Opinión

Cuando el trabajo asfixia

Imagine una rama que arde hasta quedar en cenizas. Ahora imagine una vela encendida a la que le ponen un vaso encima, hasta que se agota el oxígeno y se apaga. ¿A cuál de ellas puede volver a encender?

Cuando nos hablan del síndrome conocido en inglés como Burnout, nos lo suelen traducir como “quemado” –lo que pasó con la rama– cuando, en realidad, deberíamos entenderlo como “agotado” –el caso de la vela–, lo que nos representa una metáfora mucho más precisa. Es decir, cuando algo se quema hasta las cenizas, poco se puede hacer, pero si hablamos de una chispa que se apagó y queremos volverla a encender, el panorama es mucho más alentador.

El Síndrome del Agotamiento Laboral es precisamente eso: un agotamiento, una asfixia causada por una carga que supera nuestras capacidades. Una tensión provocada por un desequilibrio entre lo que podemos hacer y lo que se nos pide (o nos autoimponemos) y que viene acompañado de otros dos factores.

Uno es el cinismo, al que podemos entender como “tirar la toalla”. Nos referimos a la persona que se cansa de luchar contra corriente y simplemente se echa. “Si mi esfuerzo no alcanza, mejor me rindo”.

El otro, es la sensación de ineficacia profesional: “Si no lo logro, la culpa es mía; no tengo las capacidades suficientes, soy un inútil”.

Cuando tenemos estrés o tensión, desarrollar uno u otro factor dependerá –más que de la realidad– de quién crea yo que tiene el control de la situación. Si el control lo tengo yo, pero no logro salir avante: ineficacia. Si el control lo tienen otros (mis jefes, el mercado, la crisis, el destino) y soy una marioneta de las circunstancias: cinismo.

Sabemos que alejarse de la fuente de estrés puede disminuir el agotamiento, pero de nada sirve encender la vela para meterla bajo el mismo vaso; pronto volverá a apagarse. Entonces, es necesario prestar atención a los otros dos elementos.

Si la tarea es empujar con nuestras manos un muro de concreto, algunos dirán desde un principio “no se puede”, otros lo intentarán hasta creer que el fracaso es su culpa por no ser lo suficientemente hábiles o fuertes.

¿Qué hacer? Eso dependerá del caso: si la carga es realmente alta, habrá que disminuirla o redistribuirla; si lo que falta es un método más efectivo para hacer las cosas, pues hay que buscarlo o darlo a conocer. No podemos tratar a las personas como máquinas a las que se les pone a toda marcha hasta fundirse.

En casos donde lo anterior no es posible, como el del personal de salud en medio de la pandemia, debemos aprender a aceptar que tenemos el control de algunas cosas, pero de otras no, para poder enfocar nuestro esfuerzo en lo que está en nuestras manos, sin cargar culpas inmerecidas.

Hay que ocuparse de la gente. Cuando una persona ha aprendido que no se puede, seguirá creyendo que es así, aunque la situación haya cambiado.

Ante el cinismo: devolver el control. Ante la sensación de ineficacia: devolver la confianza. Necesitamos saber que nuestro esfuerzo da frutos, sin sofocarnos en el intento.

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