Opinión

Algunas reflexiones sobre las lecturas apresuradas del comportamiento electoral y el fin del partidismo en Costa Rica

Desde hace varios años, estudios de opinión y cultura política han subrayado el asentado malestar de los costarricenses con la política y sus protagonistas.

Desde hace varios años, estudios de opinión y cultura política han subrayado el asentado malestar de los costarricenses con la política y sus protagonistas. Sin embargo, en época electoral es evidente cómo se despierta un cierto interés político en la gente, aunque este sea en buena medida confrontativo y crítico. Los medios de comunicación reportan debates, encuestas, declaraciones de candidatos. Los centros académicos publican investigaciones y organizan actividades en torno a los comicios. En dicho contexto surgen preguntas entre los ciudadanos sobre quién ganará, con qué margen de votos, cuántas personas votarán, por qué preferir un candidato, entre otras.

La ciencia política -junto con otras disciplinas como la psicología y la sociología- ha buscado respuestas a estas mismas preguntas que muchos en algún momento nos hemos cuestionado. Dada la complejidad de las sociedades y las dinámicas de cada elección, no es posible tener una respuesta única y paradigmática al respecto, aunque se han observado ciertas regularidades -en Costa Rica y en otros países-, que algunas teorías ayudan a explicar. Estos marcos interpretativos hacen frente a explicaciones simplistas, generalmente monocausales, sobre por qué las personas se comportan de determinadas maneras en el ámbito político.

Por ejemplo, una pregunta clásica ha sido por qué vota la gente. En primer lugar, se ha observado en múltiples contextos una relación entre estatus socioeconómico y la participación electoral; Costa Rica no es la excepción. Cuanto mayor sea este denominado estatus -que usualmente comprende el ingreso y el nivel educativo- mayor es la probabilidad de que la persona vote (Raventós et al., 2005). También se ha encontrado que existen patrones de hábito en el voto, sin que esto necesariamente implique que los votantes y abstencionistas sean un grupo sólido en todas y cada una de las elecciones (Alfaro-Redondo, 2014). Por el contrario, hay votantes ocasionales (votan en unas sí y en otras no) y consistentes (siempre votan). No obstante, el haber votado antes sí aumenta la posibilidad de que el comportamiento se repita en el futuro. Otras teorías han apostado por explicaciones racionales sobre el voto, argumentando que los costos de ir a votar y la posibilidad de influir en el resultado importan; los hallazgos han sido menos exitosos respecto de los componentes del nivel socioeconómico y el hábito pero no del todo descartables (Blais, 2000).

Otra interrogante relevante tanto en la academia como entre el público ciudadano es por qué se escoge una alternativa determinada -candidato o partido- al votar. Los estudios primerizos hacían énfasis en las características sociales de los electores y en cómo estas predecían el voto: ser mujer u hombre, la edad, el nivel educativo, el lugar de origen, la ocupación, la orientación religiosa, entre otras. Estos denominados clivajes sociales, sin embargo, parecen influir menos frente a otros componentes (en Costa Rica, por ejemplo, el aspecto generacional asociado con la guerra civil de 1948 se ha erosionado por el reemplazo demográfico). En primer lugar, la identificación partidaria -sin implicar necesariamente un apego fuertemente emocional a un partido como ocurría anteriormente- es un mecanismo relevante para escoger por quién votar. En segundo lugar, la evaluación de un Gobierno saliente -cómo ha trabajado en general o cómo ha gestionado temas específicos como la economía y la seguridad- permite determinar si las personas votarán por este o se decantarán por una fuerza opositora. Finalmente, se puede resaltar la valoración de las características personales de los candidatos, tanto aquellas directas que remiten a cómo es la persona en sí, el denominado “personalismo”, como a las indirectas que se refieren a las cosas que ha hecho en el espacio público (King, 2002). Este último factor ha sido sobredimensionado en los últimos años, incluso en Costa Rica recientemente se suele escuchar que las personas votan por el candidato y no por el partido, menospreciando el peso que siguen teniendo los partidos políticos a la hora de aglutinar y orientar al electorado.

Algunos estudios (Pignataro, 2017) han sido consistentes al demostrar que un porcentaje no despreciable de costarricenses continúan votando por el partido; es decir, son votantes partidistas; estas mismas personas son esenciales en el sostenimiento de las campañas electorales, al menos en fuerzas políticas como el PLN, el PAC y PUSC. El PAC logró construir una base de electores que funciona de manera similar a la de los partidos tradicionales y el PUSC muestra una recomposición de su grupo de simpatizantes. Es importante agregar que la variable partidista explica una parte de la decisión del voto en las elecciones costarricenses y que basta observar las dinámicas en las redes sociales para observar la fractura de opiniones ante determinados temas, promovida por los grupos de simpatizantes. El experimento del “Votómetro” del Programa Estado de la Nación permitió observar el fenómeno del grupo de partidistas.

Además, en años pasados un estudio (Treminio y Pignataro 2015) permitió reflexionar sobre el ingreso de las nuevas generaciones a los partidos por la vía de la campañas; ya que muchas de estas personas son hoy una militancia activa, las estructuras partidistas aparecen para estas elecciones con un grupo de relevo etario; es decir, no han sufrido un acelerado proceso de envejecimiento como se pronosticaba. Esto es así a tal punto que incluso el expediente legislativo 19.348, firmado por representantes de diversas bancadas, busca dotar de espacios de participación en las estructuras internas de los partidos a las personas jóvenes con una cuota de representación en cargos internos de al menos el 20%, una reforma que de aprobarse sería pionera a nivel nacional e innovadora para la institucionalidad electoral de América Latina.

Por lo tanto, es evidente que pretender explicar los comportamientos con un único factor conllevaría a caer en falacias y en percepciones poco científicas. El voto es un fenómeno complejo y multicausal, como lo ha visibilizado esta -claramente no exhaustiva- reseña. Por lo que el análisis riguroso del comportamiento electoral en las elecciones de Costa Rica de 2018 no debería ignorar estos aportes y tampoco sustituir el factor partidista por el personalista de manera impulsiva, por una moda de la opinión generalizada.

 

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