Opinión

Cuando la U se metió en la casa

Cuando nos fuimos a la virtualidad debido a la pandemia de Covid-19, pensamos que iban a ser dos semanas solamente, “para bajar la curva”. No esperamos jamás que un año y medio más tarde seguiríamos manteniendo medidas sanitarias que, además de la crisis económica, el embate constante de sectores político-empresariales que apuntalan el despojo de lo público, las pérdidas de vidas, de empleos, de capacidad de supervivencia, enfrentaríamos una crisis de amplias dimensiones en la salud mental de la población.

Los cambios en nuestra vida cotidiana se han producido más rápidamente que lo que nuestra sociedad puede asimilar y enfrentar. A lo mejor esa es una de las razones por las cuales en la universidad seguimos tratando de hacer parecer como si aquí nada ha cambiado y, en vez de detenernos y repensar para poner en práctica un modelo pedagógico alternativo que incluya la salud mental como centro de los programas educativos, nos demandamos y exigimos al resto una productividad que ya parece tener poco sentido.

Al igual como escondemos la cabeza para no ver la forma en que el gobierno nos va dejando sin presupuesto, sin autonomía y sin universidad, en la UCR miramos para otro lado cuando el estudiantado nos dice que ya no puede más, o cuando colegas evidencian desgaste y deterioro producido por la incertidumbre, la angustia, las pérdidas, las demandas y las largas horas que cada día se debe pasar frente a una pantalla, con pocas posibilidades de interacción social sustantiva.

Y es que la universidad se ha metido en la casa, haciendo que la vida personal, doméstica, laboral y académica confluyan en un mismo espacio-tiempo y, si bien en la mayoría, si no en la totalidad de cursos, se han implementado cambios para adaptarlos a la virtualidad, estos cambios no son suficientes para promover el aprendizaje y el bienestar de la comunidad universitaria e, incluso, podríamos decir que se está produciendo un efecto contrario al que se espera.  Esto se debe, en primera instancia, a que no todas las personas tienen posibilidades de adaptar sus espacios domésticos a las demandas de los procesos virtuales. Así, no todo el estudiantado tiene siquiera una silla adecuada o un escritorio individual para llevar a cabo sus tareas, en un espacio libre de ruidos o interrupciones, sin demandas familiares que cumplir para atender las necesidades cotidianas. Como señaló una estudiante:

“uno intenta decirle a la familia que por favor hagan silencio, que tengo que presentar o algo así; pero (…), diay, al final de cuentas es como aprender a vivir en en un mismo espacio muchas personas que tal vez van a estar en diferentes espacios virtuales”.

Además, están las interrupciones que se generan en los mismos procesos educativos entre estudiantes y por parte de las y los docentes pues deben tener “disponibilidad 24/7”.

Como las dos anteriores, las respuestas obtenidas en un curso de la carrera de Psicología de la UCR apuntan a muchísimo sufrimiento que afecta los planos social, afectivo, cognitivo y fisiológico. Así, a esa pregunta de ¿qué pasa cuando la U se mete en la casa? responden: desconcentración; distracciones; en todo y en nada; todo al mismo tiempo; desconexión; angustia; frustración; estrés; no espacio personal; no hay división de tiempo; todo el tiempo es universidad; no hay descanso; a toda hora pantallas, a toda hora; no hay descanso de las pantallas; yo mi computadora no la apago, la pongo en reposo y siento que mi cerebro igual, aunque duermo no se apaga o desconecta de la U, solo reposa de ella; nuestro descanso es también estar frente a pantallas; celular es todo, nuestro trabajo y nuestra distracción; disponibilidad constante; estar disponible en todo momento; siempre el mismo espacio; mismo espacio para todo; problemas, problemas, problemas; solo hablar el sí profe, no profe, gracias profe; falta de privacidad; invasión; intensidad; cansado; malos hábitos de alimentación.

Y es que el modelo educativo bancario, ese que denunciaba Paulo Freire como incapaz de producir transformación social, es el que ha imperado desde antes de la pandemia en los diferentes programas de estudio. Esto, sumado a una tendencia al productivismo propio del capitalismo neoliberal, en donde el éxito se concibe individualmente y en función de obtener réditos sociales y económicos, sostiene la competencia como forma de vida, al punto que los procesos de matrícula se conciben como “los juegos de hambre”, pues sobrevive quien tiene la nota más alta, no quien disfrutó, aprendió y encontró valor en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

De la misma manera, la necesidad de preparar profesionales para el mercado hace que aumentemos la cantidad de cursos y los contenidos de estos, sin considerar que el estudiantado debe también tener espacios de esparcimiento. Así, se considera que “el mejor profesor o profesora es quien deja más trabajo” y muchas veces “no se acoplan los créditos a la carga académica que cada curso tiene asignada”.

Y pareciera que la exigencia que no contempla la situación, que se vive ya por varios ciclos académicos, se ha normalizado pues “se está como queriendo volver al nivel de exigencia académico de una presencialidad”, con lo cual no se da espacio a lo que se está viviendo:

“lo difícil que puede ser a veces que qué sé yo, que uno se sienta triste, que algo pasó, o que nada más quiera estar ahí existiendo y no se puede porque, bueno, entre comillas, ¿verdad?, no se puede porque hay que entregar los trabajos, porque si no ¿Qué va a pasar cuando llegue la matrícula?”

