Opinión

Costa Rica: la crisis del descuido

Costa Rica es un país que ha crecido en democracia, cimentando las bases de un país excepcional. En los años 90 y principios del 2000, mostraba un panorama muy diferente al resto de los países de la región centroamericana, con altos estándares en educación, salud, cultura y ambiente, lo que aportó la estabilidad social que nos hacía pensar que Costa Rica era un país con un gran potencial de desarrollo. Rica realmente tenía potencial para ser.

Sin embargo, después del 2000, el panorama comenzó a cambiar acelerada y rápidamente. Pero ¿qué fue lo que motivó ese cambio en el patrón de estabilidad? Si analizamos la historia reciente, en los años 2006 y 2007 se utilizó por primera vez la figura del referéndum en el país, figura que traslada al pueblo la toma de decisiones políticas. Por egos o por un nulo nivel de negociación en instancias legislativas y del mismo poder ejecutivo, toma el pueblo decisiones que deberían ser tomadas por representantes.

El poder que el pueblo «tiene» en sus manos para decidir el destino de un país es una medida grandiosa si las bases para tomar la decisión son reales y conscientes. Sin embargo, si esa decisión se basa en la mentira y el engaño para el beneficio específico de un sector, esa herramienta democrática se puede transformar en una verdadera des.

Eso parece haber ocurrido en nuestro país. El 7 de octubre de 2007, Costa Rica acudió a las urnas para responder a la pregunta: «¿Aprueba usted el Tratado de Libre Comercio República Dominicana-Centroamérica-Estados Unidos?». La mayoría eligió el sí como respuesta, aunque la tendencia del no obtuvo un resultado cercano, lo que generó polarización y una fractura social que se agudizó con el tiempo.

En aquel momento, después del 7 de octubre de 2007, quedaron al descubierto los vicios que atentan contra la democracia excepcional de Costa Rica: clientelismo, intolerancia, prácticas propagandísticas inadecuadas y estrategias de marketing.

La polarización y la intolerancia resurgieron en la sociedad costarricense antes del 4 de febrero de 2018, con las elecciones nacionales que llevaron a la elección de Carlos Alvarado Quesada como presidente de Costa Rica. En 2020, la polarización se incrementó con las decisiones tomadas para enfrentar la pandemia de Covid-19, que comenzó en marzo de 2020. Posteriormente, el 26 de mayo de 2020, entró en vigor el matrimonio igualitario.

Estas situaciones vividas en el país, unidas a la velocidad de cambio global y a la aceleración tecnológica con el acceso a redes sociales, han incrementado la grave degradación social y ambiental que ha llevado al país a un descuido enorme. Este descuido queda en evidencia con el aumento de los homicidios, la violencia verbal y física que se puede observar en videos virales que muestran actos violentos en carreteras debido a la falta de tolerancia y la vida rápida de la ciudadanía costarricense. A menudo, es más fácil diferenciar la vida en redes sociales, donde se puede bloquear lo que no gusta, pero en la vida real no es tan sencillo, ¿y la tolerancia?

Pero ¿cómo podemos generar tolerancia en un país donde todos los días se producen actos violentos, no solo en las carreteras o por ajustes de cuentas, sino también lo que es más grave desde las conferencias de prensa de la Presidencia de la República y la Asamblea Legislativa, donde algunos legisladores muestran cero tolerancia y respeto hacia opiniones diferentes?

Lo más doloroso es que estos actos violentos alcanzan nuestros salones de clase y el transporte público, donde los estudiantes sufren acoso y violencia de otros estudiantes. En medio de todo este descuido social en la sociedad costarricense, surge la idea de un nuevo referéndum para transferir la toma de decisiones políticas y administrativas a la ciudadanía. Es crucial analizar si es el momento oportuno para utilizar una herramienta democrática como esta, en medio de un ambiente tan tenso. Hay que tener en cuenta que la propuesta de referéndum parece buscar satisfacer necesidades y caprichos personales, aunque no implica un beneficio directo para la sociedad.

Esto debería motivar un cambio. Debemos repensar si nuestro sistema social nos está llevando a mejorar la calidad de vida y a buscar los acuerdos necesarios para repensar nuestras aspiraciones colectivas, mejorando no solo nuestras aspiraciones, sino también el nivel de respeto y tolerancia en todos los niveles de nuestra sociedad.

Buscar nuevamente niveles que conviertan a nuestro país en excepcional implica imaginar un escenario de prosperidad que facilite oportunidades para que toda la nación alcance el desarrollo. Es una aspiración que no se logra en solo cuatro años, el tiempo de una administración. Debemos exigir al Estado espacios para recuperar la sensibilidad social que permita forjar acuerdos y llegar a un pacto social donde lo privado y lo público trabajen juntos por el bien común, revirtiendo, así, el grave descuido social en el que ha caído el país excepcional del que disfrutábamos en Costa Rica.

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