No soy de los que adiós dicen a un país. Ni a una situación por difícil que sea. Por adversas que las condiciones resulten siempre creo que todo ocurre circunstancialmente para mejorar. Es la misma historia de todo triunfo. Y eso lo agradezco a hombres como Juan Rafael Mora Porras, Francisco Bilbao, José Carlos Mariátegui, José Martí, Enrique Roig, Farabundo Martí, San Martín, Joaquín Pablo Posada, Simón Bolívar, entre una larga lista de héroes y heroínas paridos con dolor por esta policromática América Latina.
Cuando el abolengo centroamericano arrió banderas y bajó su cerviz al esclavista Walker, que cultivaba el caldo dejado por el imperio español, hombres y mujeres como Pancha Carrasco, Mora Porras, el General Cañas, Santamaría, Emanuel Mongalo, Felipe Neri Fajardo y otro sinnúmero de latinoamericanos en París o en las entrañas mismas del invasor, levantan su voz por la verdadera segunda independencia y agitan como bandera una nueva soberanía y autodeterminación como pueblos, conscientes en que nuestras diferencias son siempre menos que las coincidencias.
Vivo así en el continente más lindo del planeta, pero a la vez más tenso de la Tierra, no porque millones de hombres y mujeres hayan buscado la tensión, sino porque se han amarrado a su tierra, a sus montañas, a sus ríos, chicos o grandes, tranquilos o tempestuosos, que unos pocos “ilustres desconocidos” quieren titular a sus nombres. Así, el agua que bebemos, los granos que comemos, las visitas a los picachos, a nuestras playas, a las sabanas que corrimos siendo niños, la luz que nos alumbra o el energético que nos mueve, quieren patentarlo todo para controlarlo con precisión de relojero; allí radica la tensión y el doloroso parto de mi tierra.
Tampoco soy ingenuo pensando que todo permanece inmóvil en la historia, porque sería negar los avances como consecuencia de nuestros retrocesos; digo que es más interesante ver cómo también los que tuvieron que retroceder ayer, hoy quieren avanzar sobre los cadáveres de quienes soñaron con una América Latina distinta, sin tufo a patio trasero.
Si esta máxima no tuviera vigencia hoy en Brasil, Venezuela, Bolivia, Cuba -donde haya asomo de progresismo distinto al olor de patio trasero- Salvador Allende no hubiera acabado como acabó y el pueblo chileno no hubiera soportado 17 años facinerosos. Comprendo, perfectamente, que el llamado “Manual de la ITT”, aplicado con paciencia franciscana en Chile, empezó a modernizarse en el 2002 cuando el golpe militar al presidente Hugo Chávez no salió tan perfecto. En el 2009 los golpistas contra Manuel Zelaya en Honduras mejoraron mucho.
Correspondió, ahora sí, al presidente paraguayo Fernando Lugo, en 2012, evidenciar la pulida versión judicial o legislativa – depende de qué poder institucional echan mano- para que los “golpes blandos” resulten perfectos y mediáticos. No importa si recurren a delincuentes de cuello blanco, asiduos clientes de los paraísos fiscales, a traidores, como dijo la presidenta brasileña, Vilma Rousseff. La columna vertebral del nuevo manual para el control de nuestras riquezas y de nuestras vidas por estos pequeños grupitos hegemónicos es, en primer lugar, desnaturalizando las instituciones del Estado, después levantarán la ciudadanía contra las autoridades que ella misma escogió en elecciones. Para entonces ya todo es relativo: la guerra es amiga de la paz, el saqueo es eficiencia y competitividad netas, la desigualdad es progreso y desarrollo; sin inequidad no hay justicia.
Perdónenme, pero esto es nazismo puro, que ignoro si Hitler cedió receta alguna a Sosthenes Behn, entonces Director General de ITT, cuando en 1933 hablaron de “negocios” ( ver: “Wall Street y el Ascenso de Hitler” y “El Estado Soberano de la ITT” ). Aún así soy optimista. Es América Latina olorosa a sudor de obrero, con sonido a bartolinas y ojos llorosos por el gas mostaza donado por la bestia de muchas cabezas. ¡Triunfaremos!