La reciente decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que confirma los derechos matrimoniales de personas LGBT, ha suscitado múltiples respuestas en América Latina, donde algunos la han acogido con brazos abiertos y otros la han rechazado rotundamente. En Costa Rica, la reacción a esta decisión controversial ha activado toda una campaña presidencial basada en el temor, la ignorancia y la desinformación sobre personas LGBT.
Numerosos argumentos han sido diseminados contra los derechos civiles de los homosexuales por aquellos que declaran tener la autoridad de hablar por Dios. Algunos de estos argumentos han sido difundidos de manera tan amplia y poderosa que, en una democracia, personas de conciencia deberían tomarse el tiempo para examinarlos de cerca.
Sobre todo, hay que tener en cuenta la premisa de que en una democracia las religiones no pueden imponer sus puntos de vista dogmáticos a todos los ciudadanos, incluso aunque sus miembros constituyan la mayoría numérica. Ciertos Derechos Humanos inalienables están garantizados para todos los ciudadanos en una democracia, incluidos aquellos que creen en una religión con pocos miembros o aquellos que no creen en ninguna religión. El poder político de la mayoría no anula los Derechos Humanos de la minoría.
Un conjunto de los argumentos en contra de la igualdad para las personas LGBT se basa en la Biblia. Después de haber leído este libro detenidamente desde mi niñez, sé que contiene poesía inspiradora, proverbios sabios y, a veces, hasta valores universales en sus mitos, leyendas y cuentos históricos. Sin embargo, las fuentes históricas, científicas y académicas más viables han demostrado claramente que la Biblia no es la palabra de Dios, sino la palabra del hombre. El hecho es que este texto fue escrito en una era precientífica, donde abundaban la ignorancia, la superstición y el analfabetismo y, por lo tanto, apenas sirve como una guía moral confiable para la vida moderna e iluminada.
Otro argumento a menudo expresado es que ser LGBT no es natural o es una enfermedad mental; sin embargo, esto se contradice con la evidencia de la historia humana, así como con la investigación científica más objetiva. En los campos de la Psicología y la Psiquiatría, investigaciones han confirmado que las personas homosexuales no sufren ninguna enfermedad mental y que son tan capaces como los heterosexuales de formar relaciones, matrimonios y familias duraderas y significativas. En 1974, la Asociación Americana de Psiquiatría finalmente reveló públicamente su conclusión de que la homosexualidad no es una condición o enfermedad mental.
Ha habido personas homosexuales en todas las sociedades humanas, documentadas u observadas sistemáticamente. En algunas, fueron bienvenidos e integrados, mientras que en muchas otras fueron ridiculizados y perseguidos. Sin embargo, la historia y el presente han confirmado claramente que las personas LGBT son importantes miembros contribuyentes de la sociedad y que pueden proporcionar perspectivas alternativas sobre una variedad de cuestiones críticas.
Otro los argumentos más tenaces contra los Derechos Humanos y matrimoniales LGBT es que los niños criados por tales padres se verán perjudicados, confundidos o traumatizados de alguna manera por esa experiencia. Toda la investigación científica y psicológica llevada a cabo durante décadas rechaza totalmente esa noción. Es decir, ahora sabemos que los niños criados por padres LGBT están bien adaptados, mentalmente sanos y, como es lógico, más tolerantes sobre la diversidad. En promedio, hay más abuso físico, sexual y psicológico de niños perpetrado por padres heterosexuales que por padres homosexuales.
En conclusión, volvemos a nuestra premisa original: en una nación auténticamente democrática, ninguna ley o práctica basada en dogmas, creencias o tradiciones religiosas debe ser impuesta a sus ciudadanos. Esto es especialmente relevante cuando hacerlo le negaría a cualquier ciudadano los mismos Derechos Humanos básicos otorgados a todos los demás.