Opinión

Alí, “brazos ligeros”, cabeza y corazón

¿Pero qué tengo que ver yo con un futbolista o un boxeador? Nada.

¿Pero qué tengo que ver yo con un futbolista o un boxeador? Nada. Por eso, debe sorprender esta columna de elogio fúnebre a un deportista de esos. Confieso de entrada que, perdón, pero con todo respeto, estoy mareado ya de la hagiografía permanente que le hacen, en los periódicos locales, a un portero local que en estos días se está recuperando de una “tendinopatía aquilea”. Este último adjetivo proviene del famoso griego Aquiles, llamado ‘el de los pies ligeros’. Pura leyenda, me dirán, pero más formativa resulta que esa actual imposición comercial que obnubila al deporte y al ser humano detrás.

El boxeador que murió hace unas semanas, aparte de tener “los brazos ligeros”, era testarudo de los buenos: lo prueba su lucha, en el cuadrilátero y en la arena política. Todo lo tenía en su contra, el que bautizaron Casius Clay: negro, nacido en el sur de Estados Unidos y, para peor, ser pobre. Pero le sobró anhelo, perseverancia y sueño del bueno: el utópico.

Hay que colocar la lucha racial en su contexto histórico, para lo cual me valgo de un detalle, reflejo de la misma época, los años 60, en que él se abría camino y yo estudiaba en Lovaina: la casera mía, muy católica, me anunció una visita, pero bajito añadió: “¿Lo hago subir a su cuarto? Es que es un negro”. Mohammed Alí perdió su último combate, recién ahora, en junio del 2016, y sigue la cuestión, su pregunta: ¿Qué pasa con los ángeles negros?

Este Cassius Marcellus Clay Jr. nacido en 1942, toda la vida resultó un peso pesado, pensador inconforme en el cuadrilátero de este mundo redondo y… demasiado plano: debe haber montañas de anhelos de superación. En medio de injusticia racial y social, tuvo su juventud con la buena semilla, no del rencor, que no sirve para nada, sino de la lucha: le habían robado la bici y… por predestinación encontró un buen entrenador de boxeo.

Me llama la atención la constante valoración de sí mismo, pero con ojo crítico y… lírico. Qué otra cosa es su autodescripción de saber “flotar como una mariposa y picar como una abeja”. Me impresionó cuando se negó a ser soldado en Vietnam: los pacifistas de entonces y ahora valoramos la pelea que eso le costó. Menos entendible, entonces, pero valorado, ahora, es su conversión al Mohammed Alí islámico. No importa estar en desacuerdo: fue fiel al espíritu de búsqueda y consecuentemente filántropo como manda su credo.

Y todavía resulta contagioso: “Yo quería un lugar que inspira a la gente a ser lo mejor”. Victorias y medallas hubo; también derrotas, como ese Parkinson que lo noqueó finalmente. Aparte de unos formidables puños, tenía cabeza y corazón. El deporte ha perdido un campeón; la humanidad ha ganado un gran hombre: quedará en nuestro recuerdo, grande en tamaño, más grande en el alma. Otros quedan en sus talones.

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