Jesús, la paz sea con él, ha dicho: “El mundo es un puente; pasad por él pero no os instaléis en él”. (J. Jeremías. Palabras desconocidas de Jesús.)
La resistencia de sectores del catolicismo y del protestantismo a un estado laico, así como su búsqueda de protagonismo político, apelando tanto a las alianzas de vieja data con el bipartidismo tradicional como a la constitución de nuevas instancias partidarias de perfil confesional evangélico, es una evidencia de que aún sobrevive el régimen de cristiandad constantiniano (legitimidad religiosa a cambio de legitimidad política y viceversa).
Al parecer, no calaron suficientemente los avances que representaron, en esta materia, el Concilio Vaticano II (1963-1965) y La Conferencia de Medellín del Consejo Episcopal Latinoamericano (1968). Efectivamente, ambos hicieron un aporte señero para superar el modelo de cristiandad, al poner el acento en la iglesia como pueblo de Dios al servicio de los pobres, es decir, sustituir una concepción de iglesia regia por una de iglesia sierva.
El magisterio del Papa Francisco da señales de estar retomando los desafíos planteados en los dos históricos eventos referidos. Particularmente, dando un testimonio personal de una iglesia más cercana al mundo de los empobrecidos y excluidos, y que ha de despojarse de los símbolos que la hacen parecerse más a los reinos de este mundo. Por otra parte, en el protestantismo, de rostro diverso, siempre ha existido un sector que reivindica el espíritu reformista: “Iglesia reformada siempre reformándose” que, atento a los signos de los nuevos tiempos, se coloca del lado del pueblo y ve como positivo la instauración de un estado laico.
Quienes pretenden defender sus preceptos religiosos conservadores, desde el pódium del poder, poniendo en entredicho valores y derechos humanos fundamentales, están subestimando la inteligencia del pueblo costarricense. Es hora de que nuestra institucionalidad, si se precia de ser democrática, deje de prestarse para que se imponga la dictadura del fundamentalismo religioso de cualquier signo. Fundamentalismo que también hoy está siendo oxigenado por partidos electoralistas, para los cuales se ha convertido en un aliado estratégico. Se trata de una religiosidad de “gracia barata” (D. Bonhoeffer), acomodaticia y mercantilizada.
No se puede seguir avalando, de manera inconstitucional, a partidos confesionales. Las experiencias en otros países donde el fundamentalismo ha constituido partidos políticos o ha incidido en la elección y gestión de algunos gobiernos, han sido muy negativas en materia de democracia y derechos humanos. Piénsese en los casos de Efraín Ríos Mont en Guatemala, Alberto Fujimori en Perú y George W Bush en Estados Unidos, entre otros.
Si el fundador del cristianismo fue tan contundente en afirmar que su reino no pertenece a este mundo (Jn 18:36), es decir, más bien corresponde a un proyecto “utópico” de valores y prácticas encaminadas a transformar el mundo, para crear una comunidad humana más justa y amorosa, ¿acaso no ha llegado la hora para que el catolicismo y el protestantismo, en nuestro país, apuesten por una iglesia más cercana al pueblo que a las instancias del poder, en el reino de este mundo?