoso espectáculo político, que, entre una prensa minúscula y un gabinete borrado del mapa por un presidente todólogo y egocéntrico, con un miedo a la sombra palpable y quizás demasiado confiado en su anatema (la voluble popularidad), vienen ofreciendo los actores de esta penosa trama, que además es pobre, por falta de actores secundarios -por haber sido borrados del mapa-.

Aquí no hay oposición creíble que se prefigure como alternativa plausible y atendible. Tampoco los órganos de control, como la contraloría o la defensoría, ejercen sus competencias con una voz respetable y audible. Y esto es así, desde hace rato. Agravado este desierto de contrapesos, por el abandono y ensimismamiento progresivo de aquella universidad pública vigente y combativa, que durante los últimos gobiernos se aburguesó y dejó pasar todo lo que no les afecta directamente -según ellos- en sus presupuestos, salarios, pluses y demás confituras. Ni los mal llamados “sectores sociales”, que se encuentran tan golpeados y disgregados, presos de un sectarismo de intereses que los contrapone, muestran la vitalidad suficiente para servir de freno a los desafueros de ese (des)Poder, que hoy, después de abogar por “mano dura”, adjetivar de “sicarios y canallas”, asoma la verdadera amenaza: “aquí mando yo”. Porque yo tengo pueblo y ustedes no -serviría para completar la frase-.

¡Cuidado!

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