Opinión

Crisis en la educación médica costarricense: Realidad universitaria

En Costa Rica existen ocho universidades que imparten la carrera de medicina, siete de ellas son privadas (UNIBE, Ulatina, Ucimed, UH, USJT, UIA, UACA) y una es pública (UCR). Cada una de estas alma mater tiene fortalezas, debilidades y particularidades, de manera que convierte a cada uno de sus alumnos en reflectores de los aciertos y fracasos de la educación que les proporciona.

La formación exitosa de futuros médicos es una tarea fundamental para el éxito, no solo en indicadores de salud, sino también de productividad, economía  y bienestar del país a corto, mediano y largo plazo. Además, esta formación debe comprender a la totalidad de los estudiantes de medicina del país para garantizar, en ese sentido, un éxito real.

En el año 2023, en Costa Rica, se graduaron un total de 641 médicos, de los cuales 534 son egresados de universidades privadas y 107 de la UCR, donde más del 80% de los médicos egresados anualmente suelen provenir de universidades privadas y alrededor del 20% de la UCR. De este modo, a lo largo de los años se ha desarrollado una brecha académica y social que recae sobre la universidad de procedencia, pero que no se limita a instancias público-privadas como se podría pensar, sino que trasciende a una división también entre instituciones privadas.

Esta brecha responde a un patrón educativo y profesional que se ha puesto  en evidencia durante el tiempo. Sin embargo, ningún modelo educativo justifica establecer brechas en un área donde la integridad de la población, así como los indicadores de salud del futuro dependen de la formación que reciben estos profesionales de salud, independientemente de su universidad de procedencia.

En la medicina, acciones de esta índole son contraproducentes, pues, más allá de arraigarse en el imaginario psicosocial, se convierten en una forma pasiva de discriminación a pesar de que una universidad determinada no sea sinónimo de calidad ni de deficiencia, ya que estas cualidades dependen de cada estudiante en particular.

Así, actitudes de recelo y superioridad ilusoria, incluso entre estudiantes de diferentes universidades, que nos llevan a creernos y sentirnos los “dueños del conocimiento”, son inconcebibles en un área que está en constante cambio y evolución como lo es la medicina. Además, cumplir con los requisitos de un plan de estudios no supone ser un médico o médica competente, y las consecuencias de esto no las sufren sino nuestros conocidos, amigos y familiares cuando requieren atención médica y son atendidos por el médico o médica de turno.

Otro aspecto a tomar en cuenta es la correlación, mayormente positiva, entre la cantidad de recursos asignados y la calidad de la educación, entretanto, en muchas ocasiones los directores de carrera y decanos de medicina (quienes en la mayoría de los casos conocen las necesidades y requerimientos de su población estudiantil) deben emprender luchas internas ante sus jefaturas para conseguir los recursos necesarios para sufragar los requerimientos educativos de los estudiantes de medicina.

Además, otro punto medular radica en la necesidad de crear estrategias para garantizar estándares de calidad en la educación médica más allá de la creación de pruebas filtro para evaluar los conocimientos de los egresados de medicina, cuyo fin sea formar y no depurar. Esto debido a que existen destrezas clave en el ejercicio de la medicina que no se pueden evaluar mediante una prueba escrita, como lo son las habilidades blandas, asertividad, compromiso, vocación, entre otras.

Así, es importante que socialmente se aborde la educación médica como una problemática común, ya que a través de ella se definirá el futuro de la salud costarricense. Por ello, la segregación entre universidades solo ayuda a engrandecer el ego de algunas personas, pero no soluciona los problemas en salud que actualmente se ven en los servicios de atención y los cuales criticamos como sociedad, sin percibir que el cambio real depende de cada persona y nuestra mentalidad hace la diferencia.

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