Él fecunda los huevos una vez que la hembra los deposita en su bolsa abdominal y se encarga de ellos hasta el nacimiento. Por supuesto que en este caso hablamos de condiciones totalmente instintivas programadas durante siglos en el ADN de estos seres, pero, ¿qué pasaría si ellos quisieran obtener felicitaciones por el trabajo de padres que hacen?
Durante mucho tiempo, en una familia heterosexual, se le designó a las mujeres el cuido de sus hijos e hijas mientras los hombres se dedicaban a la recolección de alimento. En un mundo actual ideal, las responsabilidades y crianza deberían estar en una proporción de 50/50; sin embargo, la realidad es que comúnmente ambos progenitores deban salir a buscar el sustento y existe un recargo hacia uno de los padres. Cuando es la madre quien se encarga, es socialmente visto como algo normal, pero, al ser el caso contrario, se nos presenta un fenómeno curioso. Muchos hombres encargados de la crianza de sus hijos esperan obtener una estrellita en la frente cada vez que cumplen con su deber. Pobres víctimas de las circunstancias, no les queda más remedio que “hacer el papel de mamá”, pero, un momentito: ¿cómo que el papel de mamá? ¿No fueron necesarios los dos gametos para crear un cigoto que se convirtió en su hijo o hija?
Mientras que una madre debe estar abnegada a sus hijos e hijas, es socialmente aceptado que el padre tenga más libertades: el precio que exige el colectivo para etiquetar como “buena mamá” es, por mucho, más alto que a la hora de llamar a alguien “buen papá”. Las frases como “es que las mamás pueden hacer muchas cosas a la vez” o “es que las mamás se necesitan más que los papás” son solo parte del solapamiento que hemos aceptado para seguir con el exceso de trabajo no pagado por parte de la mujer. ¿Qué hace que una madre sea más capacitada para cuidar a sus hijos e hijas que un padre? Simple, toda su vida. La vida entera de la mujer que, desde que se le regala una muñeca para que juegue a ser madre, se le adoctrina para ello; se nos moldea para estar ahí para nuestros hijos e hijas, sobre nosotras mismas, sacrificándonos una y otra vez, y dejamos de lado “nuestros sueños” para darle paso a los sueños de ellos y ellas. ¿Y el papá? Se le ha enseñado a “jugar a la casita machista”, sigue con lo suyo y aporta económicamente a la causa, dejando de lado la parte de pasar tiempo con sus hijos y apoyarlos emocionalmente: ser papá no significa ser un billetera.
La sociedad nos programa, como al caballito de mar, a cumplir inconscientemente una separación de tareas. No es posible que sigamos alimentando el modelo machista de que el ser padre no nos cambia la vida y el ser madre sí. A parte de las implicaciones físicas, las labores, los sacrificios, la postergación de metas y las implicaciones económicas deberían ser iguales para ambos, a menos que exista un acuerdo en la pareja, en cuyo caso tampoco deberíamos de admirar al padre por hacer lo que le toca. A diferencia del caballito de mar, nosotros y nosotras podemos elegir y cambiar lo que ya se encuentra normalizado.
Considero totalmente necesario un cambio en el panorama completo y desde la niñez, mostrando que no existen labores para el hombre y labores para la mujer, sino que una familia es un equipo en el que todos debemos participar. Incluir a los hijos e hijas en las labores del hogar sin limitar si es “trabajo duro” o “trabajo simple”; mostrar que no importa quién cocine, quién lave y quién planche; y enseñar que la mamá también tiene derecho a estar cansada como lo tiene el papá son acciones fundamentales para que puedan ver que existe una relación justa entre las tareas que cumple cada uno sin que se esté promoviendo, para los caballitos de mar, la gran hazaña de cumplir el trabajo de papá.