Así, se apunta: “la universidad tiene que ser exigente, porque si no, no es U, pero si salimos destruidos, ¿Cuál es el objetivo de estudiar?, es como sacrificarse por alcanzar un sueño profesional”.

Entonces, hay “cursos con demasiada carga académica que es difícil cumplir sin sacrificar sueño, comida, etc.”. Estos absorben cualquier posibilidad de socializar con las y los compañeros, con lo cual se pierde un aspecto fundamental de la vida universitaria. Incluso, el estrés que impera genera hostilidad, con lo que se afectan las relaciones interpersonales, especialmente porque ya solamente hay comunicación en función de los trabajos que deben entregar en los cursos, pues todas las personas están igual de cargadas y no tienen tiempo.

“hay gente que lo está manejando tal vez no de la mejor forma y eso a veces como en los grupos de trabajo hace como que hayan choques y como que hayan conflictos o faltas de comunicación; por lo mismo, como que estás agotado de tareas o estás como tratando simplemente de sobrevivir; yo siento que eso afecta como nosotros nos relacionamos porque uno está como tenso todo el tiempo y cuando tenés el tiempo libre lo utilizas o para dormir o para estar solo; como que no querés saber nada de la computadora (…) uno se ha vuelto más irritable, incluso y como que nos estresan más las otras personas; de alguna forma es más difícil ser empático”.

Esto se relaciona con la dificultad para desconectarse, conciliar el sueño y descansar después de un día de estar frente a la pantalla, ya sea de la computadora o del teléfono. Incluso al dormir, sueñan con los trabajos o exámenes que deben hacer al día siguiente: “cuando un trabajo me estresa mucho, duermo mal y sueño con que lo hago”. De esta manera, se produce un cansancio permanente y un malestar físico generalizado:

“es diario, es como tronarme la espalda, tronarme el cuello, tronarme aquí porque todo me truena, todo me duele. Es horrible como yo siento, mi mamá me sobó ayer; mi mamá es una señora de 61 años, yo tengo 23, ¡y ella me está sobando a mí! ¿Cuándo se va a ver eso? cuando los roles deberían de ser al revés”.

Al mismo tiempo, este cansancio acumulado se convierte en un obstáculo para terminar las tareas de manera eficiente, lo que provoca mucha frustración. Y por más que hagan esfuerzos, estos no resultan en mejores condiciones pues las soluciones que se han planteado no atienden el grave problema que genera un modelo pedagógico bancario, productivista y descentrado de las necesidades de las personas como seres integrales en donde además se asume la salud mental como algo individual que se resuelve con consejos sobre dieta y ejercicios que no atienden las condiciones reales de las personas, para muestra, lo que nos plantea esta estudiante:

“Hay días que siento que me vuelvo loca porque yo no sé cuánto tiempo ha pasado desde que yo he podido salir con amigues, desde que he podido conversar de algo que no sea la universidad, y de dispersarme. Ahora eso pasa cada 3, 4 meses, por lo menos. Yo recibo las clases y hago los trabajos todo en este mismo cuarto y a veces yo entro a este cuarto y ya de una vez como que se me sube la ansiedad, la irritabilidad también. Yo ando así como al tope, cualquier cosa que pase yo ya me enojo y eso no es normal, yo nunca he sido así. Entonces es super difícil y super preocupante que los profes esperen (…) que también; me imagino que los profes también ya deben estar muy estresados, pero hay algunos que uno siente que ok; ellos están estresados, pero sienten que nosotros no. Entonces como super preocupante pensar en que los profes van a volver a ese nivel de exigencia cuando más bien (…), se podría decir que la exigencia va así porque la verdad es que por lo menos yo sí he sentido un subidón desde el primer semestre virtual del año pasado a este. Por lo menos para mí este es el semestre más pesado que he llevado y yo no llevo bloque completo, pero, digamos, la exigencia va así y la salud mental de todo mundo va así . También entra el estrés, ya estoy muy estresada, es mucha presión. Voy a matricular menos cursos como por bienestar propio. pero ya después uno dice “me voy a atrasar y ocupo(…)”; hay gente que ocupa la plata de la beca, hay gente que no se puede dar el lujo de atrasarse. Entonces son como un montón de factores que juegan y al final siento que va a explotar; ya está explotando con grupos así, que la gente ya está dejando salir como todo lo que le ha molestado, digamos”.

La universidad no está atendiendo la diversidad de factores que están generando una gran crisis que afecta todos los niveles del bienestar humano y que provoca desmotivación y, finalmente, expulsión del sistema educativo. Si a eso le sumamos la afectación del personal, entre este, el personal interino y el personal tercerizado, seriamente afectados en sus derechos laborales, nos encontramos con un espacio académico que más bien produce enfermedad.

Se requiere de un cambio estructural, una revisión de programas, de cargas académicas y del sistema laboral, pero también una propuesta de cambio del modelo neoliberal productivista y del papel que juega la universidad en la generación de otro modelo de sociedad que apunte hacia el bienestar humano. ¡Es hora de que dejemos de mirar para otro lado y asumamos el reto de generar cambios estructurales y no solo maquillemos la crisis!

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