Opinión

Con atraso y puntualidad: a mi padre, a los padres y a Eva Sevilla

Es un lugar común, entre personas revolucionarias, decir que el Día del padre, de la madre, del amor y la amistad no son más que invenciones de la industria comercial para ordeñar a quienes consumen sus mercancías. Pero, contradictoriamente, quienes se juran y se re-juran ateos o agnósticos, celebran cierta fecha que suponemos es la Navidad cristiana; valga más cuando, tales personas (entre las que desde luego me incluyo), tenemos la dicha de construir, en pareja, en equipo, constante y cotidianamente, a maravillosa experiencia de ser padres y madres. Cuando se lo es, con muchos defectos y errores de seguro, pero con bondad genuina y sana voluntad.

Sé también que se menosprecia este día y se torna cada más turbulento, tomando en consideración lo que con acierto nos dice Amorós: “Independientemente del feminismo, la realidad social no se entiende si no se entienden las estructuras patriarcales, los “pactos patriarcales”: el sistema de poder simbólico y real a través del que la masculinidad se constituye como un sistema de prestigio.”

En fin, lo cierto es que el Día del padre se ha institucionalizado, tanto como la Navidad. Y lo digo sin rodeos, que, en mi caso particular, me siento orgulloso de mi padre y de mis abuelos, de su ejemplo y la cosecha que nos dieron o nos da aún nuestro padre, considerando sus vidas tan diversas, de alguna manera opuestas, y no pocas veces, en extremo complicadas.

Mi padre, Oscar Morera Madrigal, con sus virtudes y defectos, me enseña todos los días y me enorgullece, a pesar de los debates y a veces choques fuertes que tenemos, pues tengo la manía de ser rebelde. Pero atesoro las conversaciones sobre ciencia y política con él, tanto como las de mi madre sobre historia, literatura o música. Óscar, en su juventud, en la clandestinidad, combatiente voluntario para la defensa de Cuba en la crisis del 61, valiente, consecuente, paciente y fuerte como un roble, aún hoy, con 87 años.

El padre de mi padre: Neftalí Mortera González (Tali), fue un campesino medio, visionario y laborioso, de Río Segundo de Alajuela, fecunda raíz y ala de los Morera, fruto de su yunta con la abuela Aida Madrigal Castro, ferviente hincha liguista y mujer indoblegable, quien llegó a los ciento y un años, muriendo exactamente el día de su nacimiento. A Tali lo recuerdo vagamente, con su parsimonia desde la amplia sala del comedor hecho de madera de la zona. Sé que cultivaba y mercaba café, tuvo una cazadora y una pulpería-cantina: El Cacique. Supo ver la curiosidad científica de mi padre, nacido en 1933, y gracias a Abuelito Tali a mi Tata se le dio la oportunidad de subir a una avioneta, desde La Sabana, con muchas esperanzas y zapatos nuevos, a estudiar medicina en la Universidad nacional Autónoma de México (UNAM) y buscar allá a la familia Madrigal Castro.

El padre de mi madre, Rosalila Herrera Zavaleta, fue Adolfo Herrera García (Fofa). Al igual que su ángel de la guarda, Margarita Herrera Zavaleta (Tita), ambos nacieron en 1914. Para su fortuna les tocó sentarse uno al lado del otro, siendo perfectos desconocidos, y se enamoraron de un flechazo, riendo a carcajadas con una película de Chaplin. Mi abuelo es el Pedro Porras de la Columna Subversiva de LIBERTAD, órgano del Partido Vanguardia Popular (PVP). Falleció el 19 de junio de 1974. Hace escasos 2 días atrás. Casual y justamente un día después de la fecha de fundación del Partido Comunista. Yo estaba en tercer grado de la Escuela, y aún lo lloro.

Estaba escribiendo esta narración en voz alta, cuando llega la ansiada noticia, confirmando la condena a la pena máxima al femicida que segó la vida de la hija menor de mi hermano menor, amado Oscar Morera Herrera, la asesinada Eva Morera Ulloa. Un enorme abrazo a Óscar y Alina y a toda la sufrida y renacida familia. Sé que nos motiva la mezquina venganza. Nada devuelve a una hija muerta, pero sin duda su femicida está dónde debe estar. Y la familia que trabaja en equipo, en el dolor, se fortalece. Eso, ¡seguro!

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