Recordé la primera vez que entré a la Universidad de Costa Rica (UCR) a recibir mis clases de Estudios Generales, me latía el corazón fuerte y acelerado. Mi cabeza decía: “¿estaré bien vestida?”, “¿encontraré novio?”, “¿serán suficientes los útiles que compré?”. Un torbellino de emociones, una nueva etapa con desafíos, iba a conocer a otras personas; en fin, a adaptarme.
Luego, cuando regresé a dar clases, otra vez me latía el corazón, ahora nerviosa… En este caso mi cabeza decía: “¿Estaré bien vestida?”, “¿serán suficientes las filminas que preparé para una clase de cuatro horas?”, “¿lograré despertar el interés en los estudiantes?”, “¿me ganaré el respeto de mis estudiantes y colegas?”.
Hoy fui a la UCR a recoger unos libros para preparar una clase. Entré y observé los mismos edificios, las esculturas en los parques, unos grafitis en la pared, con la gran diferencia de que no hay personas. No vi deportistas ni personas paseando a sus perros, no estaba la joven que vende cafés ricos, no había estudiantes con sus grandes bultos o con sus audífonos, escuchando música o revisando sus teléfonos; tampoco había parejas caminando de la mano. De repente vi ondear la bandera de Costa Rica y a la par la de la Universidad de Costa Rica, se me hinchó el pecho de emoción, se me vinieron las lágrimas y pensé: “Estamos en casa estudiando”.
Escribo estas palabras porque necesito expresarme. Ha sido agobiante preparar clases virtuales, trato de hacer mi mejor esfuerzo, aunque sé que podrían ser mejor. Leo noticias sobre los problemas de los estudiantes por no tener acceso a una computadora o conectividad a Internet, soy consciente de los esfuerzos que hacen nuestras autoridades para llegar a los estudiantes con el fin de tener una educación equitativa; pienso en aquellos estudiantes que están atribulados porque algún miembro de su familia se ha quedado sin empleo y que ellos no saben cómo ayudar en sus hogares, donde pueden pensar que estudiar es un gasto y no una contribución…
Tal vez los estudiantes crean que los profesores sólo estamos enfocados en darles clases sincrónicas, asincrónicas, ponerles tareas y exámenes; que no somos flexibles porque seguimos dando clases y queremos abarcar todos los temas colocados en la carta al estudiante y que les exigimos. Recuerden que si les exigimos y pedimos es porque sabemos que son capaces de dar más, porque estamos tratando de que aprendan conceptos desde la virtualidad, estamos adaptándonos todos…
Mi sincero deseo es que no haya deserción estudiantil, pero las condiciones que vive cada uno solo las conoce cada uno; a los profesores nos interesan nuestros estudiantes, nosotros sentimos orgullo cuando presentan sus tesis, cuando hay una alta promoción de graduados; nos entristecemos cuando dejan los estudios para ir a trabajar, aunque siempre nos prometen que van a continuar en la universidad. Ojalá los estudiantes se puedan acercar a sus respectivas escuelas a solicitar ayuda. Definitivamente, la vida de la universidad son sus estudiantes.
Carta de una profesora
Recordé la primera vez que entré a la Universidad de Costa Rica (UCR) a recibir mis clases de Estudios Generales, me latía el corazón fuerte y acelerado.