Forjar una Costa Rica “verde” fue por años una motivación que le dio al país imagen y beneficios, incluyendo el crecimiento del turismo. Pese a esos logros, Costa Rica aún exhibe muchas realidades ambientales que es necesario afrontar, especialmente ante el escenario de creciente inestabilidad mundial. Los trastornos en curso afectarán el turismo internacional y el flujo de mercancías y recursos financieros. Se requiere un alto en el camino para mirar hacia adentro en la estrategia ambiental.
Es necesario construir sobre lo avanzado; pero también prepararse mejor para lograr condiciones que den más seguridad ambiental, abordando las exigencias más importantes. En cada una de ellas hay una gran tarea para tener un país ambientalmente más seguro. A continuación, una breve referencia a las tareas pendientes, pero impostergables.
Los residuos de basura que las municipalidades recogen y procesan – y que en algunos lugares solo amontonan y en otros no recogen -, son una vergüenza y un riesgo para la salud humana, empezando por la de los trabajadores de las municipalidades. La basura contiene vidrios de envases quebrados, agujas y clavos, baterías de todo tipo y tamaño, animales muertos y más: eso es intolerable.
Sentirse ufano de aguas limpias es ya solo un orgullo que pueden expresar pocas comunidades. Las aguas dejaron de ser limpias y en muchas microcuencas perdieron su valor natural. En su camino hacia el mar recogen residuos tóxicos, incluyendo metales pesados, y arrastran basura que va a dañar las costas y la vida marina, que hasta ahora les genera ingresos a las comunidades costeras de pescadores. Muchas escorrentías, además, contaminan los acuíferos en forma silenciosa y persistente. De estos acuíferos se sirve de agua gran parte de la población y, para convertirla en agua potable, el AyA tiene que incurrir en costos sistemáticamente incrementales por cada litro logrado.
La biodiversidad viene transcurriendo por la enmarañada ruta de la supervivencia, en un escenario que va en su contra. A pesar de los esfuerzos de educación y control, continúa la cacería furtiva, el turismo no educado, el uso de químicos que contaminan suelos y aguas, y la destrucción explícita del hábitat con prácticas sustentadas en el desconocimiento absoluto de los ciclos y las cadenas de vida en la naturaleza.
La mayor parte de los residuos orgánicos (aserrín, boñiga, residuos de jardines y de la industria de frutas y verduras frescas, etc.) son desaprovechados, a pesar de los esfuerzos por educar sobre la producción de abonos y energía.
No menos desafiante es el cambio necesario en la agricultura, para que se sacuda de la perniciosa dependencia de aquellos agroquímicos que hacen más daño a los suelos y al agua que a la salud de las plantas y las personas. Las denuncias de daños por fumigaciones y la presencia de residuos de agroquímicos en alimentos de consumo nacional es frecuente y no puede tolerarse. Se cumplen las normas sanitarias para los productos de exportación, pero no puede haber una doble moral en el trato a los consumidores externos y a los nacionales.
El problema social de la vivienda para la población más pobre se agrava cada día con las construcciones en laderas y cauces de ríos y quebradas. Siendo así, el costo es triple en vidas humanas, en bienes materiales y en destrucción de la naturaleza. El planeamiento urbano dejó de ser una política de desarrollo, dando paso al negocio de la venta de tierras para vivienda.
Si resolver todo esto nos trae por añadidura estar mejor preparados para afrontar la inestabilidad y agresividad climática, ya tendremos ganancia. Desde luego que quedan otras tareas sobre este último desafío y tienen que ver especialmente con las medidas de previsión que tomemos las personas en la vida diaria, en las empresas y en las entidades de gobierno. Las inversiones cuidadosas, públicas y privadas, para la previsión de daños, serán siempre más efectivas que los parches para resarcirse de los daños y la adquisición de seguros, los cuales serán cada vez más caros, obviamente, en un escenario de mayor incertidumbre.
No solo es necesario ser “verde” para asegurar un ambiente seguro como medio para el desarrollo sostenible. Es indispensable ampliar la visión sobre el desarrollo para que sea realmente sostenible, y educar a todos los niveles con disciplina y aplicar sanciones con energía.