Opinión

““Arrecostarse” al Gobierno” en el paradigma del tico

En el amplio vocabulario costarricense, existen centenas de “dichos” que han sido, a lo largo del tiempo, brújulas en la ubicación de nuestro ser histórico,

En el amplio vocabulario costarricense, existen centenas de dichos que han sido, a lo largo del tiempo, brújulas en la ubicación de nuestro ser histórico, significando, desde la palabra, nuestros comportamientos como sociedad.

Ensayos como Idiay, de Carmen Naranjo, y Abel y Caín en el ser histórico de la nación Costarricense, de Abelardo Bonilla, nos abren puntos de análisis de nuestro paradigma como nación, necesarios para ejercitar la introspectiva y referenciar los problemas que debemos superar para poder soltar las cadenas que nos atan a la piedra, donde Prometeo espera que el águila devore su hígado.

Recuerdo, desde niño, escuchar aquel dicho campesino de “arrecostarse” al Gobierno”. La RAE define recostarse como inclinar sobre otra cosa, esa era su aplicación en la cotidianidad de nuestro paisaje léxico, mandándonos a recostarnos a algo llamado Gobierno, padre de lo creado, fuerte y robusto para darnos apoyo dónde reclinar nuestros pesos, poseedor del fuego de la sabiduría, por el cual Zeus encadenó a Prometeo.

Tomando en cuenta que nuestros abuelos, vivieron las reformas sociales, políticas y económicas de los cuarenta, que nuestros padres vivieron las bonanzas de crecer en el estado benefactor y vivir de los avances de la época, los que, hasta hoy en día, nuestras generaciones gozan, en diluida medida, pero, los cuales nos colocan con un aceptable nivel de vida, podemos referenciar el nacimiento de este dicho popular costarricense, en un período histórico de confort social.

En la actualidad, los debates de la contracción del estado y la privatización de los servicios reabren la discusión donde lo público representa una especie de alcahuetería ciudadana, donde se despilfarra a manos llenas, argumentación impulsada por el sector empresarial, interesado en que los servicios públicos pasen a sus manos, supuestamente mayormente calificadas, bajo la muletilla de la apertura de los mercados y la sana competencia Estado/empresa privada.

El neoliberalismo, sistema político/económico que se posa en nuestro país, ve con malos ojos un Estado que sea un hombro amigo”, donde el ciudadano de a pie pueda recostarse. Salud, educación, telecomunicaciones, energía, banca, son botines predilectos de estos grupos, para arrancárselos -de a poco- al tico, y socavar las bases del modelo.

Y es que la función pública ofrece garantía de oportunidades que son inauditas para el sector privado, por eso, hoy en día los funcionarios públicos son víctimas de un cotidiano ataque por parte de los medios de comunicación y de los sectores empresariales, donde se les etiqueta de privilegiados por sus garantías laborales; en realidad, las comparaciones –siempre odiosas si se hacen de abajo hacia arriba– ponen al funcionario privado en condiciones de precariedad laboral. Desde ahí es sumamente fácil ubicar al sector público como un sitio de privilegio, creador de problemas fiscales y desigualdades sociales.

No se deber descartar al funcionario público como propio enemigo de sí mismo, engañado muchas veces con el mismo anzuelo con el que se pescan las opiniones de los anteriores grupos mencionados, actitud del costarricense ya descrita por Abelardo Bonilla en su ensayo.

Se dice que trabajar para el gobierno es lo mejor que le puede pasar. ¿Quién no ha escuchado algo parecido?, prejuicio ligado a nuestro dicho, donde los trabajos públicos son supuestamente perennes, no se despide y donde tu desempeño es el mínimo, y pueden permanecer arrecostados con tranquilidad y confort.

Esto debe ser objeto que forme parte de la autocrítica. El sector público debe adquirir conciencia de que forma parte de un modelo social, su trabajo y obligaciones forman parte de la solución cotidiana de las necesidades básicas de sus compatriotas. Por tal razón, debe criticar, denunciar y mejorar cada día en sus labores, defender su modelo como si fuera  ­–y lo es­–  su propio pan, el que le arrebatan de la mesa. Como proclama Martí:Haga cada uno su parte de deber, y nada podrá vencernos”.

El arrecostarse al Gobierno representa un Estado garante de las necesidades básicas del costarricense, condiciones cada vez más limitadas. Ese hombro, que soportó la enfermedad, la alfabetización, que permitió iluminar nuestros hogares, hoy se encuentra desmontado, fracturado y puede que pronto se borren de la memoria esos beneficios, del mismo modo que el dicho ha desaparecido de las conversaciones del costarricense.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido