De vez en cuando surgen relatos sobre personas que nos dan razones para esperar el triunfo final de la decencia humana. (…) El mes pasado en la localidad de Ereván, en Armenia, se celebró la entrega del Premio inaugural de Aurora, destinado a despertar la humanidad. Esos relatos deberían recibir más atención global (…).
Uno de los finalistas fue el padre Bernard Kinvi. Dirige un hospital en un área amplia, en el centro de la República Centroafricana. Cuando estalló la guerra sectaria entre rebeldes musulmanes y las milicias cristianas, desgarró la comunidad. Sin miedos ni prejuicios, en el hospital se pusieron a curar las heridas de combatientes y víctimas ocultas de ambos lados. El padre lo hizo con gran riesgo personal durante meses. Repetidamente los líderes de ambos lados lo amenazaron por ayudar al enemigo.
Tenemos también a Syeda Ghulam Fatima: desde una tienda en Islamabad, capital de Pakistán, dirige el Frente de Liberación de esclavitud laboral. Golpeada en múltiples ocasiones, además de puesta bajo tensión eléctrica, durante décadas ha luchado por liberar de siniestra esclavitud a los trabajadores encargados de hornos de ladrillos, aplastados por los propietarios. Ese frente pudo liberar a más de 80.000 paquistaníes, más de dos tercios mujeres y niños.
Como único médico, Tom Catena atiende a más de medio millón de personas en las montañas de Nuba, en el sur de Sudán, zona en guerra desde 2011. Entre bombardeo y metralla contra zonas civiles, cosa de casi todos los días, se negó a la evacuación, opción tomada por expatriados. Aceptó los riesgos, trabajando sin descanso durante los últimos cinco años, con miras a salvar la vida y la salud de muchos miles de hombres, mujeres y niños.
Allí está por último Marguerite Barankitse, tutsi en Burundi. Durante las convulsiones sangrientas de 1993 se empeñó en ocultar a decenas de sus vecinos hutus en una iglesia. Cuando fueron descubiertos, la desnudaron, la ataron a una silla y fue obligada a presenciar asesinatos a puro machete. Sin inmutarse, rescató a los huérfanos de los muertos y otros más. Luego, con el apoyo de organizaciones benéficas cristianas en Luxemburgo, creó los centros de la Maison Shalom (…).
Cualquiera de esos cuatro antídotos contra el cinismo hubiera podido ganar el premio, igual que muchos de los 186 candidatos (…). Finalmente, la ganadora fue Maggie Barankitse, “Madre de Burundi” no menos importante tal vez, porque este reconocimiento puede ayudar a prevenir que su desgraciado país vuelva a caer en una guerra civil. El Premio Aurora se llama así por Aurora Mardiganian, sobreviviente del genocidio contra el pueblo armenio entre 1915 y 1917.
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