Opinión

Alerta roja: la historia tiende a repetir horrores

Algo está mal desde hace rato, digo yo, cuando desde hace años los justicieros y los superhéroes abarrotan las salas de cine y los estigmas de Hollywood se esconden simulando un discurso de diversidad muy frívolo. Siguen los negros y latinos siendo malos y los personajes diversos pervertidos y perdedores.

Véase, además, el reciente caso de la película francesa Emilia Pérez, la cual pretende contar la transición sexual de un narco mexicano desde el ojo de un director, Jacques Audiard, que es un saco putrefacto de prejuicios y que lo más lindo que ha dicho es que “el español es un lenguaje de pobres”. La cinta en cuestión, premiada por acá y nominada por allá, es un saco total de mediocridad y clichés hasta en el desempeño de los actores. Parece hecha adrede para burlarse de las minorías sexuales y raciales.

Bajo estas tendencias, pensar que se puede vivir en paz sin manifestarse es hacer demasiadas concesiones o ser un mojigato de los que por fuerza muerden la lengua para conservar el pan.

Yo he soñado que visitaba a un reaccionario para charlar y las cosas terminaron mal.

De inmediato, empezó a lanzar sobre mí todas las culpas y me hizo meter en el calabozo. Para evitar que alguien me pregunte, me hizo encerrar en un territorio ultramarino y me clavó la etiqueta de asesino.  No tengo abogado, pero nadie cuestiona el hecho de que soy culpable por edicto.

Si no me creen, vayan a los diarios: nadie mete la mano por mí, es la costumbre. ¿Qué digo por mí? Es inexacto: somos una multitud los excluidos. De repente, el medioevo es paradigma y los liberales son tan recatados que se confunden con integristas de renombre.

Entretanto, el odio se extiende por el mundo y los muros recortan horizontes. Es fácil escupir sobre aquellos que no tienen exposición ante los medios. Es fácil decir que no hay empleo porque se lo están robando los migrantes y no contar que el patrono es el que elige pagar mal por los hambrientos.

Pasa que las minorías siempre han servido de pretexto. Además, son demasiado emocionales. Va uno de estos sujetos, reniega del presente y luego de que gana, se los clava: más impuestos, despidos, desgracias.

Lo que contaba al inicio era un sueño. Afortunadamente no he hablado con el tipo, pero sabemos que la historia no es ni una pizca novedosa. La enemistad vende porque la euforia ciega. El éxito medieval de las hogueras nunca llamó al raciocinio, sino a la autoridad de un relato esbozado desde una intención retorcida.

Uno no puede preguntarle a un señor de estos por qué un reo condenado como el presidente gringo merece respeto y un trabajador no. Ayer decían los medios que se llevaron a un hombre por no tener licencia. Hoy, avisaban que si alguien estaba en problemas, también detendrían a los que estuviesen con él en ese momento, por más que pudiesen presumir pulcritud. En cambio, el famoso personaje, que se ha acogido multitud de veces a la quiebra y engañado a medio mundo, pinta como héroe para, al menos, la mitad de sus conciudadanos.

¿Por qué? Si digo que por ser blanco, anglosajón, protestante y millonario van a acusarme de sectario. No importa, el enunciado no se borra: hemos caído en el error de confundir política pública con segregación y odio. La misma deshumanización que predica Trump, ocurre con Bukele, con Milei, con Meloni, etc. Se trata de establecer un mundo al estilo que ironizaba Pedro Saborido al crear al personaje nazi Micky Vainilla. Un nazismo que reniega de sí mismo, pero ejerce a ultranza bajo máscaras moralistas, que así fue como llegaron al poder: izando falsas banderas, presumiendo una moralidad de la que carecen, culpando al resto del mundo de ser los malos.

Nuestro país está coqueteando con algo parecido. Si alguien nos quiere divididos, nos va a decir todo el tiempo que nos roban, que no le dejan gobernar, que no necesita ser auditado. Todo lo cual es inexacto, pero conveniente para que ciertos favores y prebendas no alcancen a ser tipificados como delito.

El peligro de las buenas conciencias es que castran al prójimo cuando este denuncia los abusos de una retórica incendiaria, pero lejana a todo concepto prometeico.

Si el pavo le tirase a la escopeta, estaría bien porque ¿quién tiene que condenar a un inocente por el simple hecho de poseer la fuerza?

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