Opinión

Avengers: Infinity War

El cine post-postmoderno hollywoodense ha estado marcado en las últimas décadas por la necesidad de propagar producciones “innaturales”.

El cine post-postmoderno hollywoodense ha estado marcado en las últimas décadas por la necesidad de propagar producciones “innaturales”. Así, las narrativas innaturales (que ya han también invadido nuestro país) en cine proliferan con el fin de satisfacer no solo los imperativos de un capitalismo ya hace rato en quiebra, sino también el mejoramiento de los mecanismos ideológicos de control social, que trabajan mediante la exacerbación de lo emocional (véase al respecto: “Unnatural Narratives, Emotions, and Neoliberalism”). Mientras tanto, películas como Los limoneros, de corte más “natural” y mimético –donde se pone al espectador de frente a la problemática sufrida por los palestinos a manos del Estado israelí y el consecuente genocidio que estos pueblos árabes enfrentan cada día–, se diluyen en la censura del Internet.

En este marco, Avengers: Infinity War es una película que cae dentro de lo innatural, en la medida que representa un cuento de hadas con superpoderes y sazonada con efectos especiales, a la vez que intenta borrar completamente del mapa cualquier resquicio de realidad: se trata de evitar toda referencia al contexto de emergencia del texto fílmico; aquí no hay un Estados Unidos marcado por el fascismo antiinmigrantes, el racismo o la crisis económica.

Pero, como es imposible escapar de la realidad, ya que cuando le cierras la puerta se te cola por la ventana, en Avengers la realidad se cola a través del tema económico. Es decir, el principal fundamento de nuestras sociedades (y esto demuestra que los neoliberales son más marxistas que nadie) se vuelve tema de discusión, mediante una sórdida estrategia que yace oculta bajo los efectos especiales y la acción estupidizante de tal película.

De este modo, la película une soezmente dos ideas en una misma discusión, haciéndolas aparecer como una sola cosa. La película entonces mezcla la idea del genocidio unida a la idea de una economía planificada que proteja los recursos y el aspecto demográfico.

En una escena, Thanos (quien es malo y racional) discute con su hija adoptiva Gamora (quien es buena y emocional –y cuyas emociones venderán el destino del universo–), la cual le reclama que la aniquilación de la mitad de su pueblo, con el fin de imponer una economía que reparte bienestar y alimentación para todos, es un acto malévolo que está inextricablemente ligado a tal economía (entonces, donde se da uno, se da el otro). El truco es bastante sucio (poco ético) y dirigido a mentes que no sospechan tener que enfrentar este tipo de mensaje en una película de “simple entretenimiento”. La ingenuidad del espectador es cultivada por medio de imágenes fascinantes, mientras es penetrado (con todo el contenido fálico que esto implica) por la ideología de los grupos dominantes.

Avengers legitima una sociedad real marcada por una economía desordenada que está acabando no solo con los recursos naturales, sino también con la humanidad misma, bajo el pretexto de que apuntar hacia una disminución del crecimiento demográfico y la repartición de la riqueza traería el caos, que es verdaderamente producido por una economía capitalista en crisis terminal y nunca por una economía social y planificada. En este marco, el espectador es manipulado para aceptar el yugo de la explotación capitalista.

El mundo real (aquello que está negado en la mercancía innatural que se consume como cine) se aborda acríticamente a la manera del mejor mundo posible, que no merece ser puesto en duda, lo cual legitima el statu quo. Ya lo decían Marx y Engels: “La burguesía representa el mundo, en el cual ella domina, naturalmente como el mejor mundo”, y Avengers no hace más que confirmar esta idea.

Así, esta última entrega de Avengers no es más que un mero dispositivo ideológico disfrazado de séptimo arte. O sea, Avengers, más allá de lo que parece, no es más que la manifestación de un cine panfletario, burgués e innatural.

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