Opinión

Costa Rica en el año 2 d.C.

En la mitología Chaves-Cisneros-Amadórica, el mundo empezó en mayo del 2022. El relato empieza más o menos como en la mitología griega: “Al principio era el caos…” Según la nueva mitología, la circunvalación norte no existía, el tren eléctrico era un chorizo, agua para Guanacaste estaba mal hecho, la vacunación contra el COVID no salvó vidas, era un chorizo también, el contrato de la carretera Barranca Limonal estaba mal hecho, la Caja Costarricense de Seguro Social estaba quebrada…solo para mencionar algunos elementos del supuesto “caos” previo al 2022. Ese fue el mito con que pretendieron engañarnos para convencernos que ahora sí, llegó el mesías, el salvador, el creador del cielo y la tierra…y fue así como empezó la era d.C., después de Chaves.

Hoy, ya bien entrado el año 2 d.C., vemos que el nuevo Olimpo, más que en un monte majestuoso rodeado de una nube celestial, se sienta sobre una nube distinta, una formada por humo y más humo.  Sin sustancia, sin nada que mostrar, la obra de la nueva era d.C. se ha limitado a terminar lo que ya estaba muy avanzado desde antes. Es tal la escasez de productos propios, que el jefe mayor anda inaugurando obras provisionales y hasta rótulos.

Para ser justo, no es que no han hecho nada. Sí que han hecho: tortas, daños y retrocesos. Por impericia, por ego, por complacer a financistas de campaña o a parientes, o por tener como guía de sus ocurrencias las ideas fracasadas de hace más de 30 años. Un caso patético es la ruta del arroz: con la promesa que el grano bajaría de precio, el gobierno asestó un golpe mortal a la producción nacional, le quitó fondos al fisco, llenó los bolsillos de sus amigotes y el precio a diciembre de 2023 más bien aumentó. Una mezcla de impericia, ideología y una pizca de amiguismo comprometió nada menos que nuestra seguridad alimentaria.

Más recientemente hemos sido testigos de otra torta, que por falta de cuidado resultó en el colapso vial de San José. Confrontado con su impericia, el ministro del MOPT, como “carajillo regañado” decide repartir culpas. “Yo no fui, fue teté”, como lo describió atinadamente don Jacques Sagot.

El mismo ministro, que en un afán de revanchismo político y con base en falacias, echó por la borda el visionario proyecto del tren eléctrico, planteado, analizado y negociado financieramente en la administración pasada, ahora plantea la necesidad de dicho tren, y buscó un nuevo financiamiento, todo lo cual atrasará el proyecto quién sabe cuántos años más. Se trata del mismo personaje que, por un capricho, atrasó dos años o más la ampliación de la carretera Barranca-Limonal, con el agravante que hubo que pagarle una millonaria indemnización a la empresa que ya estaba contratada y había iniciado las obras.

La novela del hospital de Cartago es otro espectáculo que sería risible si no fuera por sus consecuencias negativas para la población cartaginesa. La CCSS y el Ministerio de Salud van de excusa en excusa para no construir el hospital en el lote adquirido desde hace ya varios años. Excusa número 1: El terreno tiene riesgo sísmico, al punto de inventar que iban a venir expertos en sismología de California. Nuestros propios expertos le dieron una clase magistral de sismología a la presidenta ejecutiva de la CCSS y esa excusa quedó descartada. Excusa número 2: que el terreno está en una zona peligrosa por la cercanía de una pequeña planta de formulación de productos químicos. Al respecto, ya la SETENA, como ente técnico, avaló el plan de la CCSS para atender este tipo de riesgos.  Da pena ajena escuchar a la diputada vocera del Olimpo comparar esa pequeña planta formuladora con una planta nuclear como Chernobyl, en un burdo afán de asustar a la población. Al caerse la segunda excusa, ahora, al mejor estilo del nuevo olimpo, otra diputada indica, sin presentar pruebas, que la compra del terreno fue un “chorizo” de alguna persona política, cuyo nombre no especifica. Este afán por evitar la construcción del hospital de Cartago ha tenido, como único efecto, el atraso de un proyecto que irá en beneficio de la población de Cartago. La verdadera razón resulta un misterio, pero si lo unimos a otros retrocesos en materia de salud en estos dos años, parece parte de una política de privatización de la salud, ¿para beneficio de quién? Está por verse.

Otra muestra de impericia: el manejo de la contaminación de agua que afectó a más de cien mil personas en Moravia, Goicoechea y Tibás. El gobierno primero pidió ayuda a un laboratorio privado que no le resolvió el problema, y dejó pasar cuatro días antes de solicitar la colaboración de la UCR para identificar el posible contaminante, tiempo precioso ya que, al diluirse el contaminante, su detección e identificación se hacía más difícil. Afortunadamente la capacidad científica de la UCR permitió identificarlo y advertir a la población. El gobierno no solo fue incapaz de informar de manera oportuna y clara, sino que, inexplicablemente la ministra de Salud cuestionó a la UCR por hacerlo y además intentó responsabilizar a la universidad del atraso en la toma de decisiones ante el problema, cuando este fue causado por su propio despacho.

Ante su propia ineficacia en el combate de los problemas acuciantes como la desocupación y la delincuencia, vemos al sumo sacerdote sentado en su nube de humo, lanzando rayos y centellas, cuando no sapos y culebras, a los demás, culpando al Poder Judicial, a la Contraloría, a la Asamblea Legislativa, a las universidades públicas y a todos los mortales, cuando las cosas no salen bien, a causa de la propia impericia del Olimpo. Este discurso va en detrimento de la democracia y de la convivencia ciudadana; otro lamentable retroceso.

Tal es la situación en el año 2 d.C. A nuestro Zeus criollo y su corte celestial todavía hay feligreses que les creen con fe ciega. Cada vez menos, por dicha. Como que el efecto del humeante embrujo va pasando y despertamos a punta de realidad, una realidad caracterizada por retrocesos sociales, “chorecos”, presas y delincuencia.

 

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