Opinión

Ciencia y exclusión

De otra era que debería haber quedado en el pasado son las políticas excluyentes de Trump.

De otra era que debería haber quedado en el pasado son las políticas excluyentes de Trump. Hoy vemos atónitos en los medios de comunicación como la xenofobia y el racismo encuentran asidero en “razones económicas” y se proclama contra natura la diversidad sexual y los derechos sexuales y reproductivos de la mujer. Es una historia de intereses sociopolíticos y ciencia que se repite en pos de justificar la opresión de grupos humanos, ya sea por su género, raza, sexualidad, religión, u otras características no hegemónicas. Líneas similares de razonamiento han justificado atrocidades impensables como el Holocausto, el Apartheid, la esclavitud moderna, solo por mencionar los casos más visibles.

Tomemos como ejemplo la discriminación de género que se justificó, dentro del marco de la Ilustración, en supuestas “pruebas científicas” de carácter biológico y que volcaron a la comunidad científica de la época a la búsqueda de inequidad natural entre los sexos. Así se estableció como inferior la capacidad intelectual de la mujer basándose en el tamaño de su cavidad craneal y surgieron estudios científicos que rayaban en lo humorístico, afirmando que la incapacidad de la mujer para razonar era producto de su “extrema sensibilidad”, hecho palpable en sus “blandos órganos” proclives a serios daños durante el proceso de racionalizar dado el alto consumo de energía corporal que este implicaba.

Otros estudios apoyados en la teoría de Darwin categorizaron a la mujer caucásica, como menos evolucionada, más cercana a un infante y a las razas inferiores, ligada a lo primigenio, a lo anomalístico. Cada vez más la “evidencia científica” extrañamente avalaba un cuerpo femenino diseñado para el  trabajo doméstico y un estilo de vida pasivo. Todos los “atributos naturales” descubiertos apuntaban a una mujer sumisa, débil, hogareña, tonta, estructurada para complementar al hombre.

Las “mujeres subversivas”, emancipadas, que reclamaron semejantes “verdades científicas” se construyeron científicamente como creaturas híbridas, odiosas, entes asexuales y cuyo desarrollo intelectual aniquilaba su gentileza  maternal.  Se les transformó en seres que por sí solos serían los culpables de la ruina y degeneración de la sociedad al provocar un daño equivalente al de un imbécil o criminal.  Aquellas sexualmente activas y erotizadas eran aberraciones morales, categorizadas como infantes carentes de habilidad racional para distinguir lo bueno de lo malo.  La sexualidad de la mujer pasó a ser una enfermedad mental y con ello estas “ninfomaníacas” se convirtieron en sujetos de hospitalización, mutilación y encarcelamiento por el bien de la sociedad y su curación.

Lo anterior parecerá chistoso a algunos pero la conflagración de la ciencia y el avance de determinados proyectos sociopolíticos sigue vigente y nos afecta a todos.  La misma injusticia con que se ha juzgado y se juzga a las mujeres, es la misma injusticia con que se han juzgado y hoy se juzgan a otros grupos humanos. Los inmigrantes latinos indocumentados, los refugiados musulmanes y las mujeres que luchan por la equidad son dibujados hoy por el nuevo gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica como los “bad hombres” (hombres malos) a separar con murallas, los musulmanes “terroristas” y las “nasty women” (Mujeres deplorables).

Hoy estos y otros grupos humanos no hegemónicos se han convertido en los otros, enemigos de la libertad individual y la autorrealización de los “Americanos” (solo estadounidenses y solo ciertos estadounidenses) que, vale la pena mencionar, solo se logra a través del bienestar económico (su modelo económico) y un imperio de consumo por encima de consideraciones éticas.

